La maestra
Diógenes Díaz Carabalí
Dedicatoria
A una maestra en especial, Nancy Rubiela, mi esposa. A todas las maestras del mundo.
El autor
“Es triste llegar a un momento de la vida en que es más fácil abrir un libro en la página 96 y dialogar con su autor...”
(Rayuela. Julio Cortázar)
“Soy una parte de todo lo que he visto”
(Alfred Tennyson- Ulíses- James Joyce)
Es como vivirlo en un sueño. Despierta o dormida. Sensaciones desbocadas desde el sinfín de mis desvelos. Lo hago. Lo veo aquí entre mis cejas, y lo peor, me doy cuenta y permito mi delirio porque me gusta. Quería desecharlo al comienzo y busqué su nombre: vivo: recuerdo de una tragedia. Como me siento responsable del futuro de cada uno de estos muchachos, gusto saborear la vida con ellos, se convierten en una fijación. Unos más que otros. Y este Armando, en el escondido amor que le guardo me parece estar frente a sus ojos ¡Inocentes! Si alguien conociera su nombre diría que es tan común como el Viernes, de Defoe, ó no sé qué nombre escucho y nadie lo lleva. Prefiero Armando, un nombre que lo llevan muchos y nadie lo escucha, menos pueden verlo, solamente yo al fondo, en el recuadro de estas paredes que aprisionan, en los muros que palpo levantados en mi conciencia.
Para mí los nombres van en un sentido: ¡deben tener significado! Éste no lo tiene, me hace sentir viva-infinita-víctima cubierta con el miedo, sin la razón de la bestia. Actúa el animal dormido. Cuando colea no mide las proporciones. Actúa con la fuerza del sueño, y en el delirio, con la verdad escondida tras los arrebatos de la inconciencia, tras las semblanzas incoloras que percibo. Quiero sentirlo en mi piel, real, como mis manos, con la percepción de los rostros aterrorizados igual que el mío, pero ¿Quién discute las locuras? ¿Son reales los delirio?, y, ¿Quién asegura que los espejismos forman parte de la locura?
¡No puedo con mis reacciones si mis sentidos no responden! Consciente o inconsciente los deseos encontrados frente a las reacciones más diversas me conducen a desvaríos impredecibles, sé como sé que no existen, un sueño construido en mi esquizofrenia; me encapricho y lo veo como una verdad hecha carne, palpita y me habla, me confunde y juega con los débiles sentimientos que no puedo controlar, fáciles para desecharlos, creía, como reacción al miedo.
Siempre está en el fondo del salón; lo veo; todos me dicen que se ha marchado pero ¡allí reposa! Pasa las horas encumbrado en su inoficiosa actitud y me gusta el resplandor de su malicia fundida tras la sombra de ese lugar pasivo. Me habla con una voz que solamente yo puedo escuchar, me mira con los ojos que sólo yo percibo, fuertes, los pasea por el espacio y el tiempo en un instante, ojos que me arropan huidizos y de nuevo se posan en mi figura que trepida. Con ellos soy capaz de dilatarme, me sumerjo y me escondo para, de nuevo, dejar que me mire desnuda, con el prisma de sus ojos rompe mis vestidos.
Huye de no se qué, se esquiva no se cuándo, vive perdido y cuando vive es cuando me desnuda; no puedo resistir su obstinación en retratarme temblorosa como estoy: el miedo sacude mis manos y mis piernas; estática me deja con la voz atragantada cuando me diluyo, no existo, estoy paralizada por el miedo. Pero sigo aquí entre los olores y los ruidos; cada olor incrementado entra a mis sentidos y los diferencio con su particular esencia, puedo saber a qué huele cada chico y sé quienes se asearon esta mañana. Hasta puedo percibir la fragancia particular de sus orgullos. Capto el olor de las plantas, de la madera, de los muebles; puedo apreciar a qué huele la pizarra y sus bordes, el crayón y el borrador, y advierto igual los olores que vienen de afuera, de la tierra mojada, de las matas verdes y secas, de los árboles vivos y los árboles enfermos, percibo el humo que flota en el entorno translúcido de esta mañana soleada, cuando se eleva al cielo y amplía el azul tan cristalino como mis manos, como mi figura... buscan desaparecer ante mis ojos.
Con los sonidos igual. Hasta el más débil roce de una hoja me aturde: aquel grillo: su canto ensordece, y cuando los chicos hablan cruzo un dedo sobre mis labios porque su voz hiere mi cerebro. ¡Es cuando avivo los recuerdos!
Escucho cada detalle; muda me resguardo en el silencio de mis propios temores ¡Sorprendida! Hoy teníamos planes para gozar la pasividad, leer las noticias y escuchar los éxitos pop en la radio; queríamos ponernos a bailar. Sabíamos de la garza encumbrada en el mismo lugar, con su garbeo como si nada ocurriera, indiferente ante los pasos y la bulla como indiferentes éramos nosotros: las aves cantan igual, las ramas son frotadas por el viento que pasilloso recorre libre el espacio de su propio vacío; igual; y el rumm lejano del río. Pero no hay voces. ¡Aquí nos ocultamos!, entre estas paredes a la vista de todos, tras nuestro propio espanto, tras la invisibilidad de nuestra impotencia. Nadie sabe cómo cada uno de nosotros reacciona; pensamos correr pero las piernas no responden, un hilo atado a la espalda nos hala y sembrados nos quedamos en mitad del hueco; nuestro miedo abre un hueco en la tierra. Afuera todos pueden estar muertos, u ocultos como ocultos estamos por la turbación y la sorpresa. Quiero desaparecer, traspasar estos muros, escapar para que podamos develar las fronteras de ladrillo y argamasa. Quiero huir, pero no hay cálculo, o es un error con una ecuación impredecible; existe una moneda oscura en el sinfín del arma que apunta al piso y señala la entrada a la tumba. Otra vez quiero correr pero mis piernas no responden, mi cerebro no da la orden, mi mente se convierte en un disco que gira y retorna y repasa sonidos y explaya historias que me estremecen o me hacen sonreír y me aterrorizo. Quiero ir hasta mi nacimiento pero sufro la impresión de que siempre he estado aquí, fijada a este lugar, detenida frente a los pupitres, con los chicos hablando. Los recuerdos son retazos de una historia que se sucede con anárquica frecuencia, escamotean y también me siento culpable. Es como si alguien estuviese dando larga a los recuerdos, como si hasta aquí, en este instante y en este lugar terminara mi historia (.) figuración en retrospectiva del llanto o la sonrisa, como si se juntaran los desastres y los triunfos para indicarme que he vivido y que la vida no es más que unión de retazos de recuerdos.
Aquí es donde mueren las ilusiones y me convierto en un ser impotente. He recogido tantas impresiones, he llorado con tantas desgracias, he desbocado cada silogismo después de mis presiones y escurrido el sudor con mis manos como el sudor de ahora, cántaros que se juntan en mi incapacidad, en mi desgracia, con mi regreso a lo impredecible. ¿De qué vale llorar ya o reír de las flaquezas? Impotente he dejado pasar los hechos y el tiempo. ¿Qué puedo yo con lo infalible? ¡Ya no vale recostar la cabeza en un hombro y llorar! Cuando vinieron los hombres y las mujeres, escondidos vinieron como sombras, los vi dilatarse proyectados sobre el piso, sobre los muros que flaqueaban con su presencia. Eran caricaturas partidas, rostros lacreados, duros, sus pisadas ensuciaban el camino y no les importó, las baldosas tampoco, atropellaban con el valor de sus botas y nos miraron, escupían la tierra maldiciéndonos, maldiciéndola. Como arañas asquerosas treparon las paredes, regaban su baba podrida, marcaron una huella brillante como la huella de un caracol, extendieron el lazo invisible que ahora nos acorrala, también temblaban y se quedaron presentes en nuestro semblante como si marcaran sus pasos en nuestra memoria, como si pisotearan nuestra frente, estaban delante de nosotros; ¡Yo los vi!
La profesora Olivia delira recostada en mi sofá, durante la sesión da un anagrama de voces anarquizadas, construye su mundo de locura, a veces personal, otras sin determinismos; en ocasiones sabe de sí, otras se pierde por los laberintos de su imaginario.
...sin saber qué le sucedía. No se le trababan las sirgas. Sentía calor. El calor le subía al rostro. ¡Sí!, iba a estallarle la cabeza por un hormigueo fortuito. Comenzaba en las piernas, las hacía flaquear. Estaba al borde del desmayo, perdida de las dimensiones. Extraviada de los puntos cardinales, del norte como del sur: ¡Ensimismada! Bajo los pies sentía una entelequia. En el vacío, con aprehensión de lo extraño, volcaba sus sueños, estaba detenida. ¡Despierta! ¡Hola! Pierdes la algarada y las longitudes; la perchada. Aletea en un lugar vacío: matiz de sueños y colores; círculos accidentados giratorios en torno de su incertidumbre. Las paredes inclinadas: techo piso paredes una ondulación. Un miedo atropellado hecho nudo en la garganta. Los papelitos al cesto, la distancia estudiada, el pote de medio lado antes de la pared zócalo café; ¡No atina! Pierde el pulso y sus intentos. El radio agota las pilas sobre el escritorio, pisa los libros. Escucha las noticias por sí o por no. Para no escucharlas.
No me gusta del color de la pared, ¡odio el café! Por qué tienen que pintar los zócalos de color café y el resto con un azul monótono Harta del azul: el cielo el horizonte el agua muchos ojos. Y el resto del muro. El azul es un color que aplasta: luctuoso; con la carga del día, todos los días juntos. ¡Odio los colores! Siento que cualquiera sea el color aburre. Incluso los grises... de las sombras. Pregunta con furia al borde de la piel: ¿Sin respuesta? Da mordiscos a sus labios para probar su sangre. Salobre. A lágrima. Lo hace en silencio. Calla. Tiene miedo. Guarda tus opiniones: que la discreción esconda sus veredictos: el techo de asbesto no ha sido coloreado como lo observan las normas de salud ocupacional: en pocos años sufriré cáncer de estómago: el cáncer de estómago ataca los intestinos: siento las tripas como telarañas y arden: siento cosquilleos por el no-sé-que-me-pasa, me hace sentir ridícula insegura infantil inmadura in, a pesar de los años que corren bajo el puente. ¡Cáncer! Piensa en el dolor que no está en el abdomen pero, duda. El horóscopo: ¡Qué idiota! Duda. ¡Hipocondríaca! ¿Tal posibilidad la vuelve impotente? Anoche me negué a hacer el amor con mi marido. Tiene la edad metida en su memoria. Hasta la edad se le vuelca con el calor que siente en el rostro. Ahí está. La imagen viva de su marido. Aguarda en casa cuida a las niñas escribe en los ratos libres para periódicos de circulación restringida que obsequian porque nadie los compra piensa en quienes muestran resentimiento y frustración con escritos que nadie lee que nadie publica. Escribe y engorda decepciones atadas a las patas de la cama; tantos años en lo intrascendente pese al esfuerzo; se figura que es alguien; su interés por los vericuetos de la ciencia y la conciencia y el árbol de la vida desnudo ante el bien y el mal conciencia de la ilustración. En el interior su alma, el espíritu de una nueva era. Chatee. Chatee. Con cada chateada te masturbas: ¡La japa, malparido! Grosero si no. Para el próximo cambio de milenio tienes que cambiar ser una persona altamente positiva basta leer a Anthony de Melo mire en televisión al padre Gallo. ¡Mo-ti-va-te!: ¡Tu clarividencia! Los libros entretienen la visión de tu existencia: cómo lees a Camus, a Kafka, a Joyce, a Kundera, a Cervantes, a Bronch, a Cabrera Infante, a Rulfo, a Pérez Galdós, a Umbral: Francisco; a la Matute, a Cortazar, a la Martín Gaite, a la Yourcenar, a Mishima; sobre todo Pérez Galdós. Pérez Galdoz. Le ha dado por ahí. Y lee a Charles Dickens y a todos los que Charles Dickens leyó y los que ellos leyeron y descansa del agotamiento que jamás tiene claridad envolatada por los adjetivos impredecible la vida de sus hijas sentado en la mesa a la hora de comer: Hay que luchar luchar en la vida nada se encuentra gratis hay que luchar la vida es una brega constante repite en los laúdes del domingo como si fueran sordas y también lo asimila: !Hay que luchar en la vida las cosas no bajan del cielo!; concreta traducción de frases encomiadas como una sola: ¡Si fueran sordas! ¡Si fuera cierto!
Creía como él que eran cosas de Dios, lo creía, sus hijas, ¿Sus hijas?, no deberían creerlo. Ahora, a los años, la sensación de hormigueo sube pierna arriba, obnubila en el estómago, se detiene en el cerebro, ¿Y el hígado?: ¡Sorprendido!. El páncreas se niega a emitir los líquidos viscosos, las amígdalas no asimilan sus sensaciones y duelen, conservan la temperatura del cuerpo, siente estremecimientos en los músculos y la piel grifa; decaimiento total, flojas las piernas, va a desfallecer. Los hijos según la voluntad de Dios, tantos como Dios quiera. ¡Los hijos! A un aborto no pude resistirme, hecho en un cuartucho escondido, una acción clandestina para la muerte, el crimen perfecto para decidir con autonomía sobre la vida, para quitar el derecho a insuflar como Dios: ¡Es Dios! Odia a su marido y quiere estrangularlo; tomarlo del pabellón de las orejas. Siento vergüenza. Él calla. ¿Por qué no te negaste? ¡Era un niño grande! Vio su sexo, los genitales grandes todo genitales, la cabeza, un fenómeno, el corazón, como un globo incansable se inflaba y se desinflaba: la bomba de su hija que infla y deja desinflar con el silbido agudo que molesta. Las extremidades de la criatura son pequeñas, las sacude al temblor del inicio de la vida. Resistió, se curvaba. Al final: ¡Licuado! Vio en el monitor del ecógrafo. Dolía cuando fue absorbido por la cánula. ¡Médico despiadado! ¡Malparido! Mas que por el dolor de su hijo, porque le arrancaron partes de su cuerpo y de su alma; vio cuando cerraba los ojos. Un terrible dolor mas allá del espíritu. Anacrónico. ¡La abominación!: ¡La bestia!: “Hay en los hombres cosas más dignas de admiración que de desprecio” (¿?) “El sueño de los hombres es más sagrado que la vida de los apestados” (¿.?) Lo miraba en sus lágrimas y en la perturbación del sueño con que cada noche soñaba. Cargaba las pesadillas en la frente; infinidad de coágulos grasientos. Ahora quiere sacarlo del cuerpo y borrar los residuos de sus evocaciones. Sacarlo de su alma. ¡Olvidar! Está en los ojos cerrados, en el sueño. Sonríe, deambula vacío pendiente del cordón umbilical: ríe y la llama: Ja. Ja. Ja. Mamá.á.á.á... Y llora. Y ríe. Llama. Ja.ja.ja.je.je.je.ji.ji.ji. mumuuiii. Mami, Mamita. Ella prende la vela. Quiere olvidarlo. Quiere. Ol-vi-dar-lo. Siente vacío en sus entrañas; odia recordar.
Pidió que se practicara el aborto, por eso lo odia. No es motivo de preocupación, un amargo de sábila en el escupitajo. Recuerda al niño sin nombre despedazado por la cánula y la succión como si le extrajeran las entrañas. ¡Lo odia! ¡Es lo que odia de su Marido!
¡Clinch! Salta la clavija de la grabadora.
—Tranquila profe, nada va a pasarle. ¡Quieta profe; en primera! No olvide: ¡Nada de saperías! Usted sabe que no nos gustan los sapos —fue lo que me dijeron. El muchacho estaba aquí en el salón, al fondo, el año pasado: Armando, lo veo como a un fantasma, el sello plasmado de mi desdicha, lo siento y sin darme cuenta es mi frustración, ¿Lo amo? Es una locura. No puedo interrogarlo; es un ser imaginario: para mí, real, hipotético. Para todos ido de su suerte, de los años, tan envejecido que no le cabe un consejo más en la frente.
Estos días han sido partidos por la mezcla de momentos opacos y brillantes; obnubilan y son impredecibles. Por estos días las aves cantan bajo la lluvia y se esconden con el sol. Vienen sorpresas y esperan miedos.
¡Los vi llegar! Los vi a través de la ventana como sombras; se movían cautelosos; escondían sus miedos porque temen, vestidos con uniformes de franjas, se confundían entre la penumbra y la hierba. Los vi como si jugaran a las escondidas tras los horcones de la cerca, aparecieron fantasmas deleznables confundidos en la condensación de la distancia, en un momento opaco, con su físico, se esparcían como la onda de una piedra cuando cae en el charco. Los vi llegar y pensé que iban a pasar de largo, hacía pinocho con los dedos de mis manos. El comandante se quedó en el camino: masticaba una vena de grama y escupía la tierra maldiciéndola. Hizo un gesto con la mano y los muchachos se desplazaron por el interior de la edificación; fue cuando como un mal develamiento se presentó y lo escrutamos: ¡Armando! Traía el fusil colgado al hombro y jugaba con la pistola en la mano. ¡Con el susto tuve ganas de llorar!: verlo frente a mí, ahora, como cuando lo miraba al fondo del salón en mis delirios; traía los ojos tristes y el peso del fusil lo hacía ver más bajo, más triste.
—¿Vas a dejarnos ir, Armando? —le dijo Goyo. Le decían Goyo pero se llamaba Gloria. Goyo le decía Armando el año pasado cuando dejó de asistir a clase y desapareció para nosotros, también para sus padres. Armando no dudó en apuntarle con la pistola derecho a la cabeza, ¡a Goyo!, entonces nos dimos cuenta que se había vuelto malo: ¡Si era capaz de matar a Goyo, era capaz de matar a su propia madre! ...O a su maestra.
—¡Nadie va a ninguna parte! —dijo con una voz opaca que no escuchamos. Más bien un torrente monstruoso que nos arropó y nos hizo quedar estáticos. No nos hubiera metido tanto miedo si lo dice el comandante pero lo dijo Armando; variaba la dirección de la pistola de una cabeza a otra, a la mía que me había vuelto muro: ¡Muerta de miedo! ¡Cagada del susto! Piedra que miraba a sus ojos. Y entonces me di cuenta que él también tenía miedo porque le temblaban las pupilas en el fondo de esa mirada dura, delante de sus pensamientos oscuros; temblaba su sombra recostada como una gualdrapa sobre el piso, y tras esa mirada encendida recorría las imágenes, no los rostros; se movía amenazante entre los pupitres y los muchachos: ¡Hubiera matado a Goyo por miedo a no herirla!
—No soy Armando. Soy, Aristi ¡Comandante A-ris-ti, señores! ¡Armando no existe! ¡Cada uno quietesito, quietesito en su puesto! Y usted, profe: ¡Tranquila profe!
¡Comandante Aristi!: el nombre no decía nada, muchos nombres. Sin significado. Imaginé los juegos que hacíamos cuando Armando llegó niño; ahora todavía niño carga un fusil para sentirse hombre; apunta con la pistola para quitarse el miedo que lo hace ver cobarde. Le habrán hecho tomar pócimas de pólvora o masticar el plomo frío de un cartucho o sorber la sangre del primer muerto asesinado con sus manos para afinar los nervios; lo habrán hecho pasar sobre los extremos filudos de unas estacas, caminar sobre brasas sin que tenga que quemarse, pero en el fondo también siente miedo porque todavía es un niño, podía vérsele. Si no acatábamos sus órdenes por miedo nos mataría, incluso a Goyo. ¡Salta como un pollo desnudo sobre un montón de brasas!
—El amor no tiene edad. No tiene edad. El amor no tiene edad. ¡Qué edad! —repite esa mentira. ¿Mentira? Repite siempre aquella verdad (¡La verdad!) Una verdad a todas luces. Desde hace tantos días la repite. Vive con el tono amarillo de los pastos sobre los terrenos estériles. Es hermoso.
El tono dorado del día “viene y me abraza y me arrulla y me transporta en sueños, me lleva a nadar entre la bruma ocre del día; es como si aleteara en mi estómago y comienza a sobar en mis piernas hasta que me baña con un sentido de pasión, me hace entrecerrar los ojos y morder los labios, me hace sentir el sabor salado de la sangre, el sabor a algas de mis miembros.”
Con el fragmento de Rulfo canta “El amor no tiene edad”. No se lamenta ni se conduele de la humilde casa parada sobre el copo del cerro que vigila la cornisa, del techo se levanta una fumarola solitaria, olor a leños que arden: “la perdida habitación de una crisálida”. Desciende hasta el hueco para recoger el agua que no sube por la falta de presión en el acueducto. Ni una gota en las noches ni en el día ni en el verano ni el invierno. ¡No sube! No sube, no. Baja por las pequeñas escalinatas; le cuesta deslizarse y subir con la olla en la cabeza. El agua chorrea su cara tras cada paso; un chorrito fresco en el rostro, se desliza tibio por el cuello; los senos se vuelven frenéticos si el agua los acaricia, y desciende y desciende y muere en la mitad del cuerpo. Derramada sobre el rostro es insípida. Sabor a nada. Sabor a agua. Al sabor insípido del agua. Sabe a agua cristalina. No sabe a nada el agua dulce de la olla:
¡Cómo llueve en esta desesperanza!: la impotencia ve pasar lento el agitar de las hojas. El viento aligera las marchas, enreda los cabellos marchitos de una mujer misteriosa.
Es tarde, y el olor en la noche estorba los confines. Un alcanfor oculto bajo las ropas aploma las sombras. La memoria está perdida de recuerdos.
¡Lejano Amor ido de las manos!: como el agua, como el perfume insípido del agua.
Ha declamado versos como si su locura fuera un poema, como si la vida rimara como la poesía, siendo una sombra que pasa tan de prisa.
Salada es el agua del mar y sabe a algas, a pescado, a entrepierna de mujer. También es un sueño, el ansia inmune. Entrarse en el mar es arroparse con una quimera, sorber el olor salobre de la noche que incita; los sentidos se vuelven algas. El mar es una inmensidad lograda... hecha suya; meterse en el mar es cogerlo todo, colar las estrellas en el cedazo invisible de los sueños, tener la luna a los pies. En el borde del mar el cielo desciende y recuesta la escalera para ir al cielo, aunque en la lejanía.
¡Olivia añora el mar verde que visita en sus sueños!
Nota las estrellas en el fondo de una bóveda negra, profunda azul profundo, hay visos amarillos como si las plantas hubieran florecido por el lado verde del camino; es como si la verdolaga floreciera en todas las estaciones, y son dos las estaciones de estos años. Toma del pasto yaraguá una espiga, una aquí y otra allá para jugar con ellas, remueve las pitanzas de los dientes, muerde las venas blandas, hace cosquillas en el cuello delicado a las muchachas o las introduce por la manga corta de la camisa a los muchachos quisquillosos. ¡Y brincos por las espigas! Gusta sentir los bríos de los años tiernos; gusta ver vivos los nervios por los impulsos prontos. “¡No te has muerto! ¡No has muerto!” El brío de un joven agita su sueño; lo piensa sobre su vientre moviendo la pelvis, mete y saca el sexo: entra y sale, sale y entra, entra y sale y se sumerge y se diluye y se derrite y la lleva al paroxismo, se esparce toda bajo la cúpula ¿Por qué el mundo es una cópula? Entra y sale hurga y explaya eres lasciva vulgar lujuriosa. Eres pecado, toda pecado. Pecas, fornicas y culpas. Te culpas así misma y llora y oculta el rostro entre tu escote tímido.
—Mientras esté viva me puedo enamorar —dice—. Puedo enamorarme así sea de un culicagado. El amor no tiene edad; la edad es del tiempo y los deseos que se dejan morir según la voluntad.
—¿Eso crees? —se responde.
Repite que el amor y la edad son una entelequia, como si la escucharan o a alguien le importara; así deja los sueños y no se arriesga, prefiere reandar los caminos a correr los riesgos. Edad ni diferencia. Su cabeza gira tras el pequeño disco que le repite: el amor no tiene edad no tiene edad, y canta conectada con sensaciones de hormigueo en el estómago, y el calor; siente rojas las mejillas; un borboteo le quema la piel como si la hubieran sorprendido en el intento de cometer un delito; al borde de expulsar la sangre que corre por sus venas a presión irresistible, como si fueran a estallarle. ¡Van a estallar! Detonan en cualquier momento si no baja el impulso a sus caprichos, a su lujuria, no encuentra otra posición; sube los pies sobre el escritorio. Miedo a perder la familia. Sus hijas la esperan inocentes a la entrada de la casa con los brazos abiertos, corren: “!Maaami!” La colman de besos. Manos que la toman de sus manos y la llevan adentro, la sientan en el sofá de la sala y cuentan sus quejas. Ella acaricia sus cabezas, las mima y las conduele, y las tres se recuestan y sienten que lloran. Está muy blando el sofá. Qué podrán decir sus compañeros metidos en el pecado de la murmuración peor pecado que fornicar, me dicen, se han dicho, les ha dicho. Para. Detén. Detén sus pensamientos malsanos. Para qué rompo la normalidad. La naturaleza lo enseña todo; no acude a lo imposible. Significa que pierdo las sensaciones de felicidad. Es posible que las visiones nos engañen, que nos hagan ver en la miseria lo atractivo de una magia sencilla. Para qué renuncio a lo que tengo si es mejor no aspirar al infortunio. ¡Cómo perdí la virginidad! Sus hijas la hacen sentir viva. Viva. Por instantes renuncia: ¿Renuncias? Lo define como la disyunción entre los deseos pueriles y la tranquila paz de estar segura en su realidad, sin sueños, cuando deshecha fantasías. Un agitar sin sueños. Reprime los deseos desbocados. Ni de riesgo piensa renunciar a lo único que posee: ¡Su familia! Su familia: sus hijos, su marido, su perro, las floreros de porcelana la esperan con el consuelo de un abrazo abatido: vívida ansiedad; copa todo el espacio de su vida. Recibe la sonrisa de los hijas y los olvidos se le iluminan; con las referencias a los anhelos disolutos. Olvida que afuera hay otro espacio y otro mundo. Éste es el límite de mi vida, la realidad de hacerse un dogma para los sueños; tengo que ser los sueños comunes a éste lugar tibio:
HOGAR.
El marido acodado en el estudio teclea frente a la máquina. La escucha, suelta su oficio y viene con las manos cálidas a tomar su cara, descarga un beso que arde en el cuello y a ella le gusta. Lo quiere tomar, lo ata, quiere sentirle la piel, le gusta que meta las manos bajo la blusa... y siente la piel suave. Le toma las manos y mira a las niñas que sonríen y juegan, corretean y gritan. “Esta es mi vida y mis sueños y lo que deseo y la realidad”. Acepta agradecida porque le seca el sudor del rostro con la palma de la mano; después él soba el sudor en el costado, sobre la manga del pantalón olor a nada, a marido como huele; al olor que lleva, recuerda y añora y aguarda y conserva para que no pase por su mente el adulterio, pecado capital, le ha dicho Fernando mientras acaricia la estola sentados en la última banca de la iglesia. No tendrás que separarte, no lo pienses, de él nunca lo hará, es tan digno: “¡Hasta que la muerte los separe!”
¿Entonces se arrepiente? Olvida el rubor cuando sube pierna arriba y cuando siente miedo. No es cuestión de sexo, ni el deseo rompe los instintos como rasgar un periódico gastado o como interrumpir la superficie del agua porque es frágil. Instinto de un placer postergado. Desenlace. Instinto: frustración que ata con el lazo del cabello, lo apretuja sobre la espalda para que se note su deseo, prefiere callar y ocultarse en el silencio como disculpa obligada a mantener los pensamientos fijos en el reducto que la preserva del adulterio, de la fornicación. Con su corpiño busca lascivo cubrir lo que esconde bajo el cuello. Lleva las caderas cubiertas con el buzo de lana atado a la cintura. Su, “no lo necesito”: ¡No! Esa lozanía, la frescura de los rasgos apacibles y la mirada que ha cambiado las expectativas; tranquila evoca el pasado y finge que no lo ha vivido. Considera que no debe permitirse un engaño. La observan desde el fondo del salón, presiente por el trasluz la mañana amarilla. Desnudos los brazos juguetean y las manos con el lápiz Mirado mina número dos; con él escribe frases cursis sobre la tapa del pupitre y hace dibujos obscenos en las hojas del cuaderno: o dibujos diabólicos: figuras con cuernos y nariz exagerada; flechas que se clavan en mitad del corazón; al turno de la hora chorrean sangre. Respira tranquilo, pausado; no transgrede; es torpe.
Clama silencio para no hacerse notar. Vive de un incógnito calmosa, no escapa a la indiferencia, refiere al propio espanto, al fantasma que la mantienen traumatizada con lo que considera ha hecho mal, la frustración la consume, hubiera preferido hacer así o asá para llegar a un ser cómo (...)
¡La perfección es de Dios! Ella simple mortal, ¿como la apostasía de la verdad? “Va por el mundo vagando sin destino”, así dice el bolero,
—Siéntate bien Armando por favor siéntate bien Armando no te han enseñado modales en tu casa a sentarte bien como la gente siéntate bien Armando y pon atención a la clase mira que tus notas están por el suelo no son las mejores Armando quejas hay de ti muchas quejas de los profesores toca llamar a tus padres qué hacemos contigo viejo (y reacuerda al conejo de la televisión). Es hora de asumir responsabilidades ¿No te parece con tu edad...? Con lo crecido que estás pierdes el tiempo en cosas sin importancia Armando lástima Armando Qué desperdicio... Asuman responsabilidades. No lo digo solamente para ti Armando lo digo para todos. Siéntate bien. Asuma responsabilidades. Vas rondando el medio año y parece que has venido a escampar de los deberes de tu casa a disfrutar de un paseo a vivir en el jolgorio. Esto. Armando. No es un paseo. Como verás tu puesto lo puede ocupar un muchacho que no tenga tu oportunidad todos no pueden venir al colegio la mayoría se quedan con sus papás y ayudan en las labores de la casa cuando no tienen dinero para traerlos Armando-como-vas-no-vas-a-llegar-a-ninguna-parte quién te va a preguntar por los dibujitos de demonios con cuernos y ojos colorados que pintas. Tus cuadernos son rayones por todas partes. Me desespera tu indiferencia tu ignorancia no sabes que Cristóbal Colón descubrió América como si lo hubiera hecho cuando llegó a las Indias creyendo que era Cipanga un nombre que se inventaron en España para despistar al enemigo de la Seda y no sabían a qué lugar llegaban eso es descubrir a Cipanga con la leyenda del Dorado que todavía lo buscan por eso vienen a este lugar ahora perforan el subsuelo y no buscan el Dorado sino el negro del petróleo i que Simón Bolívar nació en Bolivia que bruto Armando que bruto dos no es submúltiplo de cinco ni zapato se escribe con C cómo serán tus pruebas del ICFES Armando siéntate bien Las pruebas de estado para ir a la universidad. “I para qué la universidad.”
Tiene pesar, nostalgia de regaño. Regaña y hace chirrear los dientes y entonces no parece terrorífica como pretende. No lo merece porque es Armando quien coloca las piernas entre el espacio del pupitre, lanza una mirada de resignación y recorre el cuerpo de Ella con el brillo de unos ojos negros de Él: no saben mirar con furia bajo las cejas arqueadas tupidas de Él para mirarla a Ella. La piel que ni rosada la nariz que ni respingada así son los gustos profe.
Aparece la resignada sensación: él; aparece la sensación de arrepentimiento: ella. ¿Está bien que el mundo hable? El mundo no sabe guardar silencio. No sabe de intimidades: el mundo no sabe de besos. El mundo no sabe de amores.
— Está bien profe, esta bien, qué vergüenza profe, perdone profe, no volverá a pasar mientras lo recuerde, profe, ¿Vale, profe? Tomé nota, profe. ¿con cual i con la griega o con la latina? ¿Cuál es la griega i cual es la latina? —“Puta”.
Se sumerge en sus pensamientos. Puede que no le importe, profe, que usted piense que yo no pienso. “Si quiere le doy lo que Usted busca; aquello que no ha perdido, profe”: sin ruborizarse, profe. Los padres sabían de su despreocupación. A él en realidad le gusta estar en casa, ayuda con las labores, lee libros que compra en librerías de segunda. Colabora con diligencia. Responsable sí es, las clases no le gustan, profe, y qué podemos hacer. Su papá le pide de buenas maneras pero no entiende. Dice que escribir es lo mejor y raya garabatos en cuanto papel encuentra, una vocación que no está en la familia. Y qué podemos hacer, profe. “Te dedica poemas, profe”.
—Andá, Armando, tráeme el martillo, afilá el machete, Armando. Es tiempo que tomes tus responsabilidades, Armando. ¿Andás elevado? ¿Estás enamorado? —No se explica Por qué pierde el sonido de las voces. Se pierde ensimismado. Desfallece. La ventana está abierta y el calor es insoportable. El calor lo lleva dentro. Dormita bajo el bochorno de un aire quieto; el tiempo estático. Desaparece el sonido de las voces. En un rollo se hacen las palabras vueltas murmullo; como que no tiene forma de salir del vagido, ¡Está soporífero!: ¡Chicludo! Piensa en las del gallo: acepta:
—En silencio, con gusto y en silencio. Compostura.
Punza las órdenes dadas por el padre y los llamados de la madre.
Va.
Lo que declama Olivia es una inconcordancia. Declama sin rebullirse. ¿Tiene algún significado?
Las manos vacías palmotean furia tras la espalda: la memoria hueca; extraña los recuerdos de sus muertos al abandono.
¡Cómo olvidar las cosas!: el hilo de los nombres; cuesta memoria, un poluto tragado al desespero.
La casa mira desde el crepúsculo abiertas las ventanas y las puertas; las abras, ojos incontables, estiran las arrugas de la vida al viento del silencio, a la bulla callada de la tarde, al sol marchito escondido tras el follaje.
¡No recuerda! Tampoco yo. La madeja de sangre tira abandonada. ¡Marcha al instante muchos días y tarda tantas noches! cuenta las horas una a una como estrellas hasta perder la cuenta.
¡Esta mañana se levanta temprano! Avizora la esquina que nadie persigna. Las casas arreglan un poco su tejado, espantan un tanto el sueño y huyen sobre los charcos tibios con las ratas, las cucarachas y los gorriones que arrullan la desgracia; y continúa huyendo hasta encontrar la muerte: La vida: la vida: la vida no les pertenece.
—Bueno profe. ¿Hablaba usted de la guerra del Peloponeso? Verá, me interesa la guerra del Peloponeso como me interesan todas las guerras. ¿Cuándo llegamos a la batalla de Waterloo? La de Julio César. ¿Sabía que Napoleón era un enano y montaba el caballo más grande de la historia? No han leído, pecuecas que no leen, deberían traerlo a pelear con Bolívar. La historia debe ser de análisis, profe, es más importante. El caballo y la mujer son las cosas más grandes que ha de tener un hombre, digo. Deben ser tan grandes, profe, como los sueños. Me gusta Sofía Vergara, ve, profe. Te esstaba poniendo atenssión ssólo que miss piernass no esstorban a nadie ni mi papá tiene tiempo para venir hassta acá en cosecha, pero ssi ussted disse que venga vendrá a verla... profe
“Cloch que la jodí. Que le dí en la nuca. Me admiro de mi asstussia no contaba con mi anuenssia. Quedó out. Me la pifié. Yo sssoy una chimba”.
La sensación de su tamaño con zapatos de tallas escasas. Cuarenta y cinco, profe, y las rodiyas estorban bajo el pupitre, lame los chicles pegados por el lado inferior del cajón, caben los cigarriyos que prohíben fumar aquí, los fósforos para encenderlos, el alfiler para puyar los lomos, ¡Ah, estos bacanes!, la basura de los confites, los residuos de los lápices, y los miedos y los duendes que chiflan bajo el pupitre para que no pongan atención al cuento del Mediterráneo. En dónde está Ssisilia y Sserdeña que pertenecen a la penínssula Itálica, parece la bota que me estrecha los pies .
“...no entiende que me rayo las rodiyas con los torniyos que agarran la lámina contra la madera ¿No entiende profe? Los trozos de goma pegados al pupitre se adhieren al pantalón por las piernas, los únicos pantalones que me puedo poner esta semana, no comprende”,
— Profe, usted me entiende. ¿Ssierto?
“...no le pasan los años en vano a esta cucha cada día más buena rico para el maridote regordo que la espera en casa con su sonrisa de idiota y las hijas cuando besan sus mejillas le dejan babas dulces encima del colorete. Está buena lo único malo es: ¡Cómo jode con su puto Pe-lo-po-ne-so!”
—Ve, profe, no soy tan bruto como lo supone. Pregunte, profe. Pregunte no más.
Olivia no ha vuelto a concentrarse. No es la misma de antes
Como respuesta, da nuevo versos:
Ha caminado la distancia. No alcanza a recorrer la vida. Abandona el sudor a la vera del camino; se agita el rumor tibio de la noche; ojos del mar traído a límites de espuma.
Está lejos de sí, de todos los bienes, de los lugares muertos. En mochilas rotas carga su desesperanza: Perdidos laberintos de soledades mustias. Pesa la distancia que arranca de un sitio lejano: canta y asustan las serpientes de su cabeza. ¿Volver? ¿Se niega a volver para levantar los pasos?: recorre caminos estériles, sin piedras.
Atrás sus caprichos marcan el final de los días que entraron por el techo, quebraron las espaldas; un correr minusválido en círculos cerrados; ocultaron las palabras: labios callados. Su fe como un espanto, un zurcido brocal, un bozal a sus ojos.
Cabe en los labios toda la sal del mar, allende los abismos donde habita Poseidón; arden sus entrañas perdidas por el miedo; desciende al infierno y siente fresco el alivio de la estampida, quiere ser un anónimo, desaparecer de todo, contar los avisos luminosos. ¡La figura no existe! Su faz es un signo borroso confundido con el día. Perdido en la noche oculta el nombre tras los papeles de la vieja bitácora.
Ella. Llegó un día con rostro de tristeza por su traslado, “reubicada por necesidades del servicio”, calzaba unas botas negras, con la caña sobre la manga del pantalón para que el polvo del camino no se adhiriera a los bordes del jeans desteñido, que no le salpicara las medias tobilleras; su blusa ajustada cubría la faja que le hacía ver el cuerpo bien distribuido. Arribó con miedo, rostro de decepción, aburrida por vivir la incertidumbre de una nueva aventura. Aquí nadie me espera, dice. En la escuela cómo me querían, reclamaron con un memorial pero el gobierno ni escucha ni se conduele, es infalible, sus decisiones son incuestionables. Se tomó un tiempo para el traslado, un día para la notificación, otro para el recurso de reposición, tres para el cambio, ocho pataleó, otra semana para adaptase, leyó en Cuahtemoc Sánchez. Dice el acuerdo con el sindicato: “...da autonomía al ente territorial para que disponga del recurso humano con absoluta discrecionalidad”, eso dice la Ley, le dijeron los del sindicato. Profe, eso, dijeron: “no podemos hacer nada, porque no te están desmejorando, profe, es un traslado sí, profe, dentro del ente territorial, hay podemos hacer.”
A su llegada saludos delicados e imaginaciones descaradas.
“Un culo precioso.”
—Un culo precioso tiene.
Un d’rrierrr para remendar medias, más redondo que una bombilla de cien vatios.
“Sueño con esas vellosidades en la pelvis si sus manos son velludas; cómo será eso por allá; no quiero imaginarlo. Miran pubis cuando me saludan con un beso.” “Qué haría yo sin estas mujeres tan cosas, el mundo se perdería en las canciones arrebatadas.” “ Este canario tiene hambre.”
“... sí, las miradas me desnudan. Pensarán que no me doy cuenta de la forma como están pendientes en donde luzco mi trasero. Muerdan de lo mismo. Sufran con el dolor ajeno. Éste que ahora está maduro tiene dueño, afortunado mi marido, le pertenece, le pertenezco, qué buena noche como pocas la de anoche, se entregó como lo sabe hacer sabiendo que soy suya, su mujer, yo encantada, aquí está, viejo. El agua da sensación de frescura en el torso desnudo, el aroma del jabón con que se baña la familia me impregna, perdidas la intimidad acaricia, para eso es la familia. La familia. ¡Qué bueno una familia; se preocupa de mi suerte! Un marido me espera en casa, pendiente por las tareas de las niñas las lleva y las trae en su viejo automóvil cansado el pobre: se sacrifica y sacrifica su pereza acomodado en el sofá lee las últimas diez novelas adquiridas en la librería Macondo, ausculta las páginas culturales de los tres diarios a que está inscrito, revisa cómo contaron sus historias los vetustos escritores, cómo describen los personajes con imaginación de aventurero, suplen la desidia inventando lo que no pueden practicar por temor al mal ejemplo que puedan dar sus hijos.”
“Vargas Vila sufrió delirios de homosexual, han inventado que Borges jamás hizo el amor con su mujer. De lo que se perdió el bendito ciego (¡El ciego más iluminado del mundo), William Faulkner se proponía escribir un cuento de dos hojas y terminó con una historia de cuatrocientas páginas: “El villorrio”, a Kafka le daba miedo mostrarle sus escritos a la esposa (¡Qué tal esa fiera!), Rulfo se pasó quince años tratando de escribir algo que no fuera Pedro Páramo y le brotó una historia con olor a huesos secos, después dijo: ¡No-escribo-más! Mi marido ha dicho que quiere hacer guiones para la televisión, se ha pillado los guiones para cine y acaba de enviar la primera historia, una historia inverosímil, como si las historias inverosímiles fueran garantía para atraer a los directores ¡Pobre ambicioso! Nunca pone los pies sobre la tierra. Con la promesa de que superará a Woody Allen deja que pase el tiempo abstemio, ayuna en pascua, come pescado los viernes de cuaresma, le caen mal las papas con maní, no le queda otra alternativa que dedicarse a las caminatas dominicales para bajar de peso.”
“Sus ideas me cautivan. A veces no le creo pero se sale con la suya. Dijo que iba a la feria del libro y se fue, con la plata que ganó trajo un arrume de libros sobre guiones y un diccionario del Caro y Cuervo, otro sobre dudas de uso y uno de gramática americana. Ahora leo lo que escribe y me parece el alma de Cervantes desparramada por el extremo de su bolígrafo. Ni de riesgo se acordó de la comida de sus hijas. ¡Me he hecho a la idea que soy la mujer de un escritor!: como Mercedes Barza, la pobre mujer de García Márquez. Anoche soñó con la mitología nórdica e hizo a las niñas unos disfraces de vikingas. Un día amaneció diciendo, me voy para Suecia. ¡Qué iba creerle! Que te vaya bien, le dije. Se fue y volvió con fotos en donde posaba muy abrigado con Luis Fayad de paseo por los bulevares de Berlín y con Víctor Rojas tomaba vino al borde de un lago mágico en Gotemburgo. Le pregunté, ¿Qué me trajiste?, buscó en la maleta un papel rugoso, pasado a olor a pino de su loción y me enseño el escrito:”
LLEGADA
Vengo de los abismos, de la distancia. Paso a paso he construido este camino. Tras cada muñón de piedra ato las palabras con goma de mascar. Sobre las brasas siento cómo arden las plantas de mis pies.
En éste lugar no voy a quedarme; rostro de susto ponen los transeúntes de estas calles frías. De donde vengo lloraron en silencio mi partida, me despidieron con las manos metidas dentro de las faltriqueras tibias: ¡Guardan las brasas bajo la cama para quemar los hijos engendrados y los sueños! Engendrar un hijo es cultivar nostalgias ,y, ¿De qué vale?
De donde vengo jadeantes están por guardar el llanto en las pupilas. No puedo decir el nombre perdido en la geografía: patria de recovecos y agitares que caben con sus mitos en la palma de la mano y hieren al apretarla. El rostro se asemeja al infierno de Dante. Tiene tantos horizontes como dedos un norte para cada miembro de la casa. La familia son apelativos perdidos en un álbum de plástico. Echó a volar el techo, parece no le importa. Perdimos el apellido bajo las piedras muertas.
“Le di un beso porque me pareció hermoso su pesimismo. Me entregó los versos traducidos al sueco y al alemán y al francés con una carátula del proyecto. ¿Cómo haces para soñar tanto si se acabó la plata para el desayuno? Soy feliz viéndolo feliz. Pese a las realidades hieráticas sigo pensando que vive de sus sueños. No necesita alimentarse. Es mejor un hombre feliz en la desgracia que un hombre triste en la riqueza, ¿quien lo diría? El olor a pino del escrito todavía inunda mi cartera. Eso me sostiene.”
“—El EURO está muy caro, te traje un pedazo de los nórdicos que no tiene precio —me dijo y me estampo un beso, tan húmedo como el frío de Suecia. Hicimos el amor con repetición a domicilio, porque me parece que todavía llevo dentro de mi sexo su sexo”
“¿Que aquí quién le puede comprar un guión? Se quedaran guardados en los anaqueles de la biblioteca. Los sacará de vez en cuando para agregar otra escena, para cambiar un parlamento o para espantarles el polvo. Qué frustración por...”
—Tu delirio de persecución también a mi me persigue; me asustan tus recomendaciones.
Dice:
“Cuidado con las niñas, es peligroso. ¡Pe,li,gro,so! Cuidado con las niñas. Beatriz no sabe coger el bus. Cree que el que sube es el que baja. Mejor llévela cogida de la mano para no correr riesgos, se puede perder. Piensa que el norte está para el sur y el sur para el norte. ¡Cuidado!, y a la vuelta esté pendiente de la salida. Pasa por esa edad difícil, téngale paciencia, está con las sensaciones de la soledad y del abandono, piensa que la pueden dejar abandonada. Esté pendiente a la hora de la salida. No la deje sola, por favor. La coges de la mano. ¿Viviana? Puede andar sola, pero es mejor que la acompañes, no sea que se vaya con ese baboso. No tiene edad para andar con amiguitos. El novio. ¿Que si tiene novio? Claro. No tiene edad para andar con arremuescos. Es mejor que ande con la familia. A los hijos hay que guiarlos, ellos no saben lo que les espera en el futuro ni en qué lugar van a meter las patas. Y, cuidado con recibir objetos a extraños, Beatriz, ofrecen dulces en los. No recibas, tu no sabes qué contienen. Menos alimentos. Es mejor no dejarlas solas, viejo —No me gusta que me llame viejo—. Es mejor la seguridad que la policía —No me gusta que me dé órdenes—. Por el puente Del Humilladero no te cruces —No me gusta que me diga por donde tengo que caminar—. ¡Ni de riesgos! ¡Y cuidado! ¡Peor por el puente de la Custodia; marihuana al piso mija, por allí sí es cierto! Si quieres vete sola; mejor espera a tu papá. Mejor. Espéralo, nada te cuesta. Por Dios, Viviana, hay que vivir para darse cuenta de lo que pasa alrededor”,
—Habla y habla. Habla de todas esas frases, dice lo que sé, ellas tienen que aprender a guiarse solas, no es posible que tengamos que estar todo el tiempo pendientes, por favor escucha, tu tienes ese problema, no escuchas. Escucha. Están grandecitas y son responsables. No se dejan llevar por las apariencias. “Sólo Dios sabe” —me dice,
“no puedes estar sentado todo el tiempo frente a la máquina de escribir. Chao. Beso. Chao. Estoy en el centro. Nos vemos. Chao. Entren la ropa. Planchan la ropa. Tiendan las camas. El aseo de la casa. Laven los baños. Haces un par de moñas a Beatriz. Mil pesos para cada una. Mil para Beatriz. Viviana tiene que llevar cinco mil para el día del padre, dos mil para la fiesta del psicólogo, falta el día del profesor, otros cinco mil. Chao. Es más caro que en la universidad.”
“cada vez en el camino encuentro una nueva deuda, la de don Pacho ahora, ¡qué vergüenza! ¿No trajeron la plata de los discos? Es tarde; como si el tiempo se fuera volando; por el sueño me levanto después de la hora. Hay que mirar cómo mejora tu comportamiento, Goyo. Pobre tipo y sus guiones,”
“Armando está con la camisa amarilla, parece la de, Dídimo se llama mi marido, qué bien le queda, ¡cuántos años!, ¿dieciséis? No, no, no, no lo creo, menos, no importa que pueda suceder con la inocencia de un chico descuidado, este mundo no tiene arreglo, el bus no se afana y me dejar el transporte. ¡Por favor, señor, tengo afán y vivo lejos!”,
“hola Rebeca, cómo estás, por poco me dejas, este bendito transporte, más demorado... te hubieras ido, el viejo con sus chistes verdes y hoy no tengo ánimos para reír, no escucho sus vulgaridades, las que repite a diario, los mismos cuentos en su cabeza retorcida, antes, sí, parejo con mis cuentos, siento que son personas vacías, y la monotonía del viaje, el Pipe no deja de leer periódicos, aquí voy,
—Buenos días, muchachos
—¡Bueeenoss Díaaass!
—¿Armando?
—¿Cuál Armando?
—¿El del fondo? ¿En el último puesto? ¿El de la camisa amarilla, que atraviesa las piernas por el corredor? ¿Armando, el muchacho...?
—Profe, allí nunca ha estado alguien. ¡Nadie que se llame Armando!
Los muchachos y yo estábamos atados; atados sin cuerdas: como Armando atado al horror de su vida; por eso mataría. Como a Pedro amarrado en la cancha con la Rectora. ¡A ella ojalá la maten!, pero a Pedro... hombre duro, parece de roca. Nos mira con omnipotencia desde su puesto y da un saludo brusco para hacernos sentir que cuida el área del colegio. Ahora atado llora con celo, se lamenta y pide que no le hagan daño ¡Por amor a Dios! He visto su rostro descompuesto, su semblante hecho boronas, un arrume de tristeza asido a las cuerdas que lo atan; el comandante desgarra su saliva interior y esputar la cobardía de su vientre; con un salivazo espeso maldice el suelo que pisa. Se acerca a Pedro.
—¡Nadie te va a matar, viejo! —le dice con una voz profunda para que lo escuchemos. Y lo mira con desprecio.
—…!por amor a Dios, mis hijos...! —repite Pedro. Ya lo había dicho, Conozco a sus hijos; imagino que son como todos los hijos.
Otra vez el comandante escupe el piso. La saliva se derrite con efervescencia, como un sal de frutas. Saca la pistola del cinto y la clava en la cabeza de Pedro. Se oye apenas un chasquido seco. Veo el arco de sangre luminoso, vivo, rojo como un lazo a la deriva por agarrar al toro por los cuernos. Pedro no ha gritado. Dobla la cabeza sobre el hombro y la sangre empapa a la rectora. Ella grita. Pedro se arruma, busca diluirse con las piernas dobladas sobre el piso. El comandante lo patea; le da la espalda.
—¡Lo matan por sapo! —dice Armando, como si morir se pudiera conjugar, es un verbo en infinitivo. Lo mismo dijo el comandante antes de escupir el piso, y lo repitió después del disparo:
—¡Muera, sapo malparido!
El miedo me hace temblar con una agitación escondida bajo los músculos; ahora con las manos puestas en la boca voy a vomitar; veo a la rectora muerta y a mis muchachos muertos y al hombre que le dicen comandante con los ojos muertos. Camina como zombi. Todos los seres y las cosas están grises, suspendidas en el ánima que galopa por el tiempo. Rostros lisos, ojos que no determinan la distancia, los sentidos no avivan las sensaciones. Tengo los recuerdos y la vida pasa en cromáticas imágenes que saltan sobre fechas y delirios; frente al peligro renacen los instintos, los buenos y los malos modales; de cómo voy encaramada en este lugar y en este instante. Culpo a muchos por mi historia y por ellos estoy aquí, tras estos muros que yo misma he formado, donde me suceden estas cosas. Caigo, me desmayo: es como si también a mi me hubieran herido. Palpo en mi cabeza buscando el calor de mi sangre y el hueco de mi herida, y no está. No escucho el chasquido de la pistola, la algarabía corre a tomarme por los hombros, puedo abrir los ojos y veo a Armando sentado al fondo del salón con las piernas atravesadas en el pasillo. Ha colocado el fusil sobre el piso y la pistola sobre el pupitre. ¡Cómo sonríe! El rostro rosado. Limpia el sudor de la frente con el borde de la camisa y la observa salpicada de sangre. Ríe. Es cuando siento que lo amo y quiero besarlo, hacerlo mío sin importar la diferencia ni la moral ni los sueños ni el desprecio, ni cómo el viento barre las calles ni en qué momento se fuga el agua cuando abro el grifo. Creo que la única forma de revivirlo es amándolo, lo amaré aquí mismo y en este momento, para que viva, porque lo veo sonreír en el fondo del salón con los ojos de un muerto que me desnudan.
Ya no observo por la ventana ni puedo ver el cadáver de Pedro atado al poste de la cancha ni a la rectora a su lado; no escucho cómo la rectora exhala gritos de horror: ¡No la mataron! Me doy cuenta que no la odio. No sé si el comandante ha vuelto a maldecir la tierra con su saliva pero siento sus pasos. ¡Sí, los escucho, truenan en el piso que se hace vaivén! Las montañas también son olas, cuando viajan se pierden tras otras olas. No veo las sombras vestidas de camuflado cuando flamean como las montañas a través del cuadro de la ventana. Ni Goyo ha vuelto a pronunciar palabra; ella sí lo ama. Iba tras él tomado de su mano, jugaban como niños con una pelota loca, y reían. Armando toma a Goyo por la espalda con abrazos que la hacen gritar, y ríen juntos, y ríe ella, y él la hace rodar sobre la grama. Goyo le dice que está loco, él que sí, loco, loco, loco, loco, muy loco de amor por ti, mi amor. Le juró delante de nosotros un día antes de marcharse. Me pareció tan bello... casi lloro.
—Póngamele cuidado a Armando, profe —me pidió Goyó, porque sabía que estaba loco, que no le importaba matar con tal de tener dinero para sus gastos.
—Mañana no vuelvo, profe —me dijo un día. No permitió que lo mirara a los ojos. ¡Tartamudeaba! Como que dijo lo que no quería decir, e iba hacia lo que no deseaba hacer—. Goyo no debe saberlo, sólo usted, profe —me hizo jurar.
—Y, ¿para dónde se va usted, Armando? —Quise aprovechar su duda para que no se fuera pero agachó la cabeza, hizo un ripio con las hojas del cuaderno y, cuando quise tomarle las manos, dio la vuelta y se marchó.
Goyo me partía el alma. Permaneció alejada en su pupitre. Estaba ida de la clase, de mi discurso, no le interesaba la guerra del Peloponeso ni los triunfos de Napoleón. ¿Qué podía decirle? Menos exigirle nada, si tenía los sueños hecho añicos. La ventana era el visor de su desespero, se le perdían los ojos en la distancia de un cielo azul sin mirar la parvada de pájaros que levantaron vuelo desde los árboles; permanecía los labios con llave sin mirar el distante Macizo, con el alma partida por el dolor mudo. Goyo veía todo y a nadie, sentía que le llegaba el Armagedón disfrutado en las películas con la compañía de Armando.
Ahora que está aquí, frente a ella, Goyo lo mira con pavor, con la rabia de ver al monstruo que es; él no lo sabe. Armando duda, Goyo no. Sabe que lo odia. Me lo dijo:
—¡Profe, lo odio! Tanto lo odio porque se ha ido sin decirme para dónde y para qué. Lo odio si vuelve y lo odiaré si se muere. —Era lo que Goyo quería decirle cuando lo vio, por eso Armando le apuntó con el arma derecho a la cabeza. Se dio cuenta que Goyo lo mataría con el desprecio; adivinó el odio en los labios que había besado porque temblaron para hablarle, y en las manos trémulas que se sacudieron para enfatizar los gestos. Y cuando Goyo miró la moneda negra de la boquilla de la pistola, sintió que Armando la mataría, como lo haría ella si le permitiera hacerlo. Nunca he visto a nadie que odie tanto, y ese era el rostro de Goyo. Tenía pánico de odio de Goyo.
Ni sé si toco el piso, impávido me espera con el rostro frío, no siento las manos de los chicos que me toman por los hombros ni adivino el gesto de Armando con la pistola que apunta sin objetivo. Sólo siento que debería odiar a Goyo, porque los ojos trémulos de Armando miran con miedo escondido el amor que ha perdido: el mío se esconde por ser la maestra; la maestra no tiene derechos de amor, y mis prejuicios, y el de Goyo. Se hubiera hecho matar por éste que desaparece tras el alias de “Aristi”, como el jugador de fútbol. Armando simula valor; con el seño fruncido siente que no puede estar frente a nosotros: se le desborona la valentía.
—¡Armando! —grita Goyo —, ¡La profe!
Escucho el grito distante en mi desmayo, y me doy cuenta que el comandante “Arísti” tampoco es Armando; Armando está en el fondo sentado en su pupitre con los ojos grandes que desnudan, muestra los dibujos obscenos que me hace, los enseña para que entre los dos no existan diferencias, y que si me ama ¿por qué Goyo lo odia?
—¡Aristi! —escucho. Recuerdo que así lo llaman cuando juega fútbol. Él gira los pasos, arregla sobre el hombro la correa de donde pende el fusil, guarda la pistola dentro del cinturón y se marcha al llamado del comandante que ha vuelto a escupir sobre el piso, ha vuelto a maldecir la tierra. Se van. Armando adelante, en fila por la carretera mojada —ha llovido toda la noche y me he escondido de los truenos—. De pie sigo observando a Armando en el fondo del salón y le hablo:
—¿Tomaste las notas Armando?
Todos los chicos giran la cabeza para mirar el puesto del fondo que está vacío y creo que lo ven pero lo niegan, para que no piense que está aquí porque lo odian. Goyo no vuelve la mirada, también sabe que está allí. Coloca la cabeza sobre sus brazos extendidos en el pupitre y muge con su llanto. No ha podido matarlo en el nombre pero lo mata con su odio, para que no vuelva apuntarle a la cabeza con el extremo negro de la pistola, y a su corazón con ese amor imposible para mí, ni con los besos quemantes dados en la boquita pequeña de Goyo que parece un capullo de rosa, o el culo de gallina. Es conciente: Goyo, la única mujer que se atrevió a salir a la cancha de baloncesto para desatar a la rectora, profe;
—han matado al vigilante —grita cuando no está en el resquicio del lugar que tiembla bajo mis pies: veo después los delirios en que no quiero refugiarme como retazos de mi existencia.
...6:30 marca el reloj electrónico que el radio tiene incorporado. Son números intermitentes que te marean. Olivia, piensa, “se ha hecho tarde”. Piensa, Armando no ha vuelto, nadie lo recuerda, ni Goyo. Se desboca con la memoria cruda, siente la brisa del día, cómo merodea en su rostro, le causa estornudos; ha olvidado las alergias, su rinitis.
—¡Diablos, me dejó el carro; ahora a caminar!
—Hasta el colegio.
Esta semana ha llegado tarde tres días, tres veces, el Director nunca le reclama porque llega todavía más tarde. El Coordinador ha contado: “Llevo los registros, pero me avergüenza llamar la atención”. Eres compasivo, dice ella,
—El ejemplo entra por casa.
“Pero todo el mundo tiene inconvenientes, no lo digo por usted”, piensa para justificarla, y así mismo justificarse.
Lo que dice, lo dice con la ceremoniosa actitud de su cargo.
La conoció el Director, cuando vino con la tímida sonrisa en su rostro iluminado. Prece que fuera ayer... llevaba una orden de trabajo y los documentos en regla, que entregó al Director. Los compañeros apostaron parte del sueldo para el primero que la enamorara; se fijaron en ella como en una ilusión por su trasero: ¡Valía parte del sueldo!
—Enamorarte fue la meta que todos nos propusimos —le dice el Director.
—¿Hasta usted, profe, el más viejo? Descarado, casi para jubilarse.
—¿Cómo le parece?
—¡Sinvergüenza!
Olivia tenía su bacán, la recogía en el paradero de bus en una motocicleta diminuta que resoplaba impotente. Iba trasnochado, hundido en el pobre aparato, tan pequeño como sus intenciones al esperarla; con el peso de los dos, fría después de esperar horas y horas, la pequeña motocicleta rebuznaba como la chimenea de un galpón de ladrillos.
—¡Qué vaina, no tiene ojos para otro!
Por la cintura, sobre la moto, tenía que aferrarse a su novio, si no quería caer de espaldas; mientras viajaban, él hacía muecas, arriscaba la frente por la brisa, y con la boca culo de gallina parecía romper la visibilidad del día, mientras traspasaba la brisa; se agitaba su pelo con la tempestad del paso raudo. A pesar de las premoniciones y la bulla con el lento transitar, nunca vieron la vieja motocicleta varada, y las apuestas y la detracción era el hazmerreír. Además, la figura rechoncha del personaje incidental de la historia con final esporádico, escondía el rostro bajo el saliente obtuso de su abdomen. Rendía más a pie, pero vino a entenderlo pasado mucho tiempo. Se agregaría a su decepción la hornilla de leña que cargaban tras el tubo de escape.
—Te están esperando para que te cases. ¡Te esperan! El futuro es tuyo, Olivia, pese a que quieras negártelo. El futuro es tuyo, tenés que abrazarlo, ve.
—No sé. Mi futuro no está por allí. No sé, ¿Tu que dices?
Su papá no sabía dar consejos, menos con aquel acento entre ignorante e ilusorio. Lo que menos deseaba era casarse con un hombre ignorante, que no le ofrecía ninguna seguridad para sus aspiraciones de dama distinguida, Olivia, para que te sirveran como la reina que eres; “se equivoca con los términos, no sabe jugar ajedrez.”, tu lo decías. ¡El ajedrez es muy importante! Tan importante en un hombre cuando es inteligente. Éste tipo es un caballo sin apero. Un hombre que habla con lenguaje mascullado, lo avergüenzan las palabras en esa boca que más bien parece una abertura; si se niega a los besos se pone furioso. Olivia teme a las manos callosas, al olor a ACPM con que lava la grasa de sus jornadas de mecánico.
—¡Estás discriminando, m’ija, estás discriminando!
—No, no es eso.
—Es un buen tipo. Si te casas con él, no vas ha tener dificultades. ¡Qué más quieres de tu vida! No es que sienta deseos que te cases; es lo que menos deseo. Quiero que te cases bien casada.
—Me parece, papá, que no debes intervenir en esto. Yo escojo a mi marido.
—Pero, m’ija.
—¡No, es mi decisión! La tomo so-la-cuan-do-quie-ra.
Murmuraba sobre la tasa de café. Olivia se la sirvió con la intención de hablar de su matrimonio. Con la intención de hablar del futuro con su papá. No aceptaría recomendaciones pero quería escuchar y hacer caso omiso. Fingía rabia por la intromisión en su vida privada; de todas maneras valoraba lo que su padre pensara, aunque no se lo dijera. Las decisiones eran de ella: también el universo; se refería a los bienes: “Una mujer autosuficiente”, que no se detiene a contemplar cuándo vienen a poner condiciones a su vida, a indicarle los pasos y sobre cuáles riesgos no debería pararse. Profesional con buen futuro como era; independiente, ¡Le angustiaba la soledad pero era independiente! Su cartón de la universidad cuelga de la pared, arriba de la cabecera. A diario lo observa: ¡Santo de oración!; puede verlo tan pronto abre los ojos:
Universidad del cauca
República de Colombia
Ministerio de educación nacional
Confiere A:
Olivia manchega bambino
El título de:
LICENCIADA EN ciencias SOCIALES
Lee el título bajo su nombre y se imagina su apellido; piensa que el pasado puede cambiar con un truco de magia. Lo que ella es. No determina las firmas ni le interesa. ¡El resto es su nombre!, ella, producto del esfuerzo y propio del encomio, a nadie le debe un Dios se lo pague. Nada. Podía ser impertinente, grosera, arrebatada, insolente, orgullosa, y desatender sugerencias. Podía marcar sus límites, pues a nadie debe nada.
¡Arriba de su cabeza está la enseña de su tesón! ¡Arriba de la cabecera está su mundo!: Sabe del Peloponesio, quien ganó la batalla de Waterloo, tiene su idea particular del Gengis Kan como el enviado del cielo, y de Napoleón, derrotado como niña bonita, según lo muestran los retratos: ¡Un marica del renacimiento! Ser tesonera le hizo conseguir el puesto de maestra cerca a su casa. Un viaje de diez minutos en buseta, ocho minutos en el carro de una de sus colegas, para estar de vuelta en la tarde, paga en mensualidad los pasajes por anticipado, que no es disculpa sino desconfianza, dice a su colega. ¡Dieciocho minutos!: ni cuenta se da —o son eternos—, para llegar a la escuela con la informalidad de su indumentaria. Muestra los muslos desnudos y las protuberancias del escote bajo la mirada lasciva del entorno: el medio ambiente, los cerros y los llanos, el valle y la meseta de pubenza; las debilidades disimuladas de los vecinos maliciosos por su actitud descuidada, la capturan los ojos saltones, la desvisten los deseos escondidos, la envuelven los embrujos maleables. Ella lo sabe. El Director le llama la atención; tampoco resiste su cuerpo joven de curvas bien marcadas; contorciones de palmera al caminar, y gestos de no me importa lo que ustedes digan, señores y señoras, me tiene sin cuidado. ¡Aleluya!
—¡Cuida tu vestido, señorita! ¡Cuide su manera de vestir, señorita! No es lo mismo cuando estás en casa, aquí todos reparan en tu porte, se enseña con el ejemplo, señorita, ellos miran, observan, detallan, menudean, desvisten, sienten ganas.
—... será de orinar. No tengo prejuicios —dijo; que ni prejuicios ni ganas de vestirse de otra forma—; el que no me quiera ver así, pues que no me mire. Cualquier forma de vestir es correcta, el pecado lo llevan ellos en los ojos cuando miran, no en el cuerpo de quien trata de vestirse.
—Más bien de desvestirse.
Para que no quepa duda, es capaz de sostenerse en lo que piensa, fiel a sus creencias. ¿Convencerla de lo contrario? Imposible, y, la dejaron que se vista como le de la gana, si no siente pudor y no le molesta que las miradas caigan sobre su cuerpo devorándola cruda, por su insinuante humanidad que desflora sexos descuidados, pues, que, sea. A eso se unieron todos: la descueraron, y ella no se dio por enterada. No se ocultó porque no tengo interés en lo que piensen de mi pudor, explicó; los viejos la rodeaban con chistes en voz baja cuando pasaba a su lado. Ella los mira con cariño, les agacha el ala del sombrero, convierte los gestos vulgares en inocencia. Sabe, pero no la preocupa: no le inspiran un mal pensamiento. Los toma de la cabeza, da caricias en el pelo ajado de llevar sol y se van. A quienes se quedan les arregla las brechas blancas de las canas y ríe a mandíbula suelta por las ocurrencias y los piropos que le lanzan para herirla; ella con una sonrisa tenue que significa no, sin ninguna correspondencia, los mantiene de por vida alejados de cualquier asedio. Y, ¿el muchacho de la moto no ha vuelto?, pregunta el Director, ¿en donde está tu novio?, ella responde ¡No tengo novio, profe!
—Qué bueno, ese muchacho no te conviene.
—¿Cómo lo sabe?
—Se nota de lejos. No te conviene. Te repito: No-te-con-vie-ne y que le vamos hacer. “Usted merece algo mejor; de acuerdo a tu personalidad: igual de bullanguero ha de ser tu marido. Si yo tuviera veinte años menos, por lo menos: Veinte años atrás sin mi mujer y mis cuatro hijos, Olivia.
—Eso yo lo decido ¿Se arrepiente, viejo?
—No seas. Ojo afuera.
—¡Santa Lucía!
“Pasamos hablando con frases inútiles, mutiladas, las inicia él, yo las termino, las que dice, las sé de memoria, y cuando termina, como termina preguntando, ¿cuál es su significado?”
No le conviene, “me repite”. No le conviene. No le. No. “¿Cómo lo sabe?” “Verdad, no me conviene”. Te ocasiona malos pensamientos y falsos testimonios, te pone contra la pared y hace sentir u colorcito sobre el pubis, todo el mundo dice y lo repite, hasta su familia que no le importa piensa si le conviene o no. Recuerda la nariz gruesa, grande para el rostro, no le gusta. Los ojos indefinibles evitan mirarla a la cara, la cabeza gacha, y esa boca, hum, esa boca culo de gallina. Deja de verlo en una foto ajada que se tomaron en el parque Mosquera bajo el monumento al sabio Caldas. Una foto-agüita.
—No te conviene —dijo la madre de él—: No te conviene. No te merece. No la merece, y si no te merece es porque se enreda en las faldas de su propio infortunio, con no ser alguien. Como que ha olvidado soñar, o sueña frivolidades, de las vagabundas que frecuenta.
Por algo será.
No más citas.
No me llames.
No me busques.
—¿Y lo del curso prematrimonial?
—Cuando me paguen, te devuelvo la plata.
—Y, ¿eso que me amabas?
(Le dijo la vieja para hacer la última obra de caridad antes de visitar al sepulturero. El negro me ha prometido un reloj de arena, con toda la arena del mar adentro, para que el tiempo no se acabe, para amarme, para hacerme reír. Sus palabras tienen cosquillas, metáforas, y ahí está la contradicción: Mientras mi “amado” pinta la realidad con su nariz gorda y las promesas, imposible, negro, le creo: ciertas son en los sueños y en las líneas del papel).
—¿Has preguntado o lo estás afirmando? —Lo único que atina a decir, insegura como está.
—¿Y el concierto del sábado?
—Lo usas como último recurso.
“¡No lo sabía! Nada de él. Jamás lo conocí. Un contacto fraguado con la monotonía y la costumbre, por eso lloro. Por temor a perder la costumbre. Lo acompañaba a fiestas, a bailes, tu sabes cómo me gusta bailar, a los gríles en la noche —la noche es para gozarla—, anduve por las calles buscando rumbas con conocidos y desconocidos, y siento temor por el pecado. Metida en la fornicación.”
—Tenés que dejarlo, si es el origen de tu pecado. Causa de tu perdición. Dios no quiere a los pecadores, los ama pero no los quiere: “!Es un Dios celoso!” Tenés que dejarlo. Vuelve y te confiesas, hija. No temas, el señor te ama. Confiésate. Cada vez que caigas, confiésate, y si caes, otra vez confiésate. No abandones la iglesia. Dile al Señor que te ate: “!Átame fuerte!”, dile, como en el salmo, como Jacob. El Señor tiene un sitio para tus culpas, él ha pagado por ti, hija, por ellas. No te alejes de la iglesia. Los ha colgado en esta cruz, hija. ¡En esa cruz!
La cruz no le dice nada, y siente miedo. Por miedo Carga un escapulario. Un dejo de ternura en los ojos invariables; corre sangre por el rostro deshecho, ¡Símbolo de la inutilidad! Y el curita Mejía está cuando ella lo necesita, la alienta cuando le toma las manos.
(“De qué le valió si no pudo salvar el mundo. Si resucitó ha de sentir una gran frustración, una horrible pesadumbre”).
Sentía su carne impregnada de inmundicia tras cada fornicación. Fornicación: acto sucio que nunca disfruta. Deseaba borrarla bajo la ducha, restriega la piel hasta cuando el frío del agua penetra sus entrañas; siente alivio abandonada del pecado. Dormida busca descansar, pero se debate en el desespero por no dejarse llevar por el deseo, esquiva para el final, cede revolcándose sobre la cama de un cuartucho miserable, escondidos en un hotel recóndito, en esta ciudad de sitio colonial, con frisos dorados y la miseria en el piso desvencijado, las cucarachas merodean mientras suenan las tablas, anuncio de las caricias clandestinas. En este lugar nadie se entera de su desventura. ¡Desgraciada desventura! Sabe de la miserable condición con que es engañada, abusada, amenazada, chantajeada. Bolívar posee una mujer con hijos de otro hombre, vive con ella, lleva vida de parásito, disfruta las dádivas de la mujer que Olivia conoce, come, bebe, fornica, la mujer le produce asco porque tiene un ojo blanco, miado por un sapo. Le pregunta, ¿Quien soy yo?, uno sobre otro llevados al asco del deseo, cosas del infortunio cuando deja que pase, porque sí.
Hace llorar a la madre: Ella aprovecha y con bebedizos lo captura para sí. Vi su llanto porque alcahuetea que hagan el amor en su propia casa, encerrados en el cuarto de arriba. La vieja tiene la remota esperanza que después de los momentos de lujuria deje a la mujer: “Arranques de juventud. Caprichos de la niñez. Necesidades del servicio.” Finge no enterarse, hasta cuando se da cuenta, entonces el amor se marchita y acude a las lágrimas: un llanto de todo el tiempo desangra como una piña. Se le marchitan los ojos: tristes ojos de paloma que hace cu. También lo acompaña la vergüenza: sufre calor en el rostro; es un rubor que atropella sus mejillas.
Siente miedo dejarlo, la costumbre, extrañaría no vivir de amores fugaces, los paseos, las pistas giratorias en la discoteca (la disco, dice él); discuten por sus culpas y los reproches: “Perdón, no volverá a pasar”. Y pasaba. Siempre pasaba. Olivia Tiene miedo a la incertidumbre: abandono de la rutina, las llamadas, las citas. Amar a riesgo es mejor que no amar, porque quiere darlo todo cuando ama, así se sequen sus lágrimas; todo en la gratuidad. Teme ir sola por la calle, aunque siempre ha estado sola; de su brazo se siente segura. La inseguridad de no contar quien la espere en el camino, ó, a la entrada de su casa abandonada; titubeó al verse ausente pero lo decidió. Lo decidió. Lo de... Se ausentaría en un viaje, escaparía solitaria; remedio para la memoria. Me mantendré lejos, se dijo.
—No me busques, Bolívar. Devuélveme mi música. El cassette del Gran Combo. Y si no, quédatelo, pero no me fastidies.
—¿Qué pasó?
—¡Nada. No quiero!
¿Finge? Derrama llanto sobre la almohada olor a alcanfor. Almohada que sirve para taparse la cabeza y escapar de su hipocondría. Nadie se da cuenta de su llanto: no lo supieron sus hermanos, menos su padre que la busca para colmarla de zalamerías; coincidía con el pago del mes. Lloraba y aún llora en su sola aquiescencia, atragantada con su propio llanto, sin tener en dónde depositarlo, la almohada no es suficiente: morada se pone fría. La almohada se vuelve costra y se entrapa. El Director interroga el motivo de sus ojos enrojecidos y sus pupilas dilatadas, hinchados de toda la noche y todo el día y todas las horas llora y llora. Me encuentro sola, le dice: ¿Has llorado? Responde: Toda la noche, viejo, toda la noche, pero no es nada. Sonríe con un ángulo plano, hace bromas tontas: los dos a mandíbula suelta ríen, exageran los movimientos, con las manos se estrujan el vientre.
—Haces que me olvide de mis bobadas.
—Ánimo, ya vendrá otro hombre para la mujer mas linda de la tierra. ¡Ya vendrá otro! Te lo puedo apostar, te apuesto el sueldo de este mes, aunque mi mujer me cuelgue.
—No deseo que venga. Quien enjuga mis lágrimas eres tú, el padre que nunca tuve, el hombre que me consuela, el hermano a quien confío mis secretos, el cura que me confiesa, el artista que me pinta, el cantante que me canta, el jugador que me dedica los goles, el poeta que me hace versos y los lanza al viento como la paloma que currucuquea, mi paño de lágrimas. ni lo pensaba.
Ella pensaba:
Éste es mi cuarto: no puedo contemplar mi soledad aquí metida.
¡Me desvela la lluvia de la noche!
Hace falta la mitad de mi cuerpo y la mitad de mi alma ¿Hasta cuándo podré resistir este insomnio? ¿Hasta el día en que mis ojos se desgranen como moscas?, ó, ¿Hasta cuando el sueño baje las cortinas y vengas a ser la otra mitad de mi cuerpo y de mi alma?
—Mejor dicho cuando llegue el santo de tu devoción.
Se levanta de la silla y pasa la mano sobre la cabeza del viejo como al padre que no tuvo, y si lo tuvo fue para reprimendas. Le da pequeños golpes en la espalda, le masajea los hombros y el cuello y se retiene en la mansedumbre de un hombre que respira con la lentitud de la experiencia, sin manifestaciones lascivas por una mujer joven. ¡Dios me lo ha puesto aquí, a usted, viejo! Más no quiero llorar. No. No quiero. No quiero. ¡No! El llanto inflama mis ojos; con el descanso olvido que sufro. Vamos a clase muchachos. Eh, ya están adentro.
—No llores si no quieres.
—Bueno.
El salón la ahoga. Quiere salir del cuadrado que encierran las cuatro paredes: odia el límite que roba el aire, pero se queda allí porque sabe que afuera, en la soledad, llorará. La retienen la algarabía de los muchachos. El sano galimatías de estos chicos es lo único que la sostiene entre el marco de las cuatro paredes, trepada sobre el piso de baldosas: las limitan rectas que van al infinito; trascienden con incertidumbre; ¿Qué habrá más allá del infinito? ¿Baldosas brillantes en donde puede ver su figura recortada por la perspectiva? Abran las ventanas; el calor es insoportable. Abren pero las ventanas no se sostienen; ella pone el borrador de madera entre el marco y el ala, para que permita que entre la brisa de las once, hasta cuando deje de llorar en silencio por las tormentas de la noche anterior. Brisa caliente, olor extraño, sus fosas nasales no quieren que entre también confundidas. Bochorno en el cuello, como si la cabeza fuera a estallarle; se la toma entre las manos y recuesta su hombro contra el tablero lleno de frases blancas. Su blusa se tiñe de cal: no le importa; le importa que le flaquean las piernas y pierde la noción del tiempo y se le bifurcan las paredes y desaparece.
Desde ahora, y antes, ha tenido deseos: esta entelequia no es pérdida de la razón: escape a la realidad. Ha sido un instante infinito, pérdida de la noción de que existe; no se da cuenta del espejo sobre el piso y la burla de los chicos que miran sus muslos, más arriba en donde termina la manga del short que lleva esta mañana bajo la falda. Algo sabe de las debilidades de los muchachos. Ella los cree felices con su clase y se entusiasma y olvida la brisa calmada y la contradicción del bochorno, y la cabeza a punto de estallársele. No ha visto el espejo sobre el piso o se niega verlo: “¿Espejito, espejito, cual es el culo más bonito?” Espejito pequeño que ve pasar su figura invertida al tiempo que explica las partes de la célula. No es su materia pero tiene que darla: ciencias naturales: conoció la angustia de perderla en los lejanos años de estudiante, porque no le gustaba recitar de memoria sino poemas, “todos los seres vivos están formados por minúsculas unidades llamadas células los cuerpos de ustedes constan de millones y millones de células dicen que un adulto posee más de cincuenta billones de células visibles en su mayoría con la ayuda de un microscopio muchos organismos microscópicos tienen una sola célula en el hombre y en otros animales superiores los billones de células trabajan al unísono se mantienen vivas y conservan el cuerpo sano no se duerman pongan atención existen diferentes clases de células pero todas tienen básicamente las mismas características el tamaño figura y actividades de la célula varían mucho son distintas las células de los vegetales a las de los animales Andrés me puedes repetir lo qué acabo de decir.”
Andrés repite como en sus lejanos tiempos de estudiante. Ella ha memorizado el texto de la enciclopedia que guarda con celo en los anaqueles de su biblioteca. Señala y observa los detalles sobre las láminas plastificadas. “Para mañana traigan las partes de la célula animal, ilustradas con un dibujo”. Los chicos dicen, “de dónde las copiamos si en casa no hay libros”. Ella ha dicho, “pregunten a los otros profesores”, ellos dicen, “los profesores no saben las respuestas”.
—¡Bueno, lo miramos mañana, además, los cromosomas!
Resignada recuerda que enseña en un colegio rural.
Los muchachos salen atropellados por la angosta puerta tan pronto escuchan el toque de campana. Olivia, Olivia. Recuerda las oraciones a que era sometida en los años de estudiante con las monjas de Almaguer y las salidas en estricto orden. ¡Qué cosas tan inútiles!, se dice. Un sueño son las largas caminatas para ir al internado, siente como una sensación el ardor en los pies, cuando sus zapatos de plástico los quemaba por mantenerlos húmedos todo el santo día. Cruza el páramo, los chuquiales, resbala y, obligada por el cansancio se sienta sobre los charcos tibios de los prados: tantas horas de camino, sube, baja distancias, cruza cerros verdes, paisajes de pesebre, sobre los caminos rojos, hasta cansarse, obligada se recuesta en la hierba mojada bajo el sol picante del páramo. Como un sueño lejano tiene aquel internado, donde unas monjas oscuras cuidan su virginidad, más que su organismo.
Declama los versos de Aurelio Arturo. “Ciudad de Almaguer:
...Hablaban las mujeres...”
La habla pulposa, casi palpable, altas
Vienen. (La bruma azul ya se desvanecía).
Y en la voz de las mórbidas mujeres
Reclinado, mil años me dormía.
—¡Apréndanlo, chicos!
Siempre tiene versos para ilustrar los actos de su vida. De vez en cuando los recuerdos se estiran en los pliegues de su memoria y se vuelven versos.
Ella
: por qué me ha embelesado el jardinero que poda y saca la hierba de en medio de las plantas mata los insectos ellos dañan los tallos tiernos de los rozos según él mete las manos entre los arbustos que raspan sus brazos curtidos tan curtidos que los garfios no rayan su piel
: el horizonte se ha puesto rosado
: en la mañana el sol pega oblicuo sobre las paredes blancas de las casas viejas deja ver la sombra diagonal de las construcciones informes rústicas sin estilo alineadas en desorden siempre así desde el día desde mi primer día a mi llegada con el peso de las miradas de tantas ojos negros busco cubrir mis necesidades no las maliciosas observaciones de la gente otro día hay en el horizonte nubes rojas como si se tiñeran con sangre llueve y en muchas ocasiones me fastidia el olor mojado de la tierra que penetra en mis sentidos y aviva el canto de las aves cuando vengo a cumplir con mi trabajo dictar clases a los muchachos con quienes miro sus problemas y me aterran las historias sus ecuaciones con incógnita múltiple las de abuso carnal por parte de sus padres me aterra la historia de la hermana de Patricia está en embarazo de su padre la madre tuvo que marcharse para Puracé porque padre e hija no consentían la intromisión en sus asuntos era un desastre la hija con el complejo de Edipo y la fama de haber sido violada camina gacho con el rostro escondido para que no vean su vergüenza ni sabe quien es Edipo todos lo saben la condenan hablan bajo cuando pasa con el abdomen abultado en silencio y la sonrisa perdida desde que comenzó a crecerle piensa la pobre que nadie repara en su estado tan sólo quieren verla cómo anda ni quiere salir de su casa se esconde de las habladurías y de los códigos y de la moral de la gente y de la discriminación y de la malicia dañina con las miradas que hace dar diarreas sin aparente causa
: son aterradoras las acusaciones de tener un hijo de su propio padre
: la lujuria del incesto el amor prohibido el sexo entre padres e hijos una maldición se han quedado sin respeto con el desenfreno animal lo más grave profesora es el enquistamiento ve profe lo depravado no se avergüenza un escondido violador disfrazado de padre que obliga a las hijas a acostarse con él y si no acceden que se vayan profe les dice me lo dice sufren tanto las hermanas por el desenfreno más que nosotras aterrador problema inimaginable las del diablo hace y deshace baila con su rabo y los cuernos a lo sumo muchos abusan profe la sociedad tiene la culpa no los hombres ereccionan desenfrenados cuando ven en el perchero los calzones de sus propias hijas
: otro de los tantos acontecimientos que me hacen sentir impotente y culpable es por qué no los denuncian y si los denuncian por qué no los llevan al patíbulo y los cuelgan de los huevos rayados los tendrán como el tigre que aprendan a respetar su sangre por transgredir el honor de la familia
: escandalizarla el idiota
: escandaliza a la familia y la comunidad vergüenza nacional de la raza humana los animales no hacen eso su naturaleza les impide este hombre es una bestia troglodita por lo menos a mis hijas nadie las abusa pobre muchachas el trauma profe
: psicológico
: cómo podrán enfrentarse a la sociedad traumatizadas cómo pueden crecer libres la única libertad que conocen es el triste desarrollo de su soledad su odio no podrán olvidar la venganza acuñan rencor ningún perdón señora la hermana ha contado que está convertida en mujer de su padre a ella parece terminó por gustarle a él le gusta y no duda abusa de las hijas de sus propias hijas lo acusa su mujer que terminó por marcharse con el peón el padre consintió ella le dejó el espacio para las salvajadas
: qué historias
: deja a las pobres muchachas a su suerte con cargo a un viejo irresponsable trasgresor cretino limitado cruel abominable malparido hijo de la santa madre que lo parió lo abusarían también le tocaría con la corrupción antes de ponerse el pantalón largo sin el menor sentido de respeto con el escrúpulo ido a las inferioridades llamadas patas quién pueda hacerlo entrar en razón que lo haga cómo hacerle saber que a las hijas no se abusan el jardinero con la misma posición todo el día acurrucado sobre las piernas recogidas las dobla para descansar el cuerpo entumido hace montoncitos de hierba después lo quema cuando el sol las haya secado aquí bien sin novedad recostada en el marco de la ventana sentiré el olor tostado de la hierba el sabor ácido del humo talla el madero de la ventana bajo los codos delicados no creí que fuera tan niña dejará una brecha roja bajo el brazo me gusta el suave ardor que marcan las dos líneas horizontales color a cobre miro y froto muchas veces con mis manos no para quitar la costra para sentir el alivio de mis manos tibias para aspirar mi condición resignada la mano izquierda soba el brazo derecho la derecha soba el brazo izquierdo con actitud mecánica llevo el dolor que quiero disfrutar para sentir que estoy viva bajo las nubes que se desplazan lejanas y tiñen de gris el horizonte hoy color azul en las montañas alejadas los negros cerros indiferentes disparan calor hacia abajo hacia las tejas de asbesto otra vez he pasado mis manos por la frente sudo siento el vientre acalorado tengo un deseo remoto por ver al hombre negro que me espera cómo me gustaría estar ahora con el hombre negro que me dice cosas lindas yo las traduzco
: lo veo parado en el filo de la puerta de su cuarto para siempre
: tiene la piel suave como la lana suave de un cordero como la arena tersa del mar que me toma y me arrastra me oculta frenético como si abrillantara con grasa su cuerpo como si a diario lustrara la piel a propósito para que no se entere a lo mejor se entera
: me doy cuenta y siento su lozanía
: lo odiaba ahora siento que lo odio lo rechazo pero me gustaría estar a solas con él hablar de sus secretos guardados tras esa frente fruncida escondidos tras el silencio mudo del monosilabeo que menciona cuando se vuelve taciturno
: sueño pasar mis manos por su espalda desnuda la imagino intensa suave viva tersa caliente como la piel de los negros contemplo su rostro en la clara de un huevo imagino la piel de su torso desde los brazos resistentes y suaves y cuando me estira la mano para que la tome cuando me saluda con las palabras graves salidas del gesto profundo remoto con dos sílabas
: HOLA
: tengo sensaciones extrañas tomo su mano el toma la mía habla y la voz sale de su pecho de cántaro de su corazón voz que cautiva tiene música rima me ha mostrado los versos con caligrafía irregular y me subyugan sus palabras sus frases me transportan no sé hacia qué lugar donde olvido que sufro que añoro deseo olvidar los días pasados de mi locura tras este Bolívar y las angustias de un hombre que juega doble de día tierno de noche una bestia el desgraciado se ha burlado de mí
: lo quise lo quiero para qué negarlo al tal Bolívar algo de él se metió bajo mi piel o todo que aprisiona y cosquillea en mi garganta carece de vergüenza no siente pudor dice mentiras gordas el negro en cambio habla de sus sueños lo que siente palpa y suspira como en los poemas de Railke dice versos llenos de música y encantos palabras que son la suma de su alma todas sus manos son sosegadas su cuerpo es infinito La voz grave sale desde el fondo de su pecho como del fondo de su alma se enreda en su garganta sonorita me tienta me gusta tomar su pelo ensortijado
Ist dort nicht Lächeln? Siehe, stehrt dor richt
In Feldern, die von füllübergingern,
Was win zu einem keinin Aufblühn nringen,
Wenn wirs bemüh in unser Angesicht?
Nächtiges niege konntes Notenbltt:
Die acine Grenzen greft, wo ist die Spanne?
Die Stimme wo, die deine Gipfelhat?
Und deines Abgrunds Bass in welchen Manne?
: cómo me gusta
: busco en el diccionario de alemán para tener el significado todo el significado de las palabras me halaga pero es más lo que quiere decirme que lo que yo significo cuando lo escucho con los ojos cerrados entiendo los versos con los ojos cerrados me trasmuta con mis ojos cerrados navego por los verbos irregulares que suenan como una cascada aún en alemán cuando los lee en alemán cuando los lee como Railke no es necesario que los traduzca la música me entrega un universo y me gusta que los lea ceremonioso con esa voz matizada de altos y bajos un vaivén de sonidos oscilan violentos me transportan y graves graves me hacen dormir recostada en su hombro
: grave
: aún refleja su nostalgia que está en sus manos calientes indican los versos los señala con el dedo rima con el dedo índice las palabras y comienzo a mirarlo obsesionada hoy extraño que no se encuentre parado en la puerta de su cuarto lo siento en el interior con la luz encendida estará haciendo un nuevo poema o leyendo a Railke en silencio pienso en su mano cómo se desliza sobre la hoja en blanco cubre la escritura estrecha tal vez vendrá a encontrarme me mostrará el poema lo leerá en voz alta me dejará pensando cada palabra pensaré que yo habría escrito tal frase tal palabra enlazaría mejor así aquí rima mejor ese sintagma
: o si no para qué pero son exactas las palabras como el poema que declamo cuando me entra la gana de hacerlo y nadie me escucha
I
Tomo tu mano tibia en viaje al infinito
al resplandor lejano del oro cristalino
y busco los cabellos y las sombras
dibujo donde esculca esquiva tu sonrisa
II
Se refleja la luna
con llanto y languidecen los ojos de este cielo rojo
se bate tras los fresnos
verde aviva los fulgores lejanos de los sueños
la silueta destella grabada en el centro de los charcos
III
Viene en equinoccio a beber en tus labios
un día casi eterno
en tu boca la noche se prolonga
comienza con la luna al primo relente
que nos une
La misma luna llena de matinal reflejo nos suspende
En el canto sideral de la fresca madrugada
En este espacio eterno cada vez que te beso
se oculta el astro esquivo tras la sombra de un gato
: habla con frases contundentes
: dice quitá ese artículo la figura es hermosa quiere decirlo con desespero en su soledad no es exacto dormir dentro de un cuarto frío en el solitario espacio de las intimidades limitado por el libre universo se preserva a que nadie viole el lugar de su intimidad preciso para hilvanar aislamientos está tan lejos y tan cerca como una metáfora el único sintagma único sitio para cocinar los extraños versos que escribe arranca la hoja del periódico y la trae y la muestra y la lee y vibra y su voz es un sueño
: y cierro los ojos y me hace vibrar
: siento que respira muy cerca temo que quiera decirle que lo haga porque sí en un lugar donde me gustaría hacerle compañía que pasemos la noche en un entorno oscuro en un lóbrego lugar de uso exclusivo para matar los sueños asesinar pensamientos reprimir aberraciones ocultar sus inclinaciones y mantiene absurdos gustos todos los tenemos como dormir desnuda me gustaría estar allí sentir su piel que ondula sentirlo agitarse sobre mi cuerpo con la respiración sobre mi rostro olor a selva de su loción sus manos toca y toca que mis senos su pene entra y sale se mueva sobre mi vientre y respondo emito alaridos de frenetismo antes del clímax alaridos concientes rompen mi soledad con el oculto deseo altivo qué gusto calmaría el vivaz intenso de sus ojos en la opacidad clandestina de entendernos hacernos nuestros mío yo solo suya en mi egoísmo para qué buscar otros elementos si estamos constreñidos en apareamiento
: pienso en el llanto de sus espermatozoides y mis óvulos con el choque genético por el encuentro de dos cuerpos que entrelazan las piernas quiero porque queremos si la figura laminar forma la célula primitiva cómo se multiplican forman el feto abultan mi estómago siento lejanos movimientos de la vida en el espacio limitado por los jugos de mi cuerpo el asco da satisfacción son los genes los suyos y los míos propina patadas contra las paredes de la placenta es tan diminuto con los ojos cerrados cuida que su cuello se enrede con el cordón umbilical y muera ahorcado
: la muerte consecuencia de la vida
: morir es propiedad segura del hombre
: para que haya vida en el vientre se necesita inmovilidad de peso el crecimiento se agita la vida en el interior de mi cuerpo vive la semilla de trigo para germinar tiene que morir dijo Jesús
: dentro de mi cuerpo recepta las sensaciones las mías responden con las manos que paso sobre la bata ancha de mi vestido el sueño con su piel negra como la de su padre los cabellos ensortijados timidez como su padre maliciosa sonrisa como su padre los ojos grandes y redondos como su padre los dientes blancos destellos iluminados como su padre las manos palmeadas dedos largos muy largos como su padre los pies en el intento de fortalecer las palmas sobre el frío de las baldosas como su padre qué tiene qué no tiene no es de su padre el alma es otra es la única es su alma exclusiva no tiene nombre se llamará Ángeles si es mujer Alonso si es un niño no se llamará como su padre de todas maneras ni como su madre de todas maneras los dos vemos la pantalla cómo crece palpita metido en una bolsa llena de líquido con figura de monstruo en la pantalla del monitor del ecógrafo
: cómo se mueve
: gira y se agita otra vez gira y otra vez se agita el doctor señala con la regleta esta es la cabeza estas son las piernas tiene el dedo en la boca éste es su corazón estos sus brazos este su sexo no no no
: no se determina
: para la próxima oportunidad estará más grande y quizás lo encontremos de frente reímos no es un sueño SÍ es un sueño No esta mañana no estaba parado en la puerta de su cuarto lo sentí dentro rasguña y rasguña sobre hojas de papel con el lapicero sueño en la noche me espera con las hojas en blanco en la mano estirada las alcanzaré por uno de los bordes no vayas a romperlas es la única copia que tengo leo le digo que lea y lee con su voz gutural sale de sus entrañas me pongo colorada siento ardor en las mejillas después retomo el papel ojeo cada palabra quiere que le diga lo que pienso de sus escritos me parecen buenos golpean el corazón estremecen mis sentimientos tengo lágrimas en los ojos no los vuelva a leer lea más lea otra vez y otra con esa voz que guarda una extraña entonación conmueve lee ensueña otra vez le digo con mi silencio sabe y lee y me gusta pero no me atrevo a decirle por favor no leas tus escritos porque me pones la piel grifa
Vinieron los labios dulces de la brisa
a espantar el sueño azul de cielo
Tocaron rostro tórax cuello
Besaron el cristal de tus labios
Tus manos en mi lecho
repartí melancolía envuelta en silencio
¿De dónde? Llegaron en la mañana
en el día
en la noche y contaron las historias de otros días
cuando el sol arrastraba la luna de la mano
: ponen la piel de gallina porque sí
: repite una y otra vez quiero y no quiero es la fuerza de las palabras el poder del texto la fuerza de la naturaleza
: Odio a Bolívar como lo odiaba ayer por una historia sin recuerdo cómo es el pasado tiempos lejanos cuando recorrí los caminos cogida de la mano con esta percepción que me llevaba sobre las piedras por un valle de río devorando arena con mis pies hambrientos o tumbados sobre el prado me hizo el amor sentí las punzas agradables de la hierba el vestido arriba del vientre metía las manos por debajo de mi blusa para tomar mis senos me producía hilaridad y sudábamos ay si no le pongo atención al contenido su voz suena cuando se marcha retumban sus pasos por el largo corredor de madera repican en mis oídos hasta su regreso se adentran en mi cerebro y se queda allí seca me deja porque quiero
: que no se vaya su voz ni se agolpe en mis sentidos sus pasos que chocan atropellados contra los muebles tengo que hacerlo no sé del llanto en tantas noches pasadas en vela cuando decidí abandonar al traidor de Bolívar que lo odio me restriego los ojos con los muñones de los pulgares que sangran él emite quejidos en silencio suspiros infinitos que me sumen el abdomen me provocaban un llanto callado cuésteme lo que me cueste no puedo hacer más caro el desespero por evadirlo por huirle
: el tipo se acuesta con una mujer fea ojo miado de sapo delante de su madre
: también a mí me tumbaba sobre el prado
: tantas veces lo he recogido borracho en los bares de mala muerte de las cantinas por los lados de los lenocinios donde las putas lo peleaban como un trofeo de feria lo toman de la mano y sobre el piso carcomido de los andenes trastabilla bajo la lluvia cae y rebota como una pelota inflada da de bruces contra los muros hospedado en el centro de la calle metido en los huecos que el alcalde no tapa lo veo cada sueño en los sueños despierta
: lo veo
: lo veo
: lo veo
: cómo es de horrible el acontecimiento una cosa es contarlo
: hasta allá he ido para rescatarlo
: lo saco de los prolongados momentos de beodo
: perdido
: su madre dice que se cortó las venas
: intentó cortarse los brazos pero las venas no
: dice me voy a suicidar con las pastillas contra la presión arterial de mi madre
: no puede ser no puede ser no puede ser largas las borracheras el tiempo que no bebe pasa encerrado en su cuarto se le escucha llorar oye al gran combo de puerto rico el cede que no me devuelve con él va a matarse bien matado sea con la rama del tamarindo qué mentira no le hagan caso dice su hermana Fabiola dice eres idiota en realidad soy idiota cómo me dejo llevar a los cuartuchos clandestinos olor a tierra a polvo que entra por la nariz se adhiere a la piel se prende a las ropas y las noches de los viernes después de bailar y bailar y bailar claro bueno si bailaba con el combo del ayer excelente parejo de vueltas y revueltas venía un abrazo me hacía girar sobre el extremo de los tacones y pasaba por mi espalda su brazo cogido de mi mano me hacía girar fuerte y gira y gira y de pronto me jalaba hacia él daba un abrazo y juntaba su boca mojada a la mía descargaba besos húmedos unía sus labios a los míos los ojos cerrados para olvidar el mundo el espacio son mis ojos cerrados siento su olor pero olvido al borracho cargo el cuerpo desmadejado hasta el cuarto se pone furioso porque me niego a que hagamos el amor dosis repetida del vicio una aberración tantas veces repetida
: pará
: Abro los ojos y veo cuan equivocada estoy
: tantas veces
: no contaba con dinero ni para comprar una gaseosa
: permanece así he salido de la retención de su capricho me confunde el tipo negro sus escritos su piel suave me cautiva el jardinero agachado que avanza imperturbable despacio busca la hierba y punza con el extremo del machete rastrilla el trozo de una varilla después hala con la mano y pone la hierba en montoncitos igual que el jardinero el tiempo no avanza la muchacha en embarazo el padre jadea sobre su propia hija vomita semen como un animal ha dicho el doctor Varona los animales no hacen esas salvajadas las hacen los hombres enfermos no tengo por qué juzgarlo de qué vale un reproche no voy a justificar su obra mejor será que lo maten colgarlo de los huevos de los mismísimos huevos mi señora pendejada que le mete a la pobre “pete” la propia hija ni respira por la vergüenza de cargar los pecados que no se juzgan pero está claro es un desgraciado con J con P con M
: tendré que contarle a alguien de lo contrario voy a reventar
: es como si llevara sobre los hombros una carga inmensa como si cargara el mundo
: talla sobre la espalda como si llevara bultos de alambre de púas el peso que encierra este paisaje abruma la geografía perdida de los sueños turbios
: le contaré al negro que para mí no tiene nombre por lo que es porque escribe nunca le he escuchado decir su nombre ni lo he leído quiero que se mantenga como un desconocido
: cuando diga su nombre voy a desfallecer y no quiero escucharlo antes de abordar su presencia incluso si me acuesto con él natural sin nombre lo abordaré para contarle mirá cómo le parece y ponerme morada de vergüenza le cuento de una
: decirle mirá el papá se come a la hija él me preguntará y ella qué dice no puedo responder a ver a ver a ver sí a ella le gusta pienso y le gusta dice entonces qué te importa es el amor entre ellos el amor que hacen las parejas dejá los complejos feministas
: y sí me importa porque la chica es un ser taciturno perdida llora cree que si fuera feliz le importaría el escándalo camina con la corriente del viento para donde sople seguro verá normal y otra pregunta señorita y otra y otra y se cansará de decir preguntas y no tendré que contestarle al final le diré ah con que está bien no es contra natura ni salvaje el gusto de un animal y allí si me aterra esa sorpresa
: mejor no le cuento se aterrará conmigo se quedará igual que yo cimbrado por el terror sobará las manos con furia lo sé porque he aprendido a conocerlo en los escritos por las frases sensibles que declama por su alma frágil y la fragilidad es una enfermedad contagiosa dicen las ideas de sus papeles que me pasa en las tardes a la entrada cuando me espera
:como se para en el marco de la puerta de nuevo me espera con su sonrisa hecha ángulo recto ilumina un horizonte florido y me gusta verlo te esperaba le contaré y dirá qué horror es terrible denuncien eso a la policía dirá cuélguenlo de los huevos
: es lo que pienso
: por unanimidad échenlo a la hoguera colgado de los huevos mi señora dirá tantas cosas más las maldades que hace a su hija
: golpeará con el puño cerrado seguro la pared de adobe renegará con insultos llenará su cuarto de maldiciones no de poemas de canciones de Perales
por haberte lavado las manos y desayunar
por haberte vestido tu solo
por haber dado un beso a mamá
por haber ido hoy al colegio
por haber compartido tus juegos
por haber compartido otro juego que te gustará ...
querrá matar le brillarán los ojos se tornará convulsivo sacudirá los hombros tuércele el cuello deja escuchar el escándalo de su bulla tapa la bulla de los autos y los gritos de la calle querrá tener en sus manos el cuello roto del depravado incestuoso malparido saldrán palabrotas de sus labios en lugar de versos
: qué malparido
: se aman en familia
: negra
: me gusta verlo furioso
: todavía le contaré además lo habré olvidado te quiero por Dios con esa voz desde el fondo de su pecho lo escribirá en un poema me hará sentir bien camino a mi cuarto después de hacer el amor con el mismo color de las paredes de pronto tendrá otro color el mismo vivo matiz rosado de la tarde cuando de medio lado con el hombro puesto en el marco de la puerta y la cabeza gacha me diga lee esto negra leeré recostada en la cama leeré y en el acto pienso en el significado en las palabras olor a esta cama tibia sonido a este lecho con resortes que gira como un círculo cruzaremos las paredes a velocidades espantosas voy a caer salgo disparada por el universo aterrizo en sus brazos sus palabras hablan por él
Que pasará mañana cuando te hayas ido
: desde el papel amarillo donde me ha plasmado pienso que es un hombre justo lo observo bajo el techo blanco bajo un techo que habla
: punto final me dice
: punto final me dice otra vez
: di lo que sientas
: mira cómo estás te conozco vestida y desnuda
: hazme caso por amor a Dios
: de nuevo tu borracho
: no eres el paño de lágrimas que pretendes
: entenderé porque sientes las palabras las escribes con el extremo del alma la yema de tu espíritu te conmueven los hechos y las causas y se queda detenido en el marco de la puerta observa mi espalda sin reproches sé que lo hace detiene la mirada en mi cuerpo mide mis curvas he sentido el peso de su mirada en mi espalda lo he sorprendido cuando me mira lo he visto cuando vuelvo la cabeza tiene los ojos apoyados sobre mi nalgatorio lo sorprendo al acecho de mis tangas sus ojos oscuros copian mis abultados glúteos baja la mirada para excusarse con las líneas infinitas que separan las baldosas del piso perdido entre el color monocorde se confunden con la penumbra de la distancia a través del largo corredor ilimitado sin saber de dónde vengo con olor calle me delata vengo de la casa del famoso borracho le digo vengo de donde MI NOVIO su madre otra vez me ha llamado para que ayude a recogerlo de las cantinas del barrio Bolívar hasta allá hemos ido
14 cuadras
hasta allá va ella
lo sabe
con sus pasos rápidos
nos quingueamos por 14 cuadras
yo con ella
le ayudo de la mano para que suba los andenes
trepa su gordura
estorban los huecos de esta calle
qué idiota he sido
:con ella bajo los avisos luminosos cruzamos el parque las américas el palacio de justicia
hay tantas injusticias
el viejo convento de las vicentinas
vemos los avisos esparcidos bajo los aleros de las casas esquivamos los pequeños faroles negros que apagados burlamos para no golpearnos la cabeza por aquí mataron a marlboro dice la vieja le mocharon el deambular de vagabunda acabaron su bullicio sus gritos sus obscenidades a las putas monjas voladoras por la sexta hummm ordenaba el tráfico con pito de metal sus ínfulas de agente de transito en su locura no le ponían cuita las burlas calle abajo hasta la esmeralda y más abajo hasta el cementerio los pies hechos una almohada una costra de mugre camina y camina descalza el pelo alborotado la falda raída la levantaba para mirarse el ombligo sucio en pleno día se sacaba las tetas y a los hombres gritaba dadme para la leche de tus hijos sinvergüenza no volverá a mostrarlas tristes caídas las lindas puchecas embarradas de la loca se aterraba de los 2.10 MS. de Peter Walton y decía cómo será la picholota como pinta ha de tener un pincel muy largo
: las tetas es lo más lindo de una mujer así los años o la locura la hayan deteriorado tanto que no produzca el menor impulso erótico como una piña desgajada las tenía
: aquí la mataron dice la vieja operación limpieza y aceza como un pato cansado da dos pasos y simula que se divierte observa por el andén las novedades de las antiguas calles y descansa sabe que el exceso de su sedentarismo está volviéndola decrépita
: qué le importa la intención de guardar lo viejo la Torre del Reloj no da horas a ninguna hora la ciudad no le importa la rutina imperceptible ni le importa el parque Caldas ni el olor a orines de hombres sin oficio que lanzan piropos desabridos suegra le cambio a su hija por mi papá idiota no es mi madre es madre del borracho degenerado grotesco malparido irresponsable en pleno martes y qué tal bebiendo
: hace calor
: calor de agosto en la calle
: el sol profundo pega en la cabeza no tengo la culpa a mi lado la vieja se agita voy delante porque a ella no le gusta caminar a mi lado dejo que se vaya atrás sorbiendo el olor a mierda del puente El Humilladero “Los desechables” dejan toda su porquería y la de los perros que sacan a pasear en la madrugada con el sol viche que huele a ciudad trasnochada al nauseabundo de una ciudad límite donde comienza lo prohibido hasta aquí no debe ir sola hay que quitarse la cadena de oro la manilla de fantasía bien te pueden causar daño cuida tu cuello mi estimada señora doña Alicia te arrancan el pabellón de las orejas estuvo que no llevemos la cartera quítate los lujos señorita estimada y cordial éste es un sitio donde la ciudad se parte deja de ser la ciudad culta histórica LA-CA-PI-TAL-DE-LA-POE-SÍA-LA-CIU-DAD-BLAN-CA aquí se resquebraja Popayán y marchamos hacia el norte pasando por la olla del barrio Bolívar vamos hacia el resquebrajamiento la sombra de la ciudad aquí pernoctan los borrachos te sacaremos de allí mi dios y te diré eres un cerdo
: hasta cuándo mijo dirá su mamá
: adiós le diré
: sí
te diré adiós
te lo diré tres veces
adiós adiós adios adios mejor cuatro para que no lo olvide está pensado y planeado y sé cual será el rostro que ponga creo que lo pondrá plano
: tienes para el taxi le pregunta su mamá noooo qué boleta
: bandereada tenaz este hijo de puta no tiene para el taxi me hubieras dicho doña Alicia
no
no
no
es el colmo
doña Alicia
: lo tomamos por los hombros
: pesa el hijuemadre
: sus brazos gelatinosos ponemos sobre nuestros hombros entre las dos echamos a andar su madre le ha buscado en los bolsillos el dinero los bolsillos los bolsillos repite están volteados al revés señal que las putas le extrajeron hasta la última moneda la vieja tampoco tiene dinero nos toca andar con el olor del hombre desmadejado que huele a vómito y sin plata para pagar un taxi a cerveza a cerdo arrastrado a semen de borracho cargado huele a mierda ya lista a mugre a alcantarilla huele mi novio qué rico
no
: la cabeza caída el cierre del pantalón abajo la camisa sin botones su rostro pintado con labial barato pintorreteadas las mejillas y el cuello moretones hematomáticos en los brazos ronca como un cerdo se da cuenta de sus accidentes quiere que lo llevemos a casa
: por la docilidad de su conducta sabe que ha consumido alcohol hasta saciar su desvarío rodeado de botellas oscuras de cerveza y las santas putas del barrio Bolívar
a $ 1.700.oo
por la cantidad que se tomó
cinco por hora
durante doce horas
= 60 cervezas
multiplicadas por $ 1.700.oo c/u
siete por seis cuarenta y ocho
siete por dos catorce y dos dieciséis
$ 156.800.oo ni sé cuánto da le hubieran servido para dejar su degenero
cuatro cajas de cerveza mal contadas
de putas 3 o 4
: no eh
:no le he querido hablar que le hable su madre que lo compadezca ella su santa y puta madre no responde no opone resistencia siento repugnancia y con asco tomo su brazo que pongo atrás de mi cuello recuerdo al negro jamás he visto borracho al hombre que sí me desvela desde hace tanto tiempo en pocos días unos dos días hace un mes día tras día cuando pide que lea sus escritos me espera recostado en el marco de la puerta desde hace tres meses como si hicieran tantos años que lo conozco y le dije a mis hermanos cuando reclamaron por esas confiancitas lo conozco desde cuando coincidíamos en la ruta del bus y parece que nos conocemos desde cuando nacimos
: tomamos la calle repleta de vendedores ambulantes vehículos estacionados que esperan a quien contrate sus servicios para cargar bultos de papa racimos de plátano canastos repletos de víveres cajas de cartón con productos para surtir las tiendas cajas de manzanas con letreros made in Chile duraznos made in California esperan quien les diga cuánto vale hasta mi casa suponen que el conductor conoce y no recuerdan la dirección en seguida de tal o a tres cuadras de mengano
: vendedores de loterías insisten por favor cómprame un pedacito del mayor el vendedor de tintos pone los gigantes termos en un cargador de madera fabricado por él desfile interminable de ofertas tropiezos con la miseria buscan en el mercado con morrales colgados al hombro o costales doblados bajo el brazo llevan en la mano los canastos que estorban el paso y las oscuras bolsas plásticas impiden ver el contenido una sorpresa la algarabía momentánea de los vendedores mi rostro escondido se esfuerza para que no me miren arrastrar el cuerpo dormido de éste mi novio borracho
: hasta cuándo da pena este remedo de hombre por qué vengo a acompañar esta vieja llevemos a su hijo degenerado olor a podrido olor a trasnocho olor a semen olor a estiércol olor a alcantarilla olor a chulo o huevos podridos ni culpa tiene hasta su casa desea que sea la mía no se basta sola va con el cierre del pantalón abajo los botones de la camisa sueltos los cordones de los zapatos desatados el cinturón sin hebilla el pelo erizado y tieso un manojo de cabuya renegro por el mugre acumulado de toda la suciedad de la noche no sabe cuántas noches estuvo con no sé cuántas putas y tengo miedo a l as venéreas
: temo al matrimonio la desconfianza que me da vivir con un hombre inútil que se emborracha con cerveza y su boca huele a sifón de alcantarilla no necesito un hombre así hicimos el curso prematrimonial se ruborizó cuando al cura menciono lo sagrado del sacramento el respeto a la pareja la responsabilidad con la familia criar a los hijos para Dios pasarles la fe no piensa en otra cosa en sus mezquinos deseos metido en la cama dale a la tiradera solo huevo haciendo el amor como a violín prestado “como-a-la-viola-de-su-santa-madre-la-puta-vieja-alcahueta” que concibe el matrimonio como una carnicería si durara es por la cantidad de coitos que se echan al día y la noche no resiste la fuerza ni la paciencia no nos hemos casado y ya me harta con su lujuria le repito doña Alicia tengo miedo al matrimonio doña Alicia me da miedo lo mismo no quiero sufrir como mi madre con qué llanto escondida tras el fregadero en altas horas de la noche supo que mi padre se escabullía tan pronto terminaba los dos sorbos de sopa buscaba la otra vieja la misma con quien vive después de la muerte mi pobre madre-flaca-sufrida ella no comía los alimentos mamá ya comió sí m’ija pero el plato estaba frío enfrente de las tulpas la nata de la cuchuca intacta se paraban los moscos diminutos lograban penetrar la tela blanca los zancudos de pico largo como espermatozoides y se quedaban prisioneros por sus trompas puntiagudas las patas y el culito parado les vibraba
: el fogón apagado doña Alicia ya no iba al monte a conseguir leña qué le importaba que fuéramos ni si ordeñábamos las vacas que daban leche cuando querían o cuando no se mamaban los terneros o ellas mismas se mamaban que les tiraran los pezones no amasaba el queso ni alimentaba a las gallinas no traía los cises ni los guineos ni limpiaba la huerta no molía la caña para la panela pobre desapareció como un encanto se cansó y quería morir una noche se fue para la montaña por la pena de estar sola y burlada sintiéndose traicionada desecha indiferente despreciada quien desprecia a su mujer se desprecia así mismo su propia carne pedía a Dios que la llevara dizque al cielo ahórrame el sufrimiento señor que muerta me separa de este hombre él viene a cumplir su coito y se marcha sin cosuelo va a satisfacer otras mujeres otros coitos con putas de la misma talla cumple también el coito del día para ti para vos conjugaba el verbo coitar haciendo maromas con su pene Dios se la llevó de en medio de nosotros sí quería morirse y cuando uno quiere a lo mejor se muere
: grave se enfermó le dolían las entrañas más que las entrañas el alma la decepción es un dolor profundo en el centro del espíritu
: sabe papá le dolía tanto el alma que no podía tomar con sus manos el machete y el cucharón decidieron traerla al hospital cuando había tomado la decisión de morirse y murió en el camino con los ojos marchitos viendo el llanto de mi padre y sus juramentos que le haría un monumento eso dijo que pagaría sus ofensas se le desprendían las entrañas que las tenía deshechas
: la causa de su muerte porque sí
: con este hombre que llevo perdido de la embriaguez no voy a casarme n riesgos doña Alicia hágalo usted si tanto quiere
: cruzamos la avenida esperamos un espacio para cruzar rápido doña Alicia me duelen los hombros su peso de idiota cuelga sudan mis manos avanzamos pesa por la empinada del puente el humilladero la vieja se detiene aceza cansada sufre del corazón aceza tiene que tomar infusiones de valeriana aceza con agitación se ha engordado aceza pienso que va a caerse como un pollo aceza la veo con los labios morados
: me detengo le digo siéntalo en la banca como si no llevara del otro lado trastabilla agotada de soslayo observo quien nos puede estar mirando el sol raya nadie nos mira oblicuo el sol se mete por las sombras avanzamos con pasos de peso ya los alcohólicos abren espacio en la banca en el parque Mosquera consumen licor tres dormidos sobre el piso no se enteran otros hablan con voz apastusada tienen la piel cetrina-brillante-amarilla-verdosa la piel de una pera uno tiene voz de aristócrata hagan el favor de darle un trago al abogado para contradecir en las discusiones del día lleva una maleta d emano color café pide puesto y un trago se sienta en medio de los borrachos con el maletín de cuero sobre las piernas Popayán respira una resolana tibia
: por qué tengo la impresión de que la ciudad está de luto
: los hombres se estrujan el abdomen la maleta sobre las piernas los codos sobre la maleta la mandíbula sobre las manos no veo si le dan el trago grita que viva el doctor Galán avanzo me esfuerzo tiro de la mano del borracho la vieja se levanta y toma al borracho callada lo carga del otro lado para internarnos en la calle sin reparar en los balcones de color verde ni en las paredes blancas ni en los techos renegridos por el paso del tiempo ni en la penumbra sentada en los huecos de la calle donde están escondidas las sombras
: sobre las tejas indolentes no reparamos ni en las nubes ni en la amenaza de lluvia ni en la resolana con su tibio esquivo ella y yo continuamos avanzando con la carga de las sesenta cervezas acumuladas en la cabeza del desgraciado y los polvos con las cuántas putas que paso al sacrificio
: y los gases del borracho allí está el vendedor de periódicos no extraña la pintura barroca de un cuerpo doblado que cuelga de dos mujeres una vieja la otra idiota igual no repara en el rostro del borracho pero nos regala una larga mirada como se mira a los desconocidos con lástima no me importa lo suyo haga señorita de su culo un candelero no colma su interés lo que hacemos en la calle no le importa el espacio eres libre señorita incluso para que su degenerado se emborrache todos aquí son adultos incluso los gamines no existen restricciones ni franjas especiales la calle es un país libre se puede hacer el amor y nadie se entera pueden nacer los hijos y nadie es su padre la calle es el recuerdo de las propias y ajenas borracheras
: sin reparar en el vendedor de periódicos avanzamos no nos fijamos ni en las palomas que buscan granos de arroz por las veredas del parque bajo las gigantescas araucarias que se levantan en los espacios verdes ni reparamos en la estatua del sabio indiferente no se duele del olor a orines y mierda o los residuos botados sobre el prado para que se pudran ni se duele del marihuana y el bazuco que se fuman
: los vendedores ambulantes transitan con las ollas entre cada lustrabotas les proveen el tinto de la mañana en vasos desechables ellos abandonan el vaso sobre el piso para que respire humo blanco dan otra brilladita y después lo beben en dos sorbos bajemos por la novena dice la vieja bajemos digo el borracho puja vamos por la novena solitaria y esquivamos un que otro vehículo que salpica de agua-lluvia las paredes
: bajamos sin reparar en las casas con las puertas cerradas dejan las ventanas abiertas para que entre el sol mojados los techos están frías las paredes las calles oscuras a la vieja le importa su cansancio y la distancia gris de sus límites visuales empañados con los vidrios de las vitrinas el palacio de justicia está muy lejos la calle es una simbiosis ambigua de estorbos con esquinas que son una sorpresa no ocurre absolutamente nada
:tras cada esquina las calles son un sitio seguro otra aventura aparecen las cuadras largas con el peso de este cuerpo en la siguiente esquina la vieja obliga a detenernos además de vergüenza parece que voy a morir de hambre
: el espejo del baño empañado la yema del dedo duito el vaho pegado en el rostro me observa desde el otro lado con lástima aterrada soy tan pendeja lo hice esta mañana juzgó mi actitud natural libre de culpa
: soy culpable qué hago con este borracho recostado en mi hombro hace piso con sus piernas gelatinosas zapatos de anticuario en el borde de la calle las celdas que no encuentro una abeja merodea trozos de azúcar ni deseos de despertar tiene
: llegamos la casa con tejas verdes esta cruz a cuestas será la tuya mujer mi querida señora Alicia porque yo desaparezco
:paredes azules puertas marrón aire húmedo recoge el olfato toda una noche lluvia en la once la vieja no encuentra las llaves
: puerta hacia dentro está la privacidad la alcahuetería el parricidio parece que olvidó las llaves golpea furiosa con el muñón torcido ya voy gritan desde dentro se demoran cuento uno dos tres cuatro cinco sesenta un minuto sesenta y dos esperen estoy en la ducha
: una eternidad abren subimos el borracho a su cuarto se desmadeja como un estropajo viejo rápido bajo las gradas la vieja me pide llorando
: quédate con él quédate por amor a Dios quédate mirá que
: que me quede no la escucho observo sus labios de caballo me parecen espantosos mucho más caídos y espantosos que los labios de su hijo borracho no quiero quedarme su voz suena como un tarro hueco vas a ser su esposa me dice ni yo lo sé querida doña Alicia si lo supiera me negaría tengo que ir al trabajo le digo salgo despavorida huyéndole a la vieja
tengo que huir
huyo porque sí
su mujer
me espanta
tengo miedo
terror
me tiemblan las piernas
: gracias doña Alicia tengo que ir a trabajar le repito desciendo caigo no siento los pies ha vuelto a llover la lluvia es buena piso quiero mojarme la ansío voy por el centro de la calle agarro mis manos tapo mis labios quiero enjuagarlos que asco jamás volveré a esta desgracia lo juro por Dios son claras las señales para librarme de volver a la once así te parezca linda esta cola
cómo reparto el dinero de mi sueldo
$ cien mil para el arriendo
$ cien mil para el mercado
$ veinte mil para el transporte
$ la cuota del banco
$ la cuota del almacén de ropas
$ cuarenta mil para el almacén de electrodomésticos
$ cincuenta mil para mi papá
$ diez mil para el semestre de la universidad de mi hermano
$ me han pedido para la matrícula de mi hermana
$ la plata no alcanza
: viene el circo ruso no me alcanza la plata por nada del mundo voy a perdérmelo prestaré si el negro no me invita al borracho no le gusta el arte duro para un cochino más sabe de mascar hierba como un burro
: no quiero ni voy a regresar le diré por la noche no más por favor no más no responderá vendrá acariciará mi rostro mis piernas hará que me acueste sobre la cama querrá hacerme el amor Huyo Huyo Huyo no más le grito no-vuel-vas-a-to-car-me-Bo-lí-var grito histérica no volveremos a vernos vine a decirle lo siguiente dos puntos y aparte los dos hasta aquí salgo de su cuarto bajo las escaleras grada a grada diecisiete gradas la puerta está abierta salgo a la calle tomo mi rostro la vieja viene tras de mí llueve de mi cuerpo quiero arrancar sus caricias llueve huyo voy a correr muchas cuadras
: bajo la lluvia camino con la sensación de que la vieja me persigue es la lluvia con su siseo pausado e infinito miro hacia atrás la pobre no puede dar pasos está que muere de cáncer en la laringe la lluvia lava mi asquerosidad la vieja en la puerta con un paraguas en la mano pasa digo su nombre ni es para el olvido cuando volteo la esquina se pondrá mala de la artritis espera grita no la escucho no quiero sus llamadas no me importa ni tengo por qué cuidarla
: entro a mi casa sin darme cuenta el hombre negro esta parado en el marco de su puerta me dice qué te pasa no le respondo ve que lloro mezclo una sonrisa con mi llanto me estira su mano voy a caer cómo me duele el cuello me pide que entre a su cuarto entro cogida de su mano por primera vez hay una cama una mesa repleta de papeles escritos a mano varios libros sobre el piso una grabadora grande sobre una silla la cama tendida con una ruana a rayas es peruana dice lana de llama palpo su suavidad y me recuesto sobre ella echo a llorar inconsolable
: lloro lloro lloro pasa la mano por detrás de mi cabeza soba mi cabello hace masajes en mi cuello en mis hombros pide que me relaje masajea mis hombros otra vez mi cuello pide que me acueste bocabajo tamborilea mi espalda parece que voy a dormir se ahuyenta la sensación de asco seca la lluvia de mi cabeza con su toalla olor a limpio toma mis manos lloro lloro lloro soba mis dedos va a tocar mis piernas lo dejo no las toca sigue soba mis manos no me pregunta qué me pasa se da cuenta que no quiero hablar me dice está bien ya ya ya no llores no está bien que sufras levanto mi rostro los ojos enceguecidos eres muy linda para perder tus lágrimas me ofrece una toalla olor a cardamomo seco mis ojos expulso una carcajada para no dejar salir el llanto
: otro día te cuento le digo y doy otra carcajada entonces el negro ríe me quedo dormida
: despierto el hombre está sentado en el piso escribe en su libreta de periódico me levanto dice cuando quiera puede venir a llorar a mi cuarto reímos limpia mis lágrimas con su índice besa su dedo lo soba húmedo en la otra mano que empuña y la mete al bolsillo cómo guarda mi llanto
: me marcho
: siento la mirada de sus ojos pegada a mi espalda carga su mirada contra el peso que llevo y me siento liviana con la mirada de un hombre que se fija en mi espalda por qué está ahí el cobrador averigua cuándo consignan el salario ofrece un préstamo por joyas afuera del cuarto está la realidad se desvanece la voz del negro que me cautiva me desvanecen sus poemas y los versos de Realke me siento libre del borracho por qué lloro y lloro y lloro y lloro cuando todavía recuerdo lo que me pasa
: dos boletos para el circo ruso dice el negro quiero que me abrace pero sólo me muestra los boletos si necesitas dinero te presto
Pienso por Él:
Huele a alcanfor. Sin duda tendrá en el fondo de su baúl las aljófares níveas para preservar sus pertenencias de grillos y cucarachas. Toda huele a alcanfor: porta una fragancia que ofende los senos profundos de las fosas nasales. Su cercanía me provoca pertinaces estornudos precedidos del agitar de los músculos del tórax. Su presencia entonces es un caos olfativo pero la resisto. Tiene además el olor nítido a mujer; el olor a mujer es de las pocas cosas que puedo disfrutar a plenitud; tienen olor indefinible; olor inexplicable: huele simplemente; es un olor que satisface.
Esta vez vino como los otros días, con fragancia tozuda. El autobús se detiene en el borde del paradero para evitar que la lluvia salpique su vestido, sube con dificultad apoyada en el pasamanos de la registradora, hace un recorrido visual por el interior de la bóveda del transporte, busca en su bolso un billete, lo extrae del fondo y ajado lo estira al conductor, quien recibe el pago con el brazo volteado hacia atrás, da en monedas las vueltas acompañado con un ronco, Gracias. Con la misma parsimonia avanza por el pasillo agarrada de los tubos cromados de la carrocería, para no perder el equilibrio. Miro a mi alrededor: a la derecha, fila de sillas ociosas, hacia atrás, asientos vacíos; sabía que hacia adelante las butacas permanecían desocupadas. Sillas, asientos, butacas, cualquier sinónimo, sin pasajeros, pero, ¡Oh, no! se sienta a mi lado. Trescientos sesenta y cinco días, dos veces por día de sentarse a mi lado, con el silencio de ahora, con el perfume a alcanfor de ahora: olores de su piel encima traspiran jabón de fragancia loción agradable sensación de mujer olor a tantas cosas, la misma rutina de cada trescientos sesenta y cinco días del año sentándose a mi lado: ¡A mi lado! ¿Tendría yo la culpa por dejar vacía la butaca del borde? Tal vez ella culpable por romper la soledad y el helado clima de esta mañana con recias lluvias. Tengo la diaria rutina de alzar la mano, poner el pie derecho en el estribo como si intentara abordar un caballo, digo, Gracias, pago el pasaje, avanzo por el pasillo para sentarme en la misma silla del lado derecho, busco recostarme contra el vidrio de la ventanilla que me permite observar el frío; me complace mirar el paisaje que pasa como si alguien moviera una pintura delante de mis ojos, con la diferencia que el cuadro está ambientado por la bruma que se eleva desde el piso húmedo, y, los árboles y las vacas y las casas enmarcadas en la lejanía se mueven hacia atrás, paradas sobre el borde dibujado en la distancia. Gusto de la policromía opaca, del silente transportado con el impulso del bus en su avance célere por el centro de la calzada. Trescientos sesenta y cinco días, dos veces al día de subirse en el paradero contiguo y venir a sentarse a mi lado, me embadurna con su olor y la pasividad de oscilar al ritmo del transporte público, tim marin de dos pingüe/ tutara matara de dos quien fue, la peregrina posa su penetrante olor, suelta su nostalgia con un colorido que matiza la piel de su rostro, de sus manos delgadas, almendras, el cabello descuidado sobre los hombros, los ojos perdidos en la distancia, pasa el paisaje a medida que el bus se introduce en la ciudad, hoy, entre la penumbra de esta mañana, la misma mañana de todos los días.
A diferencia de los trescientos sesenta y cuatro días, que han precedido este día trescientos sesenta y cinco de encontrarnos todos los días, en la mañana, a la misma hora, cuando transito al centro, lleva un vestido negro, color negro satín que brilla en las partes de su cuerpo donde se estira. Brilla. Brilla en su espalda, en su abdomen, en su trasero que semeja una pera gigante: en contraste su vestido habla chirridos arcaicos si roza mi cuerpo; ella no habla: es el silencio que no puede guardar: la indiferencia de coincidir en las horas y el transporte que adivina el encuentro, y ocupa la silla del lado de mi asiento aunque vacío permanezca el resto del bus. De pronto, ¡Quiere hablar! Noto desde cuando posa su trasero de pera partida en la butaca. Su rostro hoy no es esa cara sombría de otros días; no es indiferencia por dejar el cuerpo apuntalado en la butaca que sostiene contra mi hombro. La piel almendra rosada, matiz de débiles rubores, por las mejillas con que busca romper lo rígido de saber que no hay palabras. ¿Qué fragmenta la monotonía de un viaje obligado? ¿El capricho de aceptar su compañía silenciosa? Treinta minutos perpetuos dura el viaje por las calles atestadas de vehículos. El bus abre camino a la congestión humana, escudriña resolver la inmediatez de lo cotidiano, la costumbre de dejar la casa a tempranas horas para vivir la algazara del centro.
Arrellanada junta sus piernas, toca sus rodillas entre sí, blancas como su rostro, redondas y firmes como el mundo: piedra caliza, mármol rosáceo, tinte de luz, reflejos matinales del sol Tiene tintes de pulpa de papaya, pienso en la hartura de no pensar en nada, resisto el aroma, su lozanía inunda mis gustos olfativos. Una de sus manos toma el borde superior de la silla contigua; con la otra agarra su brazo desnudo estirado hacia adelante. Me queda el roce de su antebrazo contra mi hombro; grifo permite el contacto con su piel sedosa. ¡Es pulpa de papaya! Vuelvo a los pensamientos que rompen la pereza bajo el zumbido perceptible del autobús con el desgarre del espacio hacia la calle gris: charol regado en una franja que se abre a medida que el trasporte deshonra su descuidada posición. Ella arregla cada fleco de su vestido, los riega descuidada desde sus piernas hasta el límite de mi pantalón; su cartera de hule viaja sobre sus piernas: arrellanada en el espacio reducido de la silla, como si fuera a vivir allí toda una vida, y, en esa tranquilidad de fiera en guarida, mantiene los ojos clavados en el vidrio que nos separa del conductor, la misma distancia con la inercia del movimiento continuo a un vaivén superficial. Sus ojos acompañan su silencio, invariables y fijos hacia adelante, en pasividad deja que el transcurso del desplazamiento se haga paulatino y eterno.
¿Por qué llevas hoy vestido negro? No lo sé. De pronto es el último viaje de mi vida, ¿Y?, ¿no es posible en el último viaje de tu vida vestir de otro color? Se muere de cualquier color y con cualquier fragancia: ¿Por qué tiene que ser negro? No lo sé, De pronto, ni negra será la muerte, puede ser roja. La sangre desparramada huye del cuerpo, los ojos cerrados: cuando cierro los ojos veo luces rojas, quizás la muerte sea roja, Puede tener color indefinible, lo que no existe desde estas percepciones. Sí. Concluyente: con un diálogo imaginario buscaba adivinar la percepción de sus sentidos. Visto en sus ojos, y en la manera como se ampara en su boca, escucho la expectativa de recibir la orden para sus oídos: Responde: Te hablan. Carga una sonrisa lívida que deja ver el filo de los blancos, pensaba, Dientes amarfilados en orden dentro de la brecha de sus labios entreabiertos, tímidos, dan una disposición de flojedad, prolongan la bruma de la mañana al interior de la comisura y con el dejo acomodado de la eternidad: el tiempo aburre esta mañana cuando no augura acontecimientos insólitos, la memoria del encuentro consuetudinario repetido hoy, en esta mañana de neblina de los últimos días. No existe el miedo: la ciudad, sus calles, las casas al borde de la avenida esperan que las lleve en los autos que transitan en el mismo sentido, una lucha de motores por hacerlos avanzar, fortuito encuentro de descubrir lo mismo que podíamos encontrar todos los días sin salir de casa. No existirían sillas vacías dentro del bus ni conductor que dé reflejos de no-me-importa-lo-que-hagas, la mirada del chofer a través del retrovisor observa nuestros rostros solitarios, puestos uno al lado del otro, separados por dos hombros que se apoyan con el límite de no juntar los rostros. Tampoco existe el bus. El ruido del motor es un vaivén que nos introduce por el hueco abierto de la calle y nos guía a destinos imprecisos. Del absorto nos saca el arranque desde el cruce que impide el semáforo y el bus toma la avenida, conserva la prisa que trae al abordaje.
¿Has quedado viuda?, le pregunto. Inquietud con el atomismo de no dejar salir las palabras. No hubo respuesta, ¿No escucha? o ¿Las palabras nunca salieron de mis labios? Intento romper el silencio, lucho cuerpo a cuerpo por despedazar la insistencia. ¡Ah!, una relación fundada en los roces perceptibles. Eran las preguntas inaudibles que buscaban sendas propias y respuestas con la locura del desvarío sin espetar una replica. Esta insistencia de asociar su lúgubre indumentaria, con el concepto obituario impregnado del silencio. La asociación misma y su lánguida replica: el silencio de su acomodo, vívida, la eternidad de un viaje aislado de murmullos. Tanatos y Eros confundidos en una historia intrascendente, alzada la imposibilidad de vivir de los recuerdos, la puerilidad, una rutina que no tiene más significado que la misma insignificancia. ¿Por qué? ¿Cuál es la pregunta precisa para romper el hilo-límite en donde nos mantiene sumergidos nuestro desconocimiento?, y, ¿el silencio mutuamente compartido? ¡Has un esfuerzo! El martillo de mi memoria da órdenes a diestra y siniestra: la variabilidad de la ocasión que no permite asociar términos y palabras: avanzamos en el viaje de los diálogos adivinando las respuestas, ahogados en la mudez eterna.
Sus rodillas juntas, el bolso sobre las piernas, el cuerpo erguido acentúa el aire con que se empeña en apoyar su hombro contra el mío. Límite vivo de una relación en la neurastenia del silencio. Silencio vacío al fin y al cabo. Un lenguaje sostenido, oculto, presente en el ronroneo violento del motor del bus.
¡Que frío hace!, lo había dicho. ¡Qué frío hace!, dije. Nos miramos, encuentro de ojos, cuatro ojos, ojos profundos: una mirada penetra al fondo del mar escondido tras sus pupilas. La miro hasta el extremo de mantener la mirada fija. Arde la pupila y no cambia de actitud, leve gira su cabeza y mantiene los ojos clavados en mi rostro, nada en el charco de mis ojos, me punza con los alfileres de la oscura luz de sus ojos negrazos. Trasmite sensación de estar viva: mi sangre fluye, el cerebro produce chispas interiores, el hígado segrega el líquido biliar, los riñones recogen los residuos del cuerpo, los pulmones se llenan y vacían con oxígeno y gas carbónico e impregnan los órganos de vida, el corazón bombea incansable con la orden del cerebro para acelerar el ritmo, los oídos abiertos, todas las glándulas en alerta máxima: la saliva fluye: trago saliva. Un movimiento urgente: tapo mis pómulos, agarro mi rostro con las manos: también es una orden del cerebro. En un movimiento paulatino ella toma su barbilla y acaricia sus labios. Una extraña vibración circula por el flujo de mis venas: lo sentí, el cosquilleo rígido arranca desde los dedos de mis pies, aborda los tobillos, más nítido en las pantorrillas, en las piernas sobre los muslos, hormiguea en el abdomen, es acelerado el latir del corazón, se crispan los dedos de mis manos, el pulso en mis muñecas se precipita, la sangre corre rauda por los brazos entumidos puestos sobre las piernas, borbollones se agolpan en el cuello y ascienden por los femorales con impulsos calientes. El calor abraza mi cabeza, me hace cerrar los ojos, entrecerrar primero, aprieto los párpados hasta percibir una sensación de dolor leve y, espero sus labios. Una brisa tibia amaina el calor de mis mejillas. A través de mi boca entreabierta espero el depósito de sus labios. Espero. ¡Expectante espero en la resignación del laberinto que da disfrute y sufrimiento! Espero. Un tiempo eterno trascurre en levitación por satisfacer el deseo alimentado trescientos sesenta y cuatro días: una satisfacción de vencer el tiempo, de culminar la rutina, de palpar el rostro color de lozanía: color de almendra rosada, piel suave de mármol.
Pasado el infinito en una mañana bruma-lluvia-bus, detenido en la esquina, antes del semáforo está de pie, toma la barra que cuelga del techo camino a la salida. Miro su traje y cómo los flecos caen con la misma indiferencia con que transcurrió el viaje, su hombro contra mi hombro. Buen día, dice, Buen día, respondo. La veo descender llevándose mis ilusiones y las preguntas de por qué hoy viste un traje negro. Presiento que algo debajo de las uñas del destino nos unirá más allá de los hombros. Lo último que dijo fue una sonrisa, con el significado de que cada día seguiría sentándose a mi lado a la misma hora.
...nombre. Apellido. Dirección. Teléfono. Lleno los datos de un formulario, para afiliación a la seguridad social, si quiero tomar el empleo.
—...tenés que llenar las cuatro formas —me ha dicho el funcionario—: Uno, por, uno, en original —explica.
Extraño tanta minucia y lo observo; según las normas para registrar los nuevos empleados del magisterio, pide que llene todos los espacios.
—...los espacios sombreados son exclusivos para la oficina.
—¿Y para qué tres copias, si las tres dicen lo mismo?
—Una para salud. Otra para pensión...
—¿Y la otra?
—... para riesgos profesionales. La última para el archivo.
“Riesgos profesionales”. Voy a trabajar y desde ya, creen que voy a morir, pienso.
No lo miro. Observo el reloj colgado atrás, arriba de su cabeza, en dirección a su silla giratoria. Siento que repara en mi vanidad, en mi vestido negro que este día huele a alcanfor. Ayer no más me notifiqué del nombramiento; muchos días anduve tras él, dos veces al día durante muchas semanas, todos los días de la semana, sesenta veces al mes, mañana y tarde, más de un año pidiéndole ayuda al doctor qué, al doctor tal, a la fulana asistente del Senador: la mujer que hizo el Decreto es hermana del hombre por quien lloro, sí, de aquel sinvergüenza.
—¿Los estás llenando con tinta negra? —pregunta el funcionario. Creo que intenta romper la monotonía. Quiere hablar de algo, de cualquier cosa, y con alguien. Mi deber es conservar la diferencia; no lo conozco ni puedo conocerlo, no puedo ser su amigo. Hay que guardar las distancias: nada le debo: nada que pagarle: nada le deberé al final de las diligencias de posesión. Veo su entrecejo en extremo fruncido, tiene el rostro apeñuscado y todo el cuerpo contrito, hecho de cartón para decir qué tienen que hacer quienes acudan a su oficina si quieren el puesto. Parece el proveedor, se asemeja a como si estuviera sentado en el retrete haciendo el esfuerzo de un estítico. Al comienzo, y este es el comienzo, tiene una actitud inexpresiva, nada dicen las líneas de su cara. Emite una fingida influencia de ser quien es, y te dice: puedes ir a tu trabajo. Extiende encima del escritorio un sobre con el membrete de la Secretaría.
—¿Tiene algo que ver la tinta negra?
—Lo exige la doctora, que los llenan con tinta negra.
No respondo. ¿Por qué la doctora? ¿No tenés personalidad? ¿Todo lo hacés porque la doctora dice? ¿La doctora para allá, la doctora para acá, que la doctora viene, que la doctora va? Continúo diligenciando las formas. Ridículo, pienso. ¿Qué tiene la tinta negra? Me ha dicho el negro que yo poseo la manía de contradecirlo todo: protestas por todo, me dice, siempre muestro mis desacuerdos, alego, discuto. ¿Tendrá razón? ¡Ah, el negro!, cuánto tiempo de ir y venir en el mismo puesto de bus en la mañana. ¡Bueno, hoy no contradeciré a nadie, lo juro, negro, por ti no lo haré! Mi lapicero tiene tinta negra. Qué me cuesta; de todas maneras me parece un pedido ridículo.
Suena el teléfono ring, ring, ring, monótono. Largo. Sirve para un pequeño sobresalto que lo hace expoliar con brillo diferente, como si intentara emitir una sonrisa y se queda con el juego de su estatua que parece llegar hasta el techo. Mis manos raudas taponan mis oídos. El hombre produce un criicsh esporádico cuando descuelga el auricular. “¿Si?”. “Aló”. Se queda en silencio. (...) Pensó que escuchaba la conversación. Lo miro. Ya no me mira. Hace girar la silla, está ahora de perfil y levanta el mentón. Con un temblor continuó tamborilea en la mesa, hace vibrar los pies sobre el adoquinado del guarda-escoba, está nervioso, lo llaman para interrumpir su pereza, todo un desborde de inquietudes, vibra como una telaraña. Escucha con los ojos entrecerrados. “Ahora no”. Se toma la barbilla. “Ahora no, por favor”. Pausa. “Estoy muy ocupado”. Pausa. “Que le...”. Pausa. “¿Dice?”. “!Por Dios, hasta cuándo!”. Las palabras se atropellan en su boca de pez, estirada con la furia de contestar porque cambia el sentido de sus ojos. “Si, me escuchas” (...) “Estás escuchándome” (...) “!Que te quede claro! :” (...) “Lo demás es tu problema” (...) “nos vemos en la noche.”
Ha girado la silla para descargar el auricular con fuerza, deja ver el rostro que toma color verdoso, lo miro de reojo y es como si no lo mirara, para decirle que no me importa ni me importarán las peleas con su mujer o su madre, o... desea que lo mire compasivo, callado me mira y observa el formulario que no termino. Toma las copias diligenciadas. Me abruma que me mire... es como si en la mitad de mi pecho tuviera el formulario. Mis senos no son esas hojas amarillas.
Intento buscar en mis rodillas las respuestas: si toco mis rodillas, me produce un extraño conflicto que no me satisface. Es un lugar brusco, como papel de lija, donde puedo sentir leves rugosidades que me ocultan los nervios, por eso las tomo y froto muchas veces. En las rodillas están mis seguridades. Para un hombre tocar las rodillas no significa nada, es la parte de su cuerpo sin significado. Ahora me mira lerdo, como siempre mira, con ojos cetrinos que se pierden en el fondo de un rostro con huesos prominentes, y desaparecen bajo un brillo de ausencia. ¡Tiene miedo! Alguien del otro lado de la línea lo conoce: ¿Su mujer? Las mujeres regañan por teléfono, creen que del otro lado hay testigos que dirán: témale a tu mujer que está furiosa. Del otro lado de la línea nos sentimos seguras. “Ahuyenta a tu mujer que cuida los chicos de la casa; cuídate de tu mujer cuando no quiere arreglar tu ropa ni cocinar; preocúpate de tu mujer cuando deja los cobertores arrumados sobre la cabecera. Cuando tu mujer alza la voz... cuando tu mujer pide que descargue sobre ella el impulso de tu mano abierta, estás al borde de ser víctima de una mujer que fragua tu asesinato. Las mujeres somos malas, muy malas, podemos poner estricticina en la sopa: dos gotitas bastan para deshacerse de un marido que intenta arreglar las cosas con sus razones y las manos abiertas sobre el rostro.”
No me escucha, no digo lo que pienso, mastico ahora que tengo rabia; tiene la misma estatura del hombre que odio: ¡A este también lo odio! No lo conozco pero lo odio. Odio su porte, su semblante de idiota, su mirada de lascivia, el tono de su voz, las caricias que da al teléfono como si en él guardara el tesoro de su vida. No tiene palabras, sus gestos son actos mecánicos que deja sobre el escritorio, aprendidos con los años de enmohecer tras el nombre rotulado de funcionario público. Muestra ansias por evacuar, quiere desocuparse de las obligaciones que nadie vigila.
—¿Adela? —llama caramelozo. Es la voz que intenta disimular. Como no lo escucha llama por la bocina del teléfono después de marcar tres dígitos.
—¡Adela! —grita— ¿Puedes venir un momento? —dice y cuelga el auricular.
Lleno la forma con cada minucia, en un intento por copar la intimidad. Preguntan hasta de qué voy a morir, y a qué hora, “cada copia en original.” Llega la secretaria y quiero marcharme; el hombre pide explicaciones, no me interesa, dejan al descubierto sus intimidades.
—Me ha gritado, acaba de llamar. ¿Sabes algo?
—¡Cómo se te ocurre, Aurelio!
—Me trató de idiota.
“Se lo merece.” “Y, lo es, todavía no se da cuenta.” Supongo que hablan de la llamada y supongo bien.
—No es mi culpa.
—Si que no. Trae las otras copias a la profesora.
—Que las llene después.
Da órdenes y me mira con desprecio como si fuera su mujer. Entrego las formas que he diligenciando; me las devuelve.
—Tráelas con estos papeles —dice y me pasa un trozo de papel manchado; parecen manchas de café. No sé por qué tengo miedo de darle la espalda. Los dos me miran, esperan que me marche, para continuar conspirando en mi contra. Lo sé. Somos enemigos. Antes de conocernos somos enemigos. El representa al patrón...
... registra con mirada huidiza el rostro idiota del hombre que traspira su posición reposada, el aire entra por la nariz filuda sin olvidar el nombre, dueño de unos ojos brillantes, encuentra respuesta en el diálogo fugaz de ayer con miradas desconfiadas, entiende las perspectivas recónditas tras las señas fruncidas, no deja traslucir ningún asomo de sentimiento humano, levanta del escritorio la forma adherida del vidrio y deja notar el recalcitrante verde del escudo de su equipo; lo exhibe con orgullo en su papel de anfitrión, y cuando se entera de los ojos negros de la muchacha y que se llama Olivia, mira impasible la figura del escudo coronado con tres estrellas blancas, toma aire de importancia y las fosas transformadas en vanagloria orgullosas se le agitan.
—¡El Deportivo Cali! —dice. —El deporcali. Perdió el clásico del domingo, pero continua siendo mi vida. Todo en mi vida. He ido a rabiar al estadio, los jugadores estaban con los pies pegados a la grama, pies de plomo, unos le ponen el alma a la camiseta, sin duda echan al técnico, un pendejo irresponsable.
...bañó el rostro del hombre con indiferencia, y, él, a ver si se entera lo inoportuno de su comentario, continua con los hombros levantados, pavonea su orgullo, se acomoda en el extremo de la silla: ella siente dolor bajo las piernas, tiene que estirar la corta falda de lanilla que lleva este día, cuando no se encontró con el negro en el bus porque vive en el apartamento del tercer piso, en el mismo edificio donde vive el negro, ni lleva vestido de satén negro. Escucha la voz lejana del hombre emocionado con su “equipo del alma”, con el comentario aprecia las justificaciones sobre algo que no entiende y termina de escucharlo, sirve para aumentar la antipatía y el concepto de hombre ridículo, agrava la actitud de melosería acariciadora con los ojos de murciélago, melindre que no supera los dos minutos desde el momento de su llegada. Se siente cansada, no logra concentrarse en la lectura de la forma —otro formato de la cantidad que tiene que llenar—, él la regresa a la realidad con la advertencia, “sin enmendaduras ni tachones”, también al pie dice lo mismo, siente aludida su ignorancia, llenarla con letras negras, algunas perdidas por los tachones propinados en la fotocopiadora, vuelve a la posición anterior y siente temblor en las manos, también se agitan sus brazos, su busto, su vientre, y el repique del largo tacón de sus zapatos sobre la baldosa reluciente.
—¿Puedo traer esto mañana? El formato... no puedo concentrarme, —el hombre la mira desconcertado, escudriña el motivo de su abrumada posición, busca la respuesta en el blanco del cielo raso, ahora, con los brazos descolgados.
—... depende de usted, más demorará para iniciar su trabajo. Lea las instrucciones en la parte de atrás. Léalas, por favor, léalas.
Siente que la insistencia es un tratamiento a su ignorancia y ella todo era, menos ignorante: “!No soy bruta!”, piensa. Lo dice. ¿Piensa?
—Claro, gracias, Doctor Aurelio.
Dudó si tenía que decirle doctor, o don Aurelio, o las dos cosas...
Invierte la hoja. La letra diminuta apenas sí se deja leer “entregue el formato con una fotografía reciente”. Pegue una fotografía reciente, le dice el hombre, “no tengo”, Fotocopia de los documentos de identidad, y de los beneficiarios, le dice el hombre, “de dónde saco tanto dinero”. Legaje en una carpeta forma minerva, le dice el hombre. “Otro hilo que enrollar”. Y busca en sus recuerdos el listado de los beneficiarios, por primera vez siente soledad. Su vida, ¿Qué es, si no días y días que se suceden sin motivo, para que le digan mamá, amor, cariño, que la toquen, que la abracen? “Me gusta que me abracen”. Palpa el vientre para sentir agitadas las entrañas y las encuentra vacías, y tibias, frota sus manos y se da cuenta de la humedad por el azoro del momento. Piensa en la posibilidad de tener hijos: ¿Cuántos? ¿Cómo? ¿Con quién? Las manos están mojadas por el miedo. Suda. Le palpita una vergüenza congénita, le palpitan las mejillas. ¿Por qué tienes miedo?
—De todas maneras traeré los papeles mañana... debido a las copias... y el documento de...
—Depende cuándo quieras posesionarte. Tenés diez días. Hábiles.
Abandona la silla. Le tiemblan las manos con una convulsión imposible, no puede detenerla debido al fuego en las palmas de las manos. Sudor. Apenas puede tomar las hojas de papel, los dedos no le obedecen, gira sobre los pies y siente alivio de salir de esa oficina olor a húmedo diseminado en su boca, sin que niegue masticarlo, y el monótono sonido silbón de algún aparato eléctrico presente, que su nula curiosidad no le permite identificar y la acosa por huir, siente sobre la espalda el peso de la mirada penetrante del sardónico funcionario con lamentos de intempestiva huída, friega las manos para terminar presionándolas contra las piernas. El hombre reacomoda los testículos dentro de los calzoncillos supuestamente negros al dolor de la perturbada erección y altera la quietud de la zona pélvica, o tal vez ha olvidado vestirse los calzoncillos negros. Se queda absorto. Recuerda que los tiene al revés, qué pena, pegado a la silla disfruta del molesto ruido del aparato, observa cuando Olivia dobla los pasos tras la puerta y con taconeo seco y apresurado se pierde con el eco penumbroso por el corredor que conduce escaleras arriba, para evacuar el inmueble donde están ubicados los despachos de la Gobernación.
El hombre imagina sus pasos resonando por el túnel cristalino que conduce al edificio principal, la nombra cuando cruza frente a las oficinas de la secretaría de Hacienda, frente a los funcionarios que reposan descuidados con los brazos sobre el escritorio, pereza común para este día. Ella desciende las escaleras de granito, pasa el detector de metales, y frente a la mirada del policía impávido que se recuesta sobre el marco de la puerta y abstemio de malicia retrata su cuerpo, aborda la calle bajo la lluvia de una mañana bruma-mañana-fría con el sol sobre los hombros. “!Las cosas que hace mi-Dios lloviendo y haciendo sol!”
Llueve desde el amanecer y el zigzagueo vital cae sobre el marrón de las tejas de barro, entrapa el exterior de las construcciones coloniales, el rostro negro de alquitrán del pavimento evapora bruma que tiene que romper con las rodillas desnudas, se detiene un instante y mira a través del espectro opaco de la neblina, simula en medio del óbito cribo de los árboles del parque olor a muerte y respira profundo el fresco de la mañana gecha poniendo rostro relajado. Prodiga seguridad para el sostén de sus piernas con las medias veladas color piel; sus piernas de carey están envueltas en una sábana de cristal. Quiere contar los hilos de la lluvia pero resuelve poner su bolso de cuero sobre la cabeza y marcharse en una carrera de tacones, con el permiso de su lentitud y su vanidad; busca protegerse bajo los aleros de las casas, la lluvia suena sobre sus hombros, sobre su cabeza, entrapa todo su cuerpo, entrapa su pelo, “mi chaqueta de piel se pone negra cuando se moja y huele a cuero”, el agua que baja por el rostro es salada, sal de lágrimas de la otra noche. Corre, cruza la sexta, recuerda al borracho cuando lo llevaba sobre sus hombros, apoyado en su cuello que frota con la mano y todavía duele, la hieren las gruesas goteras que caen desde los aleros y ve cómo se estrellan y rebotan contra las calles repletas de un agua negra. “El agua también es negra a veces”. Va entre la lluvia y siente un murmullo que se vuelve frío. Las cunetas estiradas en la policromía latosa casi pegan al cielo gris de un día de invierno, confunde la ciudad con la tristeza; le emociona haber encontrado cómo reafirmar su inseguridad en un trabajo que ha buscado durante tantos años, desde el día que recibió el título en la universidad y tuvo que conformarse con el escaso incentivo por su desempeño como educadora de adultos en la Cárcel de Mujeres. En el interior de la Magdalena conoció la miseria de la libertad, la vergüenza perdida, la gracia de los rostros y la dignidad de los espacios, la soberbia del poder y la indolencia de la sociedad, y, y, y, y conoció el lesbianismo que se imaginaba no existía y los piropos que le lanzaba las prisioneras: ¡Areperas, malparidas!
Avanza, aún corre, un trote lento sin reparar en la empapada por el aguacero. Esquiva los puestos de los vendedores ambulantes, los periódicos y las revistas con los crímenes del día que descansan sobre el piso de argamasa, el crimen está protegido contra la intemperie, dejan ver la sangre como salsa de tomate.
Muchos idiotas reparten trozos de papel, propagandas alusivas a consultorios esotérico, estorban, llame ya al 8420149, Teléfono de su suerte:
Confío en ti Padre, Hijo y Espíritu Santo, Jesús, mi Único salvador, te pido me concedas la gracia que Tanto deseo. (Pide 3 deseos, reza 9 hAbe Marías por 9 días, publica hEste avizo y hObserba lo que Ocúrrirá el cuarto día).
Dobla el papel, lo enrolla, lo arruga, se siente víctima de un crimen y ríe de la ortografía. Lo deja en la ventana del banco. Duda. ¿Será posible? ¿Y si me pierdo los favores de la Sagrada Omnipotencia?, se interroga.
Los taxis circulan lento, los conductores llevan rostro de lluvia, buscan la mano alzada de un usuario, alguien quiere huir, huir de este día, huir de la lluvia. Olivia parece huir, o huye de la emoción por haber encontrado un puesto de trabajo. Nombrada: Maestra Seccional de la escuela El Zarzal, El Tambo, pueblo que no conoce, con sensación de llama pero no quiebra el cuello. Poco le importa su nombre. “¿Para qué publicarán edictos emplazatorios? Nadie los lee.”
—Queda a diez minutos de aquí —le ha dicho el funcionario. Malicioso le ofrece—: Si quieres, de vez en cuando, puedo ir, dejarte, y, en la tarde recogerte.
“Qué amable. Idiota. Estúpido. Si tiembla cuando su mujer lo llama por teléfono.” Guarda silencio entumecida con su raciocinio. Le alegra aportar recursos para la familia convertida en mujer autosuficiente, resiste esa y todas las “Idioteces”; el único sentimiento, con la oferta del “deporcali”, es una asquerosa repulsa que le ofende los intestinos. “Como si pudiera permitir que dos mujeres lo insultasen.” Va vomitar.
Sube las gradas, esta vez tan presurosa que no cuenta los escalones, los taconazos retumban por el túnel inclinado que da acceso al tercer piso donde arrienda una buhardilla para vivir con sus hermanos. En el segundo piso se encuentra con la dueña, con parsimonia mueve una vieja plancha eléctrica sobre las sábanas alistándolas para cubrir la cama de algún cliente nuevo. Casi no vienen clientes nuevos. Al verla, la dueña gira sobre sus pies diminutos metidos en unas babuchas de lana. Olivia se le abalanza y la toma con un abrazo de locura sin que pueda contener las lágrimas.
—¡Me han nombrado! ¡Por fin me han nombrado! ¡Lo han hecho! —Le exhibe el acta de nombramiento firmada por el Gobernador y el sello seco puesto al lado.
—¿Do..do..don..dónde? ¡Dónde!
—Cerca. A diez minutos...
—¡Qué bueno! ¡Qué bueno!
—Doñacelmira...
Palmotea con el cariño de su mano abierta sobre la espalda huesuda de la vieja, le toma el rostro, la sacude por los hombros, la toma por la cintura, la levanta y se da cuenta que no pesa..., hasta que la suelta y huye por el largo corredor de tablas sin reparar en el escándalo que producen sus tacones.
—!Por fin se te salió la espina atrancada en el cuello! —le grita Doñacelmira, y la han escuchado los inquilinos.
Da taconazos despiadados, ni piedad tiene con los inquilinos que asoman su curiosidad por las puertas a medio abrir y sacan de los cuartos sus cabezas despelucadas. A Olivia no le importa. Los curiosos desaparecen cuando ella también desaparece por la escalera, busca la buhardilla olvidada, vieja como la ciudad sin futuro, ubicada frente a la terraza donde está la pila de lavar, están las cuerdas para colgar la ropa que estorban el paso pero no le importa. Tiene que doblar la espalda si quiere pasar bajo las sábanas extendidas.
Sentada en el borde de la cama descansa de sus largos tacones, se recuesta y estira las piernas sobre el cobertor, y meditando posa la cabeza sobre la almohada; traga una gruesa bocanada de aire todavía húmedo que le llega a los pulmones y le provoca un acceso de tos seca. Pone la carpeta en donde guarda la copia del Decreto de nombramiento y la forma sin llenar que el miedo maduró bajo la mirada lasciva del funcionario sobre el abdomen. Piensa que va a resfriarse y estornuda. Percibe estremecimientos en su cuerpo. Un frío intenso la recorre, agruma su piel, entonces cierra las manos y rompe las medias con las uñas. Quiere dormir un poco.
—¡Por fin! —dice—. ¡Qué malas estas medias! —se queja. Se queda dormida. Satisfecha tiene un arco iris de sonrisa en los labios. Retrocede las fotos tenues del pasado, su empeño por conseguir aquel propósito que se había figurado fácil; lo logra con dificultad, después de tantos taconazos por la calle.
Sin saber el porqué en el interior de su cabeza resuena la voz del hombre tras el escritorio, y en sus ojos está el verde del afiche que cubre buena parte de la mesa bajo el vidrio. Ve el vidrio que ahonda la ridiculez de un idiota: “Es todo en mi vida”. Un equipo de fútbol, todo en su vida..., piensa. Y ¿el amor y la esposa y su trabajo y los libros y los hijos?, ¿No lee? ¿Las cosas maravillosas que tiene la vida, la música, el baile...?, ¿es todo en mi vida? Y ¿ los hijos? ¡Nada es tu vida, Idiota, dice.
—¡Qué ridículo...! —dice en voz alta y se sorprende que pueda decirlo en voz alta. Últimamente piensa en voz alta. Quiere saber desde cuándo dice lo que piensa en voz alta, porque cuando escuchaba a su padre pensando con palabras, que eran para sí mismo, le parecía sentir vergüenza o que se estaba volviendo loco, algo propio de su senilidad. Ella no siente vergüenza si está diciendo lo que piensa y nadie puede escucharla. No gusta compartir sus pensamientos, a más que era ella misma con sus propios pensamientos. Se imagina mirándose desde el cielorraso, que la observa con los brazos extendidos por encima de la cabeza, los ojos muy abiertos sin mirar un punto fijo, mira el vacío infinito con mirada perdida, su alma es como si hubiera salido a dar un paseo por las estancias de sus imaginarios, no puede dejar de lamentarse con “es todo lo que tengo en mi vida”. La vanidad se mezcla con la alegría por haber recibido la Resolución de Nombramiento que ahora reposa sobre su abdomen volviéndose vieja como su padre, piensa. No sabe por qué la idea “volviéndose vieja” viene de pronto. Quiere algo para protegerse contra la longevidad. ¡Siente miedo de la decrepitud!, en cierto sentido le ha temido a la vejez, más que a la vejez, a la soledad que a ella conlleva, y al temor de avanzar con los años en el retraimiento. Vuelve a pensar en el hombre de “es todo en mi vida” y el novio con quien ha terminado su “eterno, largo, caprichoso y aburrido romance, que no éramos novios, sino hermanos”, decía; así lo considera ahora: eterno-largo-caprichoso-aburrido y ve pasar el negro frente a la puerta del largo corredor, lo ve desde hace 360 y tantos días de compartir la misma banca en el bus y ahora, en ocasiones, está parado entre el marco de la puerta con mirada de indiferencia y deseos de no saludar a nadie, otras veces, cuando tiene la puerta del cuarto abierta lo ve acostado en una prolongada pasividad, se acompaña con el sonido de una pequeña grabadora, baladas románticas que la hacen detener unos pasos adelante para oír la nostalgia, y añora regresar al cuarto olor a pino. ¡Cómo lo llama!, acompáñame con su tarareo grave, mientras lee volúmenes y volúmenes, o escribe y escribe en sus libretas de periódico, de vez en cuando pulsa con los dedos tratando de llevar el ritmo lento de las canciones, o escucha música clásica.
—...es Mendelssohn. Sinfonía No 3, en la menor
—...es Mendelssohn, Op. 56, Escocesa. Las Hébridas. Obertura. Op.26. La mar en calma y Viaje feliz. Obertura, Op. 27
—¡Es Mendelssohn!
Le gusta Mendelssohn que ella no entiende. Sin duda le enseñará poemas, se los ofrecerá en los cruces por el corredor, cuando la espera detenido en el marco de la puerta. Vendrá también el hombre rubio que gusta cortejarla. La invita a dar vueltas por la ciudad en su taxi; la lleva por los restaurantes de las afueras y le hace propuestas indecentes que le fastidian, lo espera con su orgullo difícil, con la respuesta “si sigues con eso, me apeo del carro”. “Pare aquí, por favor.” Y piensa en los hombres que conoce, en cada uno encuentra defectos insuperables, y palpa su abdomen, su vientre, siente que está sola más sola que nunca, que ayer, que hace un instante cuando caminaba bajo la lluvia y se comía el agua salada que bajaba por su rostro; cada día más sola mientras el reloj le dice que cada minuto también trascurre bajo su piel, le llega una regla y otra regla, y una mujer fértil no puede estar sola. Con el tic tac las horas y con ellas los días y con ellos los meses y con ellos los años el tiempo se va, no alcanza la semana para llegar al milenio, siglo XXI para no estar sola ¡Qué lejos está el nuevo milenio en este 1989!
Estirada en la cama sonreía al cielo raso. Está sola. Sola. No quiere... Permanece sola, no quiere y palpa otra vez su vientre, toca su cuerpo tibio, siente que en el fondo... quiere tener un hijo.
...ha leído en el diario:
Antes creía que las personas ocupaban mucho tiempo puliendo su personalidad: mejoran los bordes ásperos de su presencia buscando realzar las apariencias; otros con paciencia, para que al final sigan lo mismo, y por eso ustedes se dedicaron a realizar actos que producen resultados concretos y no sólo aspiraciones de cambio. Pero en los últimos años la misma vida, a veces queriendo y otras veces no queriendo, lo ha metido dentro y esta nueva mirada le ha traído vientos de cambio para sí mismo, de acuerdo con el rey de copas, su tercer arcano. Velas blancas, muchas velas blancas. Lo leyó en el diario y algo llevó a su vida. Leyó en el diario y miró su pasado, repasaba los sucesos de los días anteriores. Leyó como lo leía todos los días desde tanto tiempo, muchos días recostada en su cama con varias almohadas juntas, sin recordar cuándo había tomado el hábito de actuar de acuerdo a las premisas contempladas allí, dentro de aquel párrafo que trae el diario del domingo y sin detenerse en la generalidad de las afirmaciones, de los textos con actitud volátil que pasados unos instantes, después de leer el pequeño párrafo en las páginas interiores, justo en las secciones interiores, cuando buscaba con afán encontrar su futuro: del día, de las semanas y los meses, de los años y hasta de los siglos, pensaba que jamás iba a morir, que no es preciso que suceda con exactitud en el tiempo, sabiendo de la superficialidad que representa el acto de leer su horóscopo. Por eso lo lee escondida del escrutinio público, de quienes puedan considerar una superficialidad su actitud, no lo comparte ni con el círculo cerrado de sus amistades ni con quienes conservan la misma apreciación sobre la importancia de los diarios. Recuerda por lo menos que no ha leído en la última semana. Día a día vuelve sobre lo mismo, sobre lo que pudiese traer como sorpresa, y justo le pasa como una premonición. Afanosa busca el contacto con el papel amarillento, pasa sobre los titulares de las primeras páginas, sobre las secciones importantes, y esculca el contenido interior con ávido afán de ver su futuro. El día anterior ha leído De acuerdo con su primer arcano, el nueve de espadas, al revés, usted está atrapado (“a”, piensa) en una relación amorosa que no le deja tiempo para nada (“exacto lo que me sucede”). Vive atolondrado (a, agrega) por sensaciones intensas que se le quedan pegadas en las manos, en la boca, en el fondo del ojo y en las plantas de los pies. Y como dicen los poetas, la sombra amada se le atraviesa en cualquier momento, en cualquier lugar, para interrumpir el hilo de sus pensamientos y cambiar bruscamente las frases por suspiros. El amor; el amor, el amor. Velas rosadas, muchas velas rosadas. Suspira tranquila, con la profundidad de haber satisfecho su curiosidad, desborda ideas atropelladas, ahora esculca y no encuentra explicaciones a las palabras inconexas, recuerdo del poema aprendido para las ocasiones turbadas de su vida, en el desespero de no saber el camino por dónde ir “hacía adelante” como le aconsejaban todos: sigue adelante (¡!).
Vino la noche
Con su aire de terror
Trajo rostro encapuchado
Comenzó asomándose por las esquinas
Por las sombras
Del barrio
(Tan pronto presiente el podrido olor a noche
Se pierde)
Entre las casuchas inclinadas
La gente de este barrio sudor a barro
Sabor a caño
Está sumergida por las estrechas puertas de las casas
Con registro tieso
Dejan tras de sí
Tras la espalda curva
un olor a diablo viejo
La noche sumergida en la ciudad
nos toma en sus brazos
se agiganta al ruido de los autos
En los recovecos acechan
los enmascarados
Tras los recodos del silencio transita
Libre
En cada curva de la noche
un auto vigila con ojos amarillos
suena una ráfaga
y se marcha pujando un estrépito
Deja borboteos de sangre y mal aliento
Cuando la noche se marcha
vemos el cuadro de sus estragos
Termina el poema y registra el signo (!) con fuerza. Ni siquiera ha pensado, el poema estaba allí, no hizo nada. ¡Hacia adelante! ¿Dónde está el sofisma? Parece un perfume que se evapora lento, y en la avidez que le deja la duda busca otra vez el texto para partirlo en trozos, palabras para leer en voz alta, para escucharse su propia voz. Trozos audibles y expresiones acariciadoras; entiende que buena parte de esos textos sórdidos no son para su gusto, ni por el sexo ni por los términos, aunque sea una díscola excusa los textos de las predicciones vienen sólo en masculino, como si el futuro de las mujeres no importara, a pesar de la revolución y los muertos en el París del 68, las mujeres por primera vez —recuerda Olivia— pudieron tener una cuenta bancaria sin pedir autorización al marido: definitivamente los políticos son unos mitómanos. (¿Será que no importa?: el conflicto de los sexos no rebasa las expectativas). Ha releído una y otra vez el inconexo párrafo ahogando sus disquisiciones, con el firme aliento, por un bostezo sutil emitido en el aburrimiento de observar significados que no quiere asumir, para dejar que pase el tiempo y entender cómo el día madura a la espera de la lectura curiosa. Hizo repetir las palabras, las primeras palabras, en voz alta, amor, amor, amor, ríe con su suerte como si leyera una historia de Gombrowicz, como si leyera a los poetas aburridos de ascendencia judía que cantan la desgracia de Auschwitz o Buchenwald hasta la saciedad, es como si su desgracia fuera peor que el incendio de Roma o la conquista de América, ha mirado una novela de Bellow para estar a tono después de cincuenta años de la guerra. La palabra gastada de un poeta anciano incita a hacer versos de su pubertad y lee sobre bodas de princesas: siente lástima cuando escucha declamar al negro en el auditorio del banco de la república. La sombra de los hombres la asediaban, no la dejan dormir sus pensamientos, y los poemas que le enseña el hombre extraño cuando está esperándola a la entrada del cuarto, apesadumbrado, lugar donde se encierra a escuchar las baladas románticas en la pequeña radio-grabadora portátil que pone sobre el yerto piso de la habitación con tantas historias: Roberto Carlos, Nicola Di’ vari, se duerme con Camilo Sexto, ahora es Mozart, La forza dil distino de Berdi, la Dora e evoli de Rigoletto, ahora Serrat, caminante no hay camino/ se hace camino al andar/ verso a verso/ verso a verso/ verso a verso/ verso... ahora es Machado. Suena Vivaldi. Quiere dormir su cansancio de Mozart, la Ópera Carmen que disfruta y repite, Mercedes Sosa, Alfonsina, quiere buscar las frases de Gombrowicz, su burla al poder y la venalidad, a Pedro Páramo convertido en un arrume de piedras. El silencio también es música como el entremés de la nada. Aquel hombre rubio conduce un taxi y la frecuenta con la vanidad de conducir un auto amarillo, quiere hacerle el amor en el cojín de atrás, le da paseos, mas bien giros, por las avenidas periféricas despojada de malicia, con invitaciones ladinas, y, esa su respuesta radical: ¡Por favor, deténgase, aquí me quedo!, el hombre, que te llevo a casa, y ella, ¡nó!, ¡basta, aquí me quedo! Su ex-novio la espera asomado en el balcón del apartamento, está relajado, se siente seguro que lo ama, es un triunfador con las chicas, trae en la mano las cubiertas de los discos, excusa para entregárselos, olvidados en su casa. Olivia tiene una repulsiva respuesta, siente fastidio y se pregunta cómo puede odiar tanto a un hombre que amó hasta la inconciencia, hasta entregarle la virginidad. La palabra “Hombre” le suena con mayúscula; podrías haberte ahorrado la venida, le dice, pero él se queda parado en la entrada, carga con el hombro el filo de la puerta, esculca su cuarto con ojos de ratón confundido, brilla en su rostro el deseo de recuperar ese amor perdido por andar borracho, y con las putas baratas del barrio Bolívar, ¡Cosas de la vida!
—No vuelvo a tomar.
—Lo felicito pero no me interesa, no me importa que se ahogue en lo que se ahogue. De veras, Bolívar, no me importa.
—Es lo que dice mi mamá.
Unidos a un hilo, que no saben amarrados por quién, estaba roto: borracho, irresponsable, le decía su madre. Imagínese, a esa edad y esperando qué le dice su mamá. Olivia ha retirado de las paredes los afiches que le obsequió Bolívar: retiró las orquesta de salsa, la que más le gusta, La Sonora Ponceña; también El Gran Combo, Fruco, El Combo de las Estrellas, la Fania all Stars The New York, los hermanos Lebrón, Richie Ray and Bobby Cruz que se volvieron evangélicos porque les dolía las piernas, también vallenatos, Otto Serge, “Dimé pajarito/ por qué hoy estas triste”, que ella prefiere. Entendía que no deseaba conservar los rastros de un romance, ocho años, siete meses, tres semanas, cuatro días, cinco horas y unos minutos que no recuerdo cuántos, imagínese, ¡como si fuéramos a jubilarnos! ¿Ve, qué mamera? La desgracia de toda mi vida. A propósito, ahora Olivia recuerda lo que lee en el diario. Hace tres días lo leyó. En su trabajo reina la pasividad con su aire terriblemente quieto; frente a la torre de problemas que desbordan las mentes y los escritorios, en lugar de actuar el tiempo se va en eternos análisis alrededor de pequeños detalles y miedos. La costumbre es no tomar decisiones mientras su desesperación aumenta; los discursos flojos, la enumeración de riesgos y los lamentos recuerdan el peligroso escenario de la patria boba... velas rojas, muchísimas velas rojas, pensaba en las velas rojas, en la veladora que arde en la esquina del cuarto de Teresa, la anciana vive en la habitación más baja del edificio a la entrada de la calle, encerrada en un silencio eterno con sus propios recuerdos. La anciana negra pide monedas en la puerta del hotel y echa las cartas sobre un asiento de cuero, cuando rompe su silencio habla de las personas que pasan frente a su puerta, para disparar los apodos de sus orejas contraídas en la esclavitud, muestra celos con quienes le compiten el espacio, mujeres que mercadean su sexo gastado con figuras descompuestas y trajes burdos, dejan ver la miseria, llenan las calles de perfumes estrambóticos, llamadas putas, palabra vulgar, despectiva las describe, califica la necesidad hecha deshonra. Las conoce desde el marco de la puerta y son sus clientes, traen más clientes para leer las cartas, la ceniza del cigarrillo, las líneas de la vida en las manos, no se aleja para no arrastrar los pies inflamados y partidos, habla ronco tras los ojos escondidos en un rostro lleno de arrugas que observa a las personas a través del calidoscopio construido con un tubo de cartón, la escuchan con la voz perdida, disgrega señales para cada uno y su, cuidado señorita, no puede dársele confianza. Extraña la comparación, busca definiciones incoherentes, utiliza palabras extrañas de su origen africano.
—MALABÚUU-BÚUU —dice en su inocencia y canta en un malí casi olvidado que le enseñó su padre. Es tan vieja pero recuerda las marcas de la esclavitud en el antebrazo de su padre.
—CAABALÍ era mi padre pero lo llamaron Mosquera. Mosquera... —dice—. Tocaba el tambooo. MALABÚUU – BÚUU.
¿Quieres una empanadita?, le dice. ¿No me puedes dar los $500.oo?, responde y explica que calidoscopio es una palabra desconocida, instrumento de tres espejos dispuestos en ángulos que simétricos multiplican la imagen de los objetos colocados entre ambos, perfecta definición para esa puerta ubicada como un cali doscopio copio, desde donde la vieja negra describe el mundo: espacio peligroso, oso, y pide una limosna, osna, por amor a Dios, Dios. No por el mundo ni por Dios y la limosna. Habla de las personas con la sola percepción del exagerado aumento de su visión, que captura de acuerdo a las sensaciones desde su puesto a la entrada del edificio, con la expectativa de los días, a las seis, el mimetismo hace que la pobre negra se enrosque en su refugio y que no se levante así sepa todo acerca del futuro.
Ahora Olivia recuerda lo que ha leído el otro día. Usted desconoce muchas facetas de su personalidad. Por ejemplo, es menos sedentario de lo que cree, sería feliz yendo a lugares distintos y hablando otros idiomas a los que se acercaría primero con el tímido lenguaje de las señas antes de construir las palabras. En el amor y en el trabajo también es más aventurero de lo que creen; en el primero podría ser un As de corazones, recorriendo senderos inexplorados de la piel para experimentar de otra manera, y en el trabajo, aburrido de la dependencia, podría ser un libre pensador, por ejemplo. Velas blancas, muchas velas bancas. Ahora recuerda... ¡Recordó la inconexión!: el futuro no está conectado. Estoy cansada de tantas velas rojas y verdes y moradas y rosadas y blancas, dice para justificarse, sin reparar a priori en sus afirmaciones y en lo extraño de las contradicciones que percibe, discute en su interior y toma frente a frente la sensación que le deja el reloj interno, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, monotonía fija, incansable el sonido pegado en lo alto de la pared, en el desborde que significaba ir de un panorama a otro, cambiar de horizonte: está confundida: confundida: confundida. Va de un recuerdo a otro. A de ser como el viaje en el interior de la placenta, baboso y liso. Se imagina la abertura en el extremo inferior de su existencia, la boca abierta, el abdomen lleno de líquido amniótico sin derramarlo, no se ha roto la fuente mientras gira. Gira al interior de un capricho apenas sostenible, una libertad prodigada, la dependencia de trasladarse a otro lugar adherida como está al cordón umbilical, el cordón que permite los movimientos, con lentitud, nada en el líquido amniótico, ¿la vida no ofrece sorpresas?, ó, ¿Es una sorpresa cotidiana?: la vida te da sorpresas/ sorpresas te la vida/ ya ves. Figuraciones construidas a posteriori porque no hay recuerdos. La historia comienza después del nacimiento. Mucho después. Exactamente no se sabe cuándo. Por lo menos desde que recuerda que tiene memoria: somos seres históricos. O, ¿Comienza mucho antes?, somos genéticos. Se pregunta si sobre las sorpresas está construido el mundo; ¡O sobre la incertidumbre! ¿Está? De lo que lee en los diarios es lo único que le gusta. ¡Las sorpresas! Piensa que ocurren muchos hechos en la impotencia de dejar que sucedan: ¡Que pasen como les dé la gana!
De acuerdo con su quinto arcano, el cinco de copas, usted está lúcido para encontrar los errores propios y ajenos sin sumar más culpas a las que ya tenemos todos los seres humanos por cuenta de esa herencia religiosa, pecaminosa y atávica, que nos atormenta en sueños y en desvelos. Los errores tienen el fin de reparar porque la experiencia le ha demostrado que cuando las cosas no se recomponen, todo se queda en el aire en medio del suspenso que siempre deja el vacío. Muchas velas blancas, muchísimas velas blancas, leyó en el diario. Ahora recordaba, lo leyó el cuarto día, atrás, de esta semana vivida en la pasividad para que trascurran los hechos, para abandonarse al destino, al mundo con su girar incansable, que si todos lo saben para qué tanto esfuerzo. Leyó y en su memoria asumió hoy, un tanto retraída, lo que significaba retornar al sufrimiento: mejor es tener la mente en blanco, antes que pensar en suntuosidades, recuerda Olivia sin encontrar aplicación práctica a su vida, más bien en la vida de quienes conoce, porque en ella no se encuentra. Es para aplicarlo a las personas de su entorno, qué bueno, ojalá lean esto, pensó, como pensaba en los nombres y en las superficialidades, en las cosas que gusta, en las complicaciones por las que se inmiscuye para contradecir, que la llevan a enfrentarse al desconocimiento y divaga y lo siente. Siente el vacío por sus propias preocupaciones, en cómo el tiempo le estrecha la conducta en el trabajo, por el deber de involucrarse y esperar la carta, que no la jugará, también es una carta en blanco; la que presentará al director de la escuela que no conoce. Estaba haciendo juicios, pensando en si su signo sería compatible, por ejemplo, difícil si es Tauro, tendrá que esforzarse para entender al viejo, buscará la forma, ¿cómo hablarle para no crear expectativas que no quiere?, ¿ante él cómo disimular sus jaquecas?, el dolor del vientre medio que le ataca de vez en cuando y no deja realizar las actividades normales, los cálculos en la vesícula, los cólicos de las reglas cuestión de cada veintiocho días porque viene exactita, en los previos la erección de sus senos, su cuerpo anuncia el menstruo y se desborda el apetito de sexo que desde hace días está despierto: desde que siente su abdomen vacío y se siente sola.
Dice que no aguanta y se masturba. La lucha contra el deseo o, ¡El desperdicio! Incluso le atraen los culos de su mismo sexo pero jamás ha pensado volverse lesbiana, es una atracción neutra, indiferente, helada, contra eso iba ella y lo propositivo de su lucha. Ya. Menos. Menos mal. Su ánimo le permite.
De acuerdo con su primer arcano, el ocho de oros, usted decidió aprovechar todo lo que la vida trae con ánimo, cómplice de la risa, contento con lo que tiene, y dominando su eterna insatisfacción. Decidió vivir sin aventurarse en los círculos inciertos del futuro, sin hacer cábalas ni predicciones, no piensa ir más allá de lo que le trae el día, paso a paso, sin hacer preguntas antes de tiempo, sin formular hipótesis, sin inventar respuestas, también antes de tiempo. Esto último vale para el amor. Velas amarillas, muchas velas amarillas. Ese sí era su horóscopo, el de este día en este diario lo voy a guardar en un lugar seguro: bajo la cama, dijo, debajo del colchón, bien guardado bajo el recuerdo de este día porque dice lo que soy exactamente.
Esperó leer en el diario lo que traía el presente, el día leído sobre sus recuerdos y sus contradicciones, el mapa absurdo de sus ambiciones, el idioma que sabe y en que está entrenada, no en el francés chapuceado que habla con la nostalgia de volver a Paris para visitar el cementerio de Notre Dame, allí están sepultados Baudelaire y Víctor Hugo, Robespierre y Julio Cortázar. Se conforma con observar largamente el cuadrito de las placas funerales sin preguntarse de qué vale haber vivido.
En langue Française. Le langouse est un facteur fondamental deus tante société et il lei les hommes et leur permit d’agir tour fondamental deus tante le langage fait partie intégrale de la culture, et il ni est pour un sostéme d’outils mais un ensemble de moqueurs oraux et e’crits, aprendió en la universidad para no realizar más esfuerzo, como nunca lo había hecho. ¡Que la gloria de Dios decida!, se dice pero guarda la oculta esperanza que alguien tras de sí manipule su vida: ir tranquila por la calle sin acechanzas, con el relato de su persistencia, con la foto de su foto, mirándose el rostro taciturno en las vitrinas de guardar el tiempo, en las faltriqueras de su corta falda, en la cartera de hule, o con las esperanzas tras los frunces de la frente de su saya de lanilla, en la estampa que oculta algo de ella, de su intimidad, de su malicia, de su vida que no es sólo sufrimientos. En los bolsillos interiores de su cartera que cuadra con sus zapatos de charol, que cuadran con todo, que cuadran con el traje y que cuadran con el lazo de atar el pelo, está su orgullo. Cuadra con todo. Con su. Con ella. La manilla de chaquiras cuadra con su vanidad.
Su tercer arcano, as de oros, recuerda que usted empezó este año con esperanza. Ha luchado contra una serie de problemas que le han exigido mucho tacto para no tomar decisiones equivocadas, controlan la eterna impaciencia y dan juego a otros que tienen el mismo derecho a intervenir en el desarrollo de los acontecimientos. Una voz de fondo, a veces certeza y otras, excesivamente tímida, lo alienta siempre. Hoy está a punto de lograr lo que quiere. Velas amarillas, muchas velas amarillas. Lo he logrado, se dice cuando termina de leer, he conseguido apartarme de ese hombre y tengo el trabajo que busqué toda mi vida, como si lo hubiera buscado toda su vida, ó, ¿es que “toda mi vida” son estos días?, dijo pensando que durante toda su vida había buscado lo que ahora tiene, sin saber cuándo empezó toda su vida. Lo he buscado, repitió porque gustaba repetirse las palabras, repetirse las frases, los elementos, repetir el café de la mañana y darse dos duchas al día y en amor era una cuchijita, decía su padre cuando la sentaba en las piernas, todavía gusta hacerlo, ella piensa eran sus palabras. Y ¿qué es cuchijita?, una palabra, su invento. El lenguaje privado. La palabra: cuchijita, mi palabra, significa... bueno significa lo que yo quiero. Para mí, ¡cuchijita!, quiere decir que estoy cuchijita, por favor no incluir el significante en el significado, dice la Ley de las tautologías en las relaciones de verdad, pero eso significa... ¿O qué significa casa? Pues casa y nada más. Casa. Suena chévere. La vida pasa de frente y muchas veces no deja que repitamos lo que queremos decirnos, por huir a las redundancias, buscarle el significado a los términos, o para que no suenen entre ellas como una cacofonía. Decir palabras que para mi tienen sentido es otro de mis egoísmos, piensa. ¡Chévere!
Se estremece al pensar en lo lógico que se ha tornado su pensamiento, alejada de la luz de las ventanas esquiva el resplandor matinal, es como si hubiera leído antes en los diarios, en el diario primero de la semana, del lunes con sus códigos. Ahora recuerda el primer día reducido al trozo de texto, con el ojeo y el repaso, si coincide con las predicciones. Vuelve a leer. Al releer el horóscopo soba sus piernas para detener el grifo de sus dudas. Recuerda los días pasados, los siete días y otros que se niega traer a su memoria: ¡Negados para sí y para todos!. Le ha dicho su vida de marioneta. El sinsentido que aprecia. Siente que su vida es ejecutada desde atrás del escenario, tras bambalinas alguien manipula las cuerdas que sostiene sus miembros, sus ideas, sus deseos, y lee los mismos textos. Repite y palpa en sus mejillas. Palpa en su vientre. Palpa en el dolor que le producen las menstruaciones. Palpa todo. Palpa. Pero no puede palpar su soledad
—Mañana, Doctor, tiro los periódicos al tarro de la basura. —Lo dijo con la inseguridad de hacerlo. ¿Lo haría? O, tal vez no habrá mañana. El hoy siempre existe. ¡Si el pasado es un sueño, para qué recordarlo!
ESCENA IMPREVISTA O, ¿FIN DE LA TRAGEDIA...?
(Escenario: cuarto de Dídimo. Las luces están apagadas, hay una bruma tenue. En una cama angosta, de soltero, aparece Olivia con los hombros desnudos y el pelo desordenado, se arropa con una manta de lana hasta un tanto arriba del busto. Dídimo enseña su torso desnudo y se apoya en uno de sus codos. La puerta, como es lógico —y la ventana—, se encuentran cerradas. Hablan quedo, mirándose el rostro)
OLIVIA—. ¿Te has dado cuenta que no soy virgen? ¡No soy virgen! “no soy virgen”. No soy...virgen. No. Virgen... Soy. No. “No. Virgen. No. No soy...”
DÍDIMO—. (sorprendido) ...!nadie te lo ha preguntado! Nadie va a preguntártelo ni me interesa. Deja tu virginidad para tus mojigaterías. Tampoco yo lo soy, y quien se preocupa por mi castidad. Ni por mi edad. Ni por mi salud. No se preocupan si tengo dinero para el almuerzo. No es tiempo que vengas a preocuparte por tu virginidad. ¿Te gustó?
OLIVIA—. (Satisfecha) mmmm...
DÍDIMO—. ...es lo que importa. A nadie importa tu virginidad. A nadie. Importa el momento. Este, que es sólo nuestro. Temo. Éste. Éste instante. Lo importante. Lo feliz que te sientas, y que puedas hacer sentir a quien está contigo, a tu pareja. Es lo importante. ¿Fuiste feliz? Responde. No te quedes ahí, suspendida en pensamientos mal calculados; si flotas en el vacío trascurren tus pasos por el centro de la nebulosa ¡Di lo que piensas! Es bueno que digas lo piensas y lo que desees y darlo con ganas. No puedes estar aquí para que adivine tus pensamientos. ¿Crees que soy adivino? Ya hubiera montado un consultorio y, te aseguro, sería el hombre más rico del planeta: sin duda serías mi cliente fiel, constante, impertinente grosera, insoportable afanada intensa cliente mierda. Eso es, cliente mierda. Los clientes mierda desean saber qué les va a suceder el año siguiente, el mes siguiente, la semana siguiente, el día siguiente, la hora siguiente, el minuto siguiente, el segundo siguiente. El instante al poner la homme ya no importa porque ya ocurrió. Lo que va a ocurrirles ya. Todos piensan en el futuro como una mala premonición, porque no deseamos que el futuro nos traiga sorpresas. Cada sorpresa que trae el futuro hace la delicia de la vida, incluso si la sorpresa no es agradable. Mantener la boca sin lavar durante todo el día, significa sentir la boca llena de sarro, así el sarro sólo esté en los dientes ¡Y desde antes tú sabes a qué va a oler tu boca! Lo malo es saber que tendré mal aliento las próximas veinticuatro horas, y que se me caerán los dientes antes de cumplir los cincuenta años. ¿Por qué callas, Olivia, no quieres hablar? ¿No quieres esta mueca a los cincuenta? ¿Con las mejillas chupadas?
OLIVIA—. Dices tantas cosas. Tu eres quien habla, creía que eras mudo. No es eso... siento vergüenza. No me digas; ¿que es malo sentir vergüenza? ¿También? La vergüenza no me parece mala. Si no me acuesto con el primer hombre que me invita. Aunque debería. Me encanta lo fortuito. Todo te puedo asegurar, menos que perdí la virginidad en un accidente. Las invitaciones no son pocas. ¿Te acuestas con la primera mujer que te invita?
DÍDIMO—. ...desde luego, soy un hombre. Un hombre tiene de antemano compromisos. Un hombre es un hombre. Tenemos obligaciones como hombre: o se es hombre o se es un marica. Polvo que se va no vuelve. No puedo dejar que pase una oración. Logication. Y una mujer.
OLIVIA—. ...¿para acostarte con la primera mujer que te invita? No lo ha dicho... pero es lo que hacen. ¿No lo ha dicho? Dejá tus vulgaridades o te...
DÍDIMO—. ...que no te he dicho?, tú lo dices. Lo imaginas. Tienes una mente ágil, es mejor que aminores revoluciones. Tu cabeza suena como un totumo vacío.
OLIVIA—. ...quiero irme. Dirán que me he perdido. Estoy tan cerca y me creen tan lejos. Mi cuarto está sobre de tu cuarto, como en el bus tu silla al lado de la mía; es como sino hubieran más sillas. Creerán que estoy en la calle y me extrañan; siempre digo dónde voy a estar. No puedo justificar con que estoy haciendo el amor con un desconocido que me usurpa en la noche y en el día me declama versos.
“Souvent, pour s’amucer, le hommes d’equipage
Prennet des albatros, vastes oiseaux des mers
Qui suivent, indolents compagnons de voyage,
La navire glissant sur les gouffres amers «
« A peine les ont-ils déposés sur les planches,
Que ces rois de l’azur, maladroits et honteux,
Laissent piteusement leurs grandes ailes blanches
Comme des avirons taîner à côté d’eux »
« Ce voyageur ailé, comme il est gauche et veule!
Lui naguère si beau, qu’il est comique et laid !
L’un agace son bec avec un brûle-gueule,
L’autre mime, en boitant, l’infirme qué volait ! »
« Le poëte est semblable au prince des nuées
Qui hante la tempête et se rit de l’archer ;
Exilé sur le sol au milieu des huées,
Ses ailes de géant l’empêchent de marcher »
(Después de recitar el poema de Baudelaire hay un largo silencio. En la pausa Olivia intenta marcharse)
DÍDIMO—. ¡No te marches. No quiero que te marches ahora! Me gusta cuando estás aquí, sentirte desnuda. Es como estar acostado al lado de una montaña. Me gusta tu calor. ¿Sabes qué es estar solo en este cuarto? Es como si el cielo raso se prolongara al infinito, como si flotase en el espacio tan profundo como “Los Albatros” de tu francés. Pura música.
“Tu cuerpo está a mi lado
fácil, dulce, callado.
Tu cabeza en mi pecho se arrepiente
Con los ojos cerrados
Y yo te miro y fumo
Y acaricio tu pelo, enamorado”.
No es mío, de Sabines (En actitud de recordación). Estas paredes blancas no son paredes cuando apago la luz. Es como si flotara dentro de un inmenso embudo. Siento como si mi cama girara dentro de un remolino arisco.
“Mi cama es de madera
y cruje bajo el peso del amor jadeante,
pero mi cama es un barco inmóvil”
Sabines. (Ríen. Hay una breve pausa). Tengo una sensación rara de soledad. Es el terror a estar sólo, al silencio:
¡Oh silencio ufanado por la muerte!,
llegas y te quedas en el huerto
escogiendo rosas vivas
¡Oh silencio! Callado abocas
historias de capullos
¡Oh, mudo silencio!
Cuando callas se juntan las distancias
se acorta la lejanía
se agobian las ramas más altas de los árboles
No hay temor en el silencio
Solo silencio
Las sombras huyen
Tiemblan las manos
En el silencio los oídos del cuerpo
Se marchitan.
Me aterra estar solo, por eso en la noche cuando despierto escucho música y escribo poemas; versos en mi libreta de periódico, ¿Cuántas hojas he llenado en este perturbar de mi soledad? Se agotarán las libretas sino estás aquí; cuando entrelazas tus piernas con las mías todo es poesía, que no merece ni cabe estar escrita, porque sí. Cuando busco libretas en la tienda me dicen: ¿De cuál?, saben de cuál pero preguntan. Digo: de hacer versos. Y me pasan estas libretas de periódico, como si los versos no valieran, cuando son los versos de mi soledad. La soledad no es tan sólo las letras que escribo, los versos que armo o los poemas que deshecho. Tienen rayas rosadas y rojas, y negras y amarillas y después el vacío. El vacío: rayas negras nada dicen. Ahora estás aquí y no me gusta que te marcharas. No me gusta que te fueras, así permanezcas callada. Como una montaña estás aquí. (Después de meditar un instante declama un trozo de Neruda)
“Me gustas cuando callas porque estas como ausente,
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca..
Parece que los ojos se te hubieran volado
Y parece que un beso te cerrara la boca.”
OLIVIA—. Angaisse et vifesoir, saur humeur factiense.
Plus allaintse se vidant le fatal sablier.”
(Pausa) Ya habrá otro día. Otra oportunidad. Y hasta otra cama. También estoy sola. Temo a la soledad y escribo versos que no muestro, expelo suspiros al pesado viento con olor a cartón. Cuando estoy sola siento deseos de llorar. Lloro muchas veces. Lloro cuando quiero culpar a mis hermanos que cada uno se va a cubrir su soledad, su culpa. Todos culpables por estar sola. Quiero culpar a mi padre de la muerte de mi madre. Quiero culpar a muchos del comportamiento de mi ex-. Quiero culpar a otros por lo que me pasa. Culparlos por la edad que tengo, por los sueños que sueño, por el hambre que siento. Culpar a alguien. Culpar. No deseo cargar con las culpas ajenas.
(Pausa. Ella se sienta al borde de la cama. Se arropa con la manta.)
DÍDIMO—. Nos hemos encontrado, o nuestras soledades se encontraron en un momento de soledad. Es como si hubiéramos pactado una cita previa para que los tres nos encontremos y nuestras soledades se marcharan. Ahora ya no estamos solos, Olivia, programados para este instante y este día, el día señalado... El extremo del lápiz dando en el punto.
OLIVIA—.Como la necesidad de copular... (Pausa).
DÍDIMO—. Qué injusta contigo y mis erecciones. Si fuera por necesidad de copular, ya te habrías marchado. Pero estás aquí, Olivia, tus piernas entrelazadas con las mías, y diciendo que sientes salir de tu alma, si la tienes. Me parece que en la cama no se puede fingir, así la cama sea la cama más humilde del mundo. Al fin de cuentas es la cama sobre la que se engendra a la humanidad, el trono construido para el amor. (Pausa).
OLIVIA—. ...y ahora qué, Dídimo. Después de esta copulación qué sigue. ¿Nos despedimos ya, y no ha pasado nada? Un día olvidaré que estuve con un hombre extraño, en una noche de algún mes y de algún año sin nombre. Una fecha que por ningún motivo señalaré en mi calendario. Es tan fácil olvidar... ¿Dónde está mi ropa interior? ¡Ah!, bajo la almohada. (Comienza a vestirse)
DÍDIMO—. No es fácil para mi, Olivia. Esta no es una noche cualquiera. No es una noche como todas las noches. Es una noche para encontrar una mujer maravillosa, que disfruta, después reniega y se siente arrepentida; dice que olvidará este momento. Has dado alaridos. Has tenido un clímax. No creo que puedas olvidarlo, el sexo es como la marca. Lo puedo adivinar mientras se te colorean las mejillas y te pones la ropa dejando sentir tus senos; mientras colocas tu ropa para ocultar tu sexo. Mientras buscas tu ropa interior. Mientras te da vergüenza y no prendes la luz para que no miren tu cuerpo, porque crees que tienes que esconderte. ¡Maravilloso! Te da miedo dejarte ver como mujer. La mujer que eres despierta pasión; cuando pasas taconeando por el pasillo me haces imaginar tus piernas, tu pubis, tu abdomen, tus senos, tus labios. Puedo sentir ahora tu cabello suelto que recoges cuando vas a la calle. El respirar pausado frente a mi oído; el ruido que trae tu corazón de la calle y cómo te gusta que te miren. ¿Por qué entraste hoy a mi cuarto? ¿Para un instante y después olvidarlo? ¿Buscas auscultación ginecológica? Y te dije: perdón, te equivocaste de aviso. Si no quieres que vuelva a verte tendrás que ir a esconderte en el fondo de donde yo no sé dónde o donde no haya fondo.
(Pausa larga. Olivia termina de vistirse)
DÍDIMO—. Te espero a las tres. Mañana hablaremos mañana. Mañana el día dará lo que va a suceder pasado, y así hasta que te canses de decir sólo lo que tú puedes decir. De mañana en mañana hasta que te canses de decir estupideces.
OLIVIA—. No sé si vendré, esto es suficiente. Para qué me quieres aquí. Tienes tus versos. ¿De que te sirve una mujer cuando lleva tantas lágrimas encima? ¡Mejor que no nos conociéramos! Como si el amor fuera fácil. Como si el amor fuera un verso, o las canciones de Níncola D’vari, “sé que bebo, sé que fumo...” Que Mercedes Sossa canta ronco y Celia Cruz es la guarachera de Oriente. ¿Cuál Oriente que valga la vida de occidente? ¡AZÚCAR! Hace un instante estoy aquí, y la vida se vuelve un poema :
“la vie, qu’est-ce quón síens font”.
(Riendo, Olivia dice trozos incoherentes de un poemas en francés)
“Paisque la terre est ronde
Mou amour t’en fais pas
Mon amour tén fais pas”
DÍDIMO—. ”Sentí frío. Era el frío que tiene tu alcoba
tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
entre la blancura nívea
de las mortuorias sábanas
Era el frío del sepulcro, era el hielo de la muerte
Era el frío de la nada”
(declama un fragmento de Nocturno, de Silva)
OLIVIA—. “Allons enfants de la patrie
le your de gloire est arrivé,
l´´etandart san glut est levé”
(Fragmaneto de la Marcellesa)
TELÓN.
Popayán amanece con su bruma tirada sobre los tejados, hecha un andrajo entre las calles, entra libre a través de puertas y ventanas, en el interior se aposenta un frío helado. Un viento que penetra con suave ardor por las fosas nasales se aloja en el pecho, hace doler, lo expulsa con un violento estornudo. Al recuadro de la ciudad las iglesias se ven opacas, la torre de San Agustín al sur deja besar su cruz con los primeros rayos. El sol aparece impasible. La mañana es amarilla impasible. Ha vivido esta noche y las otras noches, desde aquella noche como veintiocho noches impasibles. Hacia el norte la blanca torre de la catedral platea igual, se nota cuadriculado su aspecto con dibujos diminutos por el impacto que produce el sol sobre la bruma, el que pega en las calles y se adhiere a los andenes. Bajo los aleros coloniales se ocultan los faroles apagados ya, y los avisos de los almacenes aparecen en una enfilada estructura. Todo el panorama guarda la dicotomía de una ciudad que quiere conservar su simetría, como guardada en el baúl de los santos que salen a pasear en cuaresma. Más al sur San Francisco y San José con sus torres oscuras, se muestran percudidas con matitas de helechos en los tejados, repasan la herencia de los días orgullosas por su pereza, y al oriente Belén y La Ermita tutelan desde los balcones naturales de la ciudad, la primera sobre un monte majestuoso que guarda celosa el sueño de las calles, mueren en las cepas de su bosque tacaño. Las campanas acompasan los sonidos. Rítmicas se sacuden cuando despiertan de la lenta modorra a los habitantes con un dín-dan pausado, entremezclan tonadas plausibles, monótonas como los ladridos de los perros, el trote de los caballos o el pito de los autos: dispar ecología.
La ciudad tiene las calles largas, que se sumergen en la redundancia de los aleros viejos, bordeadas de andenes adoquinados. Esta ciudad la limitan las paredes blancas, cansan impávidas con su invariabilidad, la iluminan los faroles que expelen un reflejo gandula, se niega a morir en la intrepidez de la etérea luminosidad del día, cuando comienza a proyectarse sobre la meseta fría-bruma-niebla, y la gente no existe. Estas calles las recorren en la noche, burlan su soledad guiados por el ruido lejano de la música que proviene de las cantinas, perduran las luces rojas escapadas por las cortinas percudidas, donde limpian el sudor los bohemios y las puticas que atienden clandestinas sus amores a bajo precio, $ 2.000.oo para la fecha sin inflación ni devalúo, hay que abandonar el lugar, el silencio se hace más notorio, donde otrora habitaban las familias distinguidas, corridas ante la nueva estructura del urbanismo, la ciudad revuelve el corolario de costumbres y resabios. El terremoto estremeció su modorra y trajo muchos habitantes a su seno, buscaban terminar acribillados por los bostezos para vivir ocultos en pequeños apartamentos como éste, del tercer piso de ésta casona legendaria, hace de hotel sempiterno renombrado en los confines de la malicia de sus habitantes. Dejaron allí coitos acelerados, pasiones en el asueto de las noches con amoríos primarios, u oferta oportuna de una desgajada prostituta que busca el sustento “para mis hijos hambrientos aún en pleno día”, dice antes de levantar la corta falda, bajarse el short sin mangas, muestra la mitad de su humanidad inferior, donde está la cremallera que ajusta el cierre de su cesárea, y alza las piernas como si fuera un alacrán: la típica estirada de Higuita en partido amistoso contra Inglaterra.
Desde este lugar salgo a mirar la ciudad, me gusta no sé por qué observar los techos por donde pasean los gatos señores de la ciudad, emiten aullidos desesperados por sus calores furibundos, están en los tejados, estiran sus cuerpos, se tibian bajo la resolana. Desde aquí escucho ladrar a los perros, hablan los hombres cuando arrastran sus tramojos de polímeros que tallan las manos, también arrastran sus ladridos. Desde este lugar también observo los barrios nuevos nacidos después de la catástrofe, se riegan sobre las sombras de las lomas, asentamientos surgidos después del 31 de marzo. En aquella oportunidad salí desnuda, muchos estábamos desnudos en la calle, se notaban las diferencias: los hombres con sus miembros arriscados, a las mujeres nada se les arrisca, el ceño tal vez, descuidaron el miedo y no contaron con llevar una toalla para ocultar sus miedos, vivieron segundos de pánico, la gente corría, los postes bamboleaban como varas de juguete, las casas se partieron en sus corazones de adobe, pedíamos clemencia a los Santos y la Virgen, los conductores azorados atropellaban con los vehículos. El sonido de las sirenas de los bomberos nos hizo ver que estábamos desnudos, por qué nos dimos cuenta si estábamos dormidos, los escombros interrumpían el paso de los cuerpos de socorro, corrimos al interior de las casas cuando ya nos habíamos reconocido en nuestra desnudes: lo que cada quien tenía para decir con su cuerpo; vaginas tímidas y penes que apuntaban sobre la pierna derecha. ¡A cubrirnos con las sábanas! Las paredes se abrieron, el piso se partió, las tejas de asbesto cayeron como hojas secas, dejaban entrever un cielo sombrío, una manta de polvo circundaba en el espacio, no dejaba aterrizar los helicópteros que sobrevolaban la nube de polvo. El presidente Betancourt sobrevolaba la ciudad. El presidente y los de la prensa. La nube que cubría la ciudad se volvía negra porque de la tierra se sacudió el carcoma acumulado. Sacudió también la superficie del orgullo de la gente. Me confundía el alarido de la gente y los aullidos de los perros y el sonar de las sirenas de los bomberos y la radio dando noticias del desastre, decían que la transmisión era a nombre de aguardiente cristal, postobón y avianca. El llanto estaba lleno de mujeres y el susto de los niños, nadie quería volver a casa, el presidente sobrevolaba la ciudad agitando la nube de polvo. Lloraba en vivo y en directo por televisión. Esta presencia del terror no recuerdo borrarla de mi memoria, y cuando salgo en la mañana a mirar desde este balcón en el tercer piso de esta casa vieja, me parece volver a ese treinta y uno de marzo, incluso ahora que marcho a mi primer día de trabajo, tengo miedo porque la tierra se estremece con el llanto del niño abandonado en la próxima esquina: es un terremoto que jamás concluirá, por él se abren los sepulcros, los muertos están cansados de observar la miseria y tragarse su inventario.
Me parece que la ciudad todavía duerme. En verdad no me doy cuenta que a la mañana le ha cogido la tarde, cuando el sol barre los restos de bruma que merodean las calles rectas, los faroles atolondrados todavía se sacuden y se abandonan en un sueño diurno en la mañana indiferente. No se dan cuenta de la fecha. ¡Están inconsciente! Las paredes brillan blancas con la renovada luz del sol que madruga a pasearse indolente. Apenas las mujeres barren las calles una tras otra, levantan polvo como levantan las monedas de cincuenta que encuentran en la tierra, y entre los cartones y los periódicos y las hojas de papel que los sindicatos consignan las declaratorias de huelga. Un remolino de polvo viene a recoger los residuos de todas las basuras, las revuelve y bate el arrume descuidado que dejan los vendedores ambulantes. Una calle desierta se pierde de sur a norte. Las calles casi se juntan en la lejanía del Sur desvencijado, las parten las carreras de Oriente a Occidente, Jerusalén está al oriente y más al oriente está Hasen: del Líbano llegó la esposa, del monte Hermón con senos de cabra, en fin, las calles parecen infinitas: van hasta El-Beirut, cruzan en el infierno. Distantes los balcones se unen verdes, para que las veraneras se tomen de la mano y hagan un viaje olor a cebolla, juntan las paredes blancas en un coito de paredes blancas. Un coito Este-Oeste. Sur a Norte, de Norte a Sur para culear como si la ciudad muriera en las calles cuando se juntan o como si nunca terminara esta pesadilla. Tienen el barrunto de las ciudades: viven la conjetura de la perennidad: son, fueran infinitas y eternas: Cayó Constantinopla, incendiaron Roma, sitiaron Troya, saquearon Cartagena, atentados contra Berlín y el imperio ¿Sucederán ayer? Es el laberinto de las ciudades que esconden otros laberintos. Las mismas calles, las mismas casas. Casas y calles. Edificios, casas, calles y rostros sorprendidos son las ciudades, cuando están vacías perros y gatos perezosos esculcan en los basureros. Parques solitarios olor a orines. Y las ropas disimuladas con olor a alhucema de héroes que no les importa sino su anémica mirada.
El señor presbítero suspira con ansia cuando termina su homilía, mira el presbiterio y se siente satisfecho por las viejitas que dormitan bajo la nave principal. Viajan al cielo, piensa. Un auto lejano interrumpe la parsimonia del día, chapucea en los charcos abandonados por la lluvia, nadie se atreve a pisarlos; es la fuga de los grifos por la desidia del Alcalde:
culpable:
despilfarro:
captúrenlo con las manos en la masa:
¡Culpable!
¡Alcalde Prevaricador!, grita el loco del parque. Todos los días madruga a perturbarlo con su verdad. Grita y no es un delito si padece venalidades; también grita el loro de la casa:
¿Quiere cacao?, ¡Patojita, el Alcalde es un prevaricador! Se roba a la mujer que quiere.
Lo ha puesto Dios para que no olvide que soy un pecador, decía el Rey David.
Y la ciudad se hace fría con su bruma. Yerta con la soledad de la noche. Muerta con las soledades. Trastea fantasmas mudándose de esquinas. De los conocidos y quienes la gente inventa para asustar a los muertos. El Pollomalo pía alrededor de los pies del borracho, la Viuda-alegre asusta al policía cuando patrulla, el Guando juega esgrima con sus machetes de linterna que recarga con pilas desechables, los carteles de la película de Drácula no dan paso en la acera por temor a los colmillos, la Llorona se pasea sin rostro, es una mujer que llora con un envoltorio de trapos en los brazos. No siente miedo, más bien asco. Chancaca toca la flauta, La flauta toca Chancaca, Chancaca, no importa que hayas muerto. Eres el héroe de la patria boba
La ciudad se ve desde este lugar aunque se haya perdido hacia el Norte y la noción de las circunstancias prevalezcan hacia el Sur. Encontraron la calesa varada en mitad de la cuadra, como encontraron al hermano que saluda con un beso fugitivo, enviado al culo donde queda cada lugar. El edificio de la gobernación, la alcaldía, el supermercado, la oficina de Registro público, la Fiscalía, los Agentes Secretos del DAS que todo el mundo conoce, el parque tiene equidistancia. ¿Dónde venden electrodomésticos de segunda, tesoro inútil de los quincalleros?, la plaza de los víveres, el colegio de lass niñas (vuelan virginidades), la universidad (fornican a lo loco en aras de la libertad), el teatro (se masturban los chicos solitarios a nombre de sus madres), las fábricas (paro cívico nacional, escriben en las paredes los comunistas desgraciados que todavía respiran en pleno arribo del siglo veintiuno, fuman marihuana para combinar las formas de lucha, son unos desgraciados porque piensan y esto: ¡Está prohibido...!), las columnas de humo se levantan para bajar lluvia ácida del cielo (no temen al calentamiento global ni al calentamiento de sus nalgas con que toman las decisiones trascendentales para la humanidad), de la ciudad, lo único que se levanta, hacia el cielo, son las columnas de humo; las almas se quedan a merodear sus penas per sé por seculam seculoram y rompen el azul del horizonte, lo penetran con el color amarillo de la luz. Lejos y olvidado se levanta el hospital, un edificio blanco tan blanco como el elefante sagrado, están haciendo la última reestructuración con un Director que se come los mocos y es homosexual, salió el marica con su corte de lesbianas, le gustan los chicos y el mundo por lo redondo, los políticos quiebran los servicios de salud, se puede morir gratis, la voz de Ovidio pide calma y Payán que los entreguen a los pobres, ¡Qué pueden hacer y cómo administrar la ignorancia! El resplandor tempranero del sol mantiene un cordón umbilical con los nubarrones negros, los hala, los ata a los cerros impávidos. Es la ciudad pasiva de esta mañana que amenaza lluvia por la tarde, esconde, expulsa, bosteza, peca, reza y empata, y se agita con tantas cosas en mitad de la tarde, cuando la gente comienza a bullirse con la algarabía bajo el sórdido grito de los vendedores callejeros. Suben la reja del hipermercado y la gente se escabulle a consumir la globalización caído el Pacto de Varsovia, y los transgénicos. Desde este lugar se siente que el descanso amaina. Antes sorprende el peso del día estirando los brazos. A cada hora la ciudad es una ciudad diferente. La ciudad de la mañana tiene nombre propio: duermeyan, en el día, piensayán, y por la noche, culiayán, orgullosos de las raíces indígenas, sebastiandebelalcazar era un traqueto que gustaba de las indias. ¡Qué vergüenza!: robó los tesoros de los Puben y los enterró en el corazón del cerro, ¿se imaginan la cantidad de idiotas abriendo huecos por ahí? Popayán tiene calles diferentes, ninguna empedrada, colores diferentes, gente de rostro empedrado que va con la prisa del reloj varado de la torre, y la cogen por los brazos agudos. Cuando la ciudad se agita no es la ciudad de la madrugada ni la ciudad de la noche ni la ciudad que pintábamos en la pizarra ni la ciudad que se escapa con el olor de las alcantarillas ni la ciudad que se adhiere a la ropa y tiza el cuello de la blusa ni la ciudad de los locos que estiran las manos untadas de barro para pedir limosna por amor a Dios, tiene que ser una moneda, y me pregunto: ¿Cómo una persona puede llegar a tanto?
No es la ciudad que reandamos en el último pesebre, es esta ciudad, la que palpamos trémulos y hacemos sangrar con cuchillos. Ésta ciudad (señalo mi pecho) puede envolverse en un cigarrillo de marihuana y mamarla de una chupada para vivir el rock.
Say goodbye, goodbye to whiskey
Lardy, so long to gin
Say goodbye, goodbye to whiskey
Lady, so long to gin
I just want hey reefers,
I just knont to feel high again
La canción de Beng Yhunter leída en Rayuela o el rock de Cramberris para darse en la torre.
Another head hougs lowly
Child is slowly taken
An the violence caused such silence
Who are we mistaken
But you see
Int’s not me
It´s not may family
In your head
In your head they are fighting
Zombie, zombie, zombie
Hey, hey, hey
What’s in your head
Y más.
Una ciudad calva, sencillamente desnuda, sin puerto ni tren: todos tenemos nostalgia de ciudad, la del abuelo Ventura es de regreso, hace 50 años, después de su ausencia, encuentra la vereda que ayudó a abrir con su pica sin rieles. ¿Por qué ahora abuelo?:
—Por aquí venía a pasear con la cream-in-nata, las muchachas blancas de Popayán. Por esta carrilera que cargué en mis hombros, que ayudé a poner y ya no está. Se la robaron los burócratas del gobierno: —lleva cien años acusando al gobierno de ladrón.
Ciudad sin chimeneas, sin edificios altos, sin río, sin equipo de fútbol de la B y no es remedo de una ciudad recta; sigue siendo un pueblo de amigos, contertulios de un barrio viejo con restaurantes chinos. Tiene aeropuerto visitado por un avión al día, donde no cabe la gente que desea marcharse. Es una ciudad sencilla: reparan en la gente a fuerza de que todos se conocen, se cruzan los saludos de una acera a la otra con las manos levantadas. Frecuentan los mismos lugares cuando tienen las mismas costumbres, tienen los saludos en la mudez de unas miradas silenciosas: en los rostros miran las señales todos los días de la vida, y cuando muertos echan una ojeada al rostro desencajado aprueban al difunto. Esta ciudad no habla, no menciona sus dramas por temor a equivocarse. La autoridad del alcalde se circunscribe a cuatro paredes del despacho, no sale a la calle por miedo a un atentado que jamás sucede, o por los gritos de la loca del parque que la gente aplaude mientras baila agradecida por las monedas que el secretario de gobierno le arroja que grite vivas al alcalde, sueña con pasar vacaciones en Europa, in the London our the Berlín and París and Venecia citys mientras recibe el 10 % de los peculados en tarjetas débito. El gerente del banco sabe y calla, y todo el mundo lo sabe porque su secretaria, la que no dejaron despedir ayer por las piernas hermosas, le falta la cualidad que debe tener todo ser humano: ¡PRU-DEN-CI-A!
Esta mañana no quiero recordar la primer vez que vine a esta ciudad. Me da la impresión de haber estado aquí todo el tiempo y siento náuseas de no sentirla mía, mi ciudad, no recuerdo cuándo llegué y me asombraron sus casas blancamente ordenadas, sin alteraciones en los colores, con los mismos aleros, los filos de los andenes puestos en línea recta bajo tejas de barro, una ciudad hecha a hilo con calles estrechas. Parece eterna esta ciudad. ¡Eterno su sueño! Sin duda eterna desde el día en que nacieron sus primeros habitantes. La fila de farolas alumbran la invariabilidad de la noche que la hacen ver hermosa, duerme todo el día, por las calles pasean los espíritus de los esclavos libres: construida con manos de indios y negros, los blancos se dedicaban a hacer versos, a cortar falanges, ahora indios y negros riman su vida con apellidos ajenos.
“Popayán eres madre fecunda”
Salir a la calle me cuesta. Lo hice esta mañana y no quiero volver. El hombre frente al escritorio, hoy a diferencia de ayer, luce gafas grandes con vidrios tan gruesos y opacos que no dejan ver sus ojos de serpiente. Miro sus ojos y es como si estuvieran sumergidos en el infinito profundo del culo de una botella, lejos de la superficie de su rostro huesudo. Lo encuentro abstraído en la lectura, concentrado en “Los Miserables”, ¿para qué leerá “Los Miserables”? De qué le sirve si ausculta en la vieja sociedad de Francia, o... de Alemania o de Italia, o... de aquí mismo por su deportivo Cali, me pregunto. Su amabilidad no es la misma de ayer. Al entrar siento que no me reconoce, o aparenta sumirse en la lectura de “Los miserables”, pobre Víctor Hugo con este lector... ha parado el libro sobre la mesa y se oculta tras la pasta color café viejo. !Le... traigo... los papeles!, digo. No levanta el rostro; continúa esculcando tras las hojas del libro y me detengo un instante para leer víctor-hugo-los-miserables, guardo distancia del escritorio, que lo hace ver con una barrera imposible de penetrar. De pronto levanta la cabeza como una bestia en reposo y me mira indiferente, emite una sonrisa que no se nota en sus ojos como si no necesitara auxilio. “!Ah, es usted..! Ya la recuerdo. ¿El formulario? ¿Los documentos? ¿Todo en orden?”
No cuento las preguntas disparadas para una sola oportunidad; son cortas, sin emotividad y sin desasosiego, las dice para cumplir su obligación de funcionario. Frente a él desfilan los maestros para poner a su paciencia disímiles circunstancias que asume resolver y deja allí, con fingida atención como todos los funcionarios. ¡Como todos los funcionarios públicos! Tira los documentos en una papelera por resolver “cuando se me antoje... cuando la lectura de Víctor Hugo se me vuelva tedio.” ¡No existo!, las normas y la posibilidad de acoso sí
Me tiemblan las manos y ya no quiero mirarlo despojado de sus gafas que impactan por la lejanía de sus ojos bajo aros amorfos, de carey, que quita y coloca sobre el escritorio y otra vez sus ojos pardos depravados. Con las gafas es como si mirara a través del culo de una botella de champán, me enseña una silla enfrente y obedezco con humildad, leo el cartelito que tiene sobre un arrume de libros: “Aurelio”. Leo y pienso que su nombre es apropiado y que no podría llamarse de otra manera. “Cifuentes” continuo leyendo con aparente dificultad y la lectura hecha en el interior de mi cerebro registra el nombre, después el apellido —también es apropiado para su nombre—, con la intención de no guardarlo. Quiero olvidar su rostro y sus ojos, su nombre y que lee a victor hugo, porque acosa como (?) Ahora he leído “Au-re-lio-ci-fuen-tes” sin detenerme, sin separar en nombre y apellido, y proceso como “aureliocifuentes” una palabra que nada significa, el hombre postrado tras un grueso volumen vidrioso donde esconde el importante cargo que no desea desempeñar. Sé que en la biblioteca del Banco hay una enciclopedia en donde puedo encontrar el significado de los nombres; he buscado tan sólo Dídimo, el nombre del negro, sin que signifique algo íntimo, no está en aquel parrafito tacaño del diccionario, un paráclito, significan sus manos y su cabello ensortijado y la forma como me mira y quita mis prendas. El nombre y el apellido es propio para un hombre sin significado, pienso, bajo el nombre está la palabra que da aire de importancia, por lo que cree llamarse “aureliocifuentes”:
“SU-PER-VI-SOR”.
Ya sabía que era el Supervisor de la zona donde está la escuela a donde tengo que ir tan pronto pueda posesionarme como “Maestra Seccional”; lo miro con miedo; no me tiemblan sólo las manos: comienzan a temblar mis piernas sobre la silla debido al frío, un hormigueo camina sobre la piel de mi espalda y en un paréntesis escurre una gota de sudor: arranca en el cuello, baja por el eje central de mi columna, sin detenerse va a diluirse en mi interior húmedo, recuerdo que no puse el protector del día porque se me acabaron y no hay dinero. Un calor pesado siento sobre mis mejillas, mi rostro arde, la sangre fluye por las venas de mi cara y acosa insoportable con un rubor intenso. Llevo mi mano derecha hasta palpar mi frente, para fraguar el sudor que comienza a surgir en gotas diminutas. Las siento bajo el maquillaje, toco con el dorso de la mano y traspiro el olor de la crema aplicada esta mañana antes de salir a la calle: la lozanía está allí, mi sudor como sensación de inseguridad la produce este hombre. Pasa una a una las hojas de los documentos que corrí hacia él sobre el vidrio. Los toma y ordena por prioridades, el capricho de ordenar según su capricho. Lee cada detalle, o por lo menos finge. Hace eterno este instante. Toma de la papelera el Decreto de nombramiento que contiene dos folios, los pasa y asigna números grandes en las esquinas con un lápiz rojo, después los pone en el legajo y, así lo hace con cada papel como yo adivinaba. No levanta el rostro, se limita a leer, mantiene un aspecto frío, balancea el cuerpo sobre la silla giratoria con espaldar bajo, termina de revisar los documentos e impulsa la silla con sus brazos de toro, tira del cajón del escritorio y extrae otra forma. Escribe mi nombre en el encabezado y la extiende con el consabido, “firme, es el acta de posesión”, hace girar la hoja, un texto que su intención impide leer: “Firme sobre la línea, sobre el lugar que dice El Docente”. Me parece estúpida su recomendación. Siempre me ha parecido estúpido este aureliocifuentes. Los-su-per-vi-so-res son: estúpidos. Me alcanza un lapicero negro liso y delgado, con el extremo amenaza tinta en el lugar donde tengo que estampar... mi nombre, garabateo para no traslucir el miedo que me produce firmar un documento sin enterarme del contenido, segura con la orden por él dada:
SU-PER-VI-SOR.
En la aquiescencia de su implacable seriedad no se inmuta y, es natural su comportamiento de tosquedad, ha aprendido en el sopor rutinario de su cargo durante tan largo período tras el escritorio. Le sirve de coraza. Ha visto desfilar un incontable número de maestros en busca de un sitio para estampar sus signos irregulares sobre el lomo de una pizarra y absorber el polvo blanquecino de la tiza que mancha las manos y el rostro, y la intención de volver cada mañana a ejercer la profesión poco apreciada, por los pesos que se vuelven necesidad al instruir a seres anónimos: el único interés es que aprendan a deletrear sus nombres, a sumar sus escasos ingresos. Con las excepciones contadas de quienes logran años de aprendizaje, convencidos que ganarán reconocimiento, podrán ser presidentes en una sociedad construida con los designios y los oficios como dones. “Es la felicidad del primer día”, dijo, como adivinando mi nerviosismo que había tratado de ocultar de su interés. Sin duda se enteró tan pronto asomé mi maquillado rostro por la puerta entreabierta que su secretaría permitía, consumado el turno, su voz indecible de “Entre. Siga. Oiga usted, profe. Siga”. Profesión en el oficio buscado. Orgullo de mi padre en su humildad de parecerse alguien importante. Ve cómo es de importante ser maestro. Da una herencia que no toma de la recóndita ignorancia, apenas leer deletreando en voz alta las hojas amarillentas de los libros que relee, como si auscultara los significados ocultos durante 7 años en un escaparate con pintura acumulada que desea renovar una vez al año. También leía a Víctor Hugo y solía decir, “no debes leer este libro, no es para menores de edad”, y lo dejaba sobre la mesa, entonces me entusiasma a leer lo prohibido: en dos semanas devoro los dos tomos de “Los Miserables”. Otra semana más con “Nuestra Señora de París”. Después los poemas, y dice que Víctor Hugo es el mejor poeta de Francia, y yo que Baudelaire, el me dijo, ¡Cómo! Hace leer a cada hijo como una obligación de familia, para que hereden el hábito, decía, a fuerza de romper la soledad de sus caprichos y encontrar el descanso en los libros de su escaparate, protegidos de las manos de quienes no fueran su propia sangre. Con la fidelidad de la madre sumisa a un esposo escondido tras la frugalidad de amores clandestinos, rotos en la infidencia de las comadronas que la hacían sufrir resignada y aceptar el destino, en la hipocondría de mantener el puesto con el consentido concepto de sus hijos formados en el esfuerzo de vivir con la distancia de su propio objetivo. Había que impedir que se convirtieran en simples ejecutores de oficios odiados, que no desempeñó pese a su ignorancia, por eso se sumergía en las lecturas acodadas en la tradición de ser alguien por fuera del anonimato, se pasaba la vida rememorando el universo de sus lecturas, así quería a sus hijos, por fuera del incógnito. Con el esfuerzo de cursar estudios lejos del hogar, para que seas algo en la vida, les prometía, y, no tengan que vivir esperando que alguien venga a tu vida y trace tu destino: que usted misma lo trace, m’ija. Recuerdo que estampe mi nombre con el lapicero facilitado por el “Su-per-vi-sor”, funcionario cansado, que simula ocupaciones inexistentes, rígido en el papel de burócrata después de desempeñar el oficio que hoy iniciaré. Pasé años preocupada “por ser algo” en el internado de las monjas de Almaguer, obtuve el título universitario que en algo copó mis esperanzas, y las de mi padre: para ayudarlo y ayudar a mis hermanos, cubrir las necesidades propias y las del hombre que fuera mi hombre y de los hijos que vendrían. ¡Qué optimismo! ¡Qué nobleza! Pasaba la noche en su cuarto, cama dura, entre la clandestina estancia daba un amor caprichoso y la necesidad de huir a la soledad.
Los golpes en la puerta me sacan del atropello de mis recuerdos, las ideas y la nostalgia. La mujer entra, no saluda, se dirige al hombre que cierra la carpeta, estampa uno de sus besos en la mejilla fruncida del hombre. Callo. Sólo observo el reloj que está tras de la silla giratoria en que se sienta el supervisor y disimula prisa.
“Con esta nota preséntese en la escuela”, me ha dicho. Caso cerrado de una sentencia cruel, la frialdad sobre los hombros. Se pone de pie y estira la mano. La agarro y la siento suave, sin emoción. La sacude un tanto y no siente nada. Giro mis pasos y salgo de la oficina. Presiento que la mujer me mira con desprecio, como mira a todas las mujeres porque cree que asedian a su hombre. ¡Si se diera cuenta lo despreciable que es su marido! La secretaria cuida su rostro en un pequeño espejo, busca extraer espinillas de su nariz redonda, no se percata de mi retiro como no se percató de mi arribo. En mis pasos llevo otra realidad sobre mis hombros, pienso en la acogida de heroína que pueden darme en la escuela la mañana siguiente. ¡Hoy no quiero ver a nadie! No quiero que me espere el hombre negro del cuarto en el segundo piso, como le llamo, que me desnuda con sus ojos de rata. No quiero que nadie me espere. ¡No quiero ver a nadie! ¡Soy yo! ¡Lo he logrado!: ¡Yo! Al negro le daré un beso en la boca y haremos el amor como la primera vez. No sabe cuánto deseo tener un hijo con cabello ensortijado.
Esta noche no ha venido; tampoco la ha buscado. Ella viene sin buscarla. Vendrá bien entrada la noche. Cómo espera en el desvelo de andar y reandar con vueltas y revueltas en su cama suavizada apenas por una sábana amarillenta que conserva el olor del amor vivido otra noche en la clandestinidad de un desborde por amarse, expulsa la abstinencia reprimida, tiene desafecto a ese lugar tranquilo interrumpido por los reflejos del corredor a medialuz con la lánguida bombilla de luz blanquecina de neón que ilumina desde la calle la luz bota penumbras al interior opaco por la interrupción del cristal. La lámpara acampanada corona el poste sembrado a un lado de la puerta que da acceso al balcón. Ya no viene esta noche. Ya no viene. Ya no. Ya. No. Viene. Ha dicho con el pesimismo que da vivir en la soledad de los cuartos como éste. Lugares que más para vivir esconden los miedos y las preocupaciones cuando la franqueza de la calle le permite permanece sincero e inmerso en la facilidad de los lugares si mantiene las puertas abiertas a seres extraños como él anónimos como él desconocidos como él comparte gustos como él como él. Las aficiones a consumir cerveza como él se toma un diminuto tinto caliente con sabor a latón como él cuenta largas historias ignoradas y participa en juegos de azar o escribe en la libreta de periódico que lleva consigo por la costumbre de anotar datos direcciones nombres palabras nuevas dichos de la gente anécdotas metáforas ocurrencias para construir su propio lenguaje. Lo aprendió en el taller de poesía. Goza las intenciones de las notas que utilizará después que no se le ocurra con el tiempo las historias se vuelvan viejas las utilidades intrascendentes entonces las desecha de un tirón desde la cabeza de las hojas están sus descubrimientos oratorios. Arbitrariamente la hoja cae al cesto lanzada a la distancia para su satisfacción considera buena su puntería en la noche tendrá que volver por los fueros permanece recostado sobre la espalda siente dolor apenas sensible en los lomos tiene las manos cogidas tras la cabeza le sirven de almohada los ojos perdidos en la lejanía suspendidos del cielo-raso-blanco-prolongando la infinitud del espacio dentro del torbellino imaginario las estrellas que le dan los ojos abiertos fijos francos extraviados en el fondo que prolonga el espacio y su existencia.
¡Si no viene me vuelvo loco!
¡Si no regresa me vuelvo cuerdo!
¡Cuerdo!
¡Y me vuelvo loco!
Piensa que es un buen poema: no voy a escribirlo dice y no lo hace siente pereza por tomar el lápiz y la libreta de periódico. Siempre lo hace. Se levantaba con el lápiz y la libreta y asienta en las hojas amarillentas sus ocurrencias oníricas sus aberraciones líricas éste es un poema para el instante y moriría allí como moriría su amor después de la noche cuando agitados copulan hasta agotar el deseo de un sexo intenso mutuo vívido con su inocente experiencia. Amarse por la entrega de los dotes cada cuerpo hecho por placer para vivir intenso culmina la felicidad en un coito silencioso con lamento tierno. El mordisco mojado y suave. Lento. Tan profundo. Caliente. Tan frenético. Sucio que unta las manos. Metido en el césame sin arrepentimiento. Vivo este instante. Piensa vivirlo cada noche cómplice de la noche tierna pasada la escasa hora del crepúsculo. Esperara. Esperarla. La espera tendido sobre el colchón duro de su cama. Cómplice. O sobre el tapete rojo sobre el piso tibio de tablas.
La espera Bajo la ducha pero esta noche no vendrás. Lo sé. No vendrás porque tenés miedo.
Así es el miedo. Cobarde. Estoy hablando en tercera persona pero soy yo. Quiero entornar los párpados cansados cuando entraba la noche tenía deseos de dormir sin reparar en la bulla exterior ni en la algarabía de afuera que producen las fichas y los dados y las rizas de la habitación contigua y las corridas en su mente se forma la imagen del cuadro de colores con líneas circundantes tenues que determinan su modorra. Y las fichas de colores. El cuadro estático y las fichas desplazan unas manos implacables las ponen con furia golpean el vidrio que cubre el recuadro y los colores inmutables están muertos por temor a perder las fichas. La huida. Turbación por la algarabía. Juegan bien pensado. Meditan la jugada. Para mover claman a los Santos Dados dos besos les propinan los lanzan ruedan sobre el vidrio. No derriben las fichas. La cárcel. Teme y huye. Huir. Huir. Salta: salida-seguro-seguro-salida-seguro-seguro-salida-seguro-seguro no da para la cárcel. Pague. La prisión es un sitio despavorido.
¡Otra vez llueve bajo el cielo! Injusta la lluvia: el tejado llora el sonido de los granos.
Otra vez llueve sobre las hojas del almendro entumecido. Veo pasar los viejos paraguas abiertos. Así están mis pies de moribundos, fríos. La lluvia hace tejidos infinitos. No se cansa de caer en este día.
Caer.
Caer.
Jamás se arrancan los hilos de esta lluvia.
Cómo es de eterna la lluvia de este día. El día 53 de estar cautivo. Nunca creí que fuera un siglo cada instante en esta cárcel. No creí que un siglo tuviera tantos días, eterno cada uno cada instante. ¡Y tan injusto!
El juego no termina en cuatro riesgos sin mover el dado pasa a tiro de cinco toma a tiro de dos listo pague. ¿Otro chico? El ruido y la voz de una mujer cobra me desvela me hace pensar para no escucharla que esta noche no vendrá. Pienso que las mujeres juegan su oficio en la cocina. Dónde está la que realiza el oficio juega parqués con los hombres de la casa ha hecho su labor ahora tiene tiempo de jugar y ganarse unas monedas las guardará en un tarrito donde su marido guarda los rollos de las fotografías su marido en eso trabaja. En la mañana él preguntará ¿y el tarrito del rollo? No sé dirá ella no lo he visto yo sé que está en la mesa de noche donde siempre lo pone y de donde saca monedas para el juego quiero decirle Su mujer lo cogió para guardar las monedas pero qué me importa entonces el hombre se va furioso Todo en esta maldita casa se pierde dejo las cosas aquí y no aparecen las cogen desaparecen culpa a sus hijas Es su mujer pienso y él dice Es mi mujer quien coge los tarritos de los rollos claro es su mujer dónde más echa las monedas tan bruto su mujer los saca frente a sus narices a la hora del juego y no se da cuenta ella gana haciendo trampa. Se la juega con el que vende los plásticos en la galería y dicen que es del DAS tan pronto el marido se va con la cámara colgada al cuello como trofeo del día su mujer se queda haciendo que hace y se la hace se acuesta en el piso para que no suenen las tablas de la cama escucho como soban las piernas sobre el piso y disimulan los alaridos con carcajadas tímidas todos saben yo sé-tu sabes-el sabe-nosotros sabemos-ellos-saben menos el pobre idiota del marido con su cámara al cuello. Le dice mi amor cobrá las fotos para el almuerzo y ella no las cobra porque está “métale al forniqueishion”. Será que el mundo es una traición (¿...?). El muy idiota con la frente bien adornada con tantos cuernos como la cabeza de un alce
Ha dicho en voz alta y se aterra de su voz ronca. Por el momento la posición de su cuerpo es la misma posición de su alma. La misma voz cuando a la madrugada escucha o a la hora cuando va a la ducha envuelto en una toalla que lo cubre desde la cintura hasta las rodillas cruza el corredor de piso machihembrado tiembla de frío siente que el agua como agujas se le inserta en la piel le hace traquetear los dientes van a partírsele los maxilares le causa dolor entonces en el cuarto se toma el rostro y carraspea busca la voz ronca que no está con que canta en la ducha piensa en voz alta engaña a las mujeres Yo engaño a las mujeres infieles piensa con la frescura de la crema que impregna perfume para el enjuague bucal conserva el cepillo en la mesa al lado de los libros al lado del desodorante contiguo a la pasta de jabón con fragancia de heno delante de la gastada cuchilla de afeitar que ya no rasura tira pero conserva los residuos negros de los vellos escasos su descuido hace acumular cosas inservibles en la mesa. Hoy tirará los recuerdos y los que no son dice y piensa y no lo hace porque en cada trozo de basura hay algo particular algo que recuerda. Piensa que en su pequeño espacio hace falta la mano de una mujer. Pone un ponquesito Ramo en la silla sobre el pastel una vela gastada con la pavesa negra chorreada de cera piensa un deseo y sin hallarlo da un soplo la llamita se agita débil con el color amarillo encendido estalla la lengua de oro negándose a morir y se apaga con un humillo negro. Piensa que es buena suerte. Plash, plash, plash aplaude y mentalmente se desea feliz cumpleaños. Happy Birtahy, Dídimo sentado en el borde de la cama con la toalla amarrada a la cintura recuerda que ha cumplido su happy birthey número 32 que nadie le canta se siente despojado del tiempo pasa infalible por cada recoveco de su piel pero cree que aún es joven no es momento de romper la soledad vive mejor así por lo menos dedica horas a hacer lo que más gusta: NADA
Ahora se da cuenta que está desnudo. Así es la desnudez. No se siente hasta que uno no se entera y viene la culpa viene a decir “se han cubierto con hojas de higuera” “estaba temeroso porque estaba desnudo” siente el falo que se agita distendido sobre los testículos lo asocia a la falta de compañía y se relaja a su soledad. Qué aburrimiento dice y aprieta la cabeza con sus manos como queriendo estrangular los parietales ve el torbellino de lucecitas que lo han perseguido durante toda la vida por lo menos desde que tiene uso de razón que es casi nunca y viene el jueguito de las estrellas en momentos de desespero. Frota los ojos las luces se hacen más intensas titilan pasan en un desfile de culebrillas se hacen franjas oscuras de cristal oscurecido cierra los ojos aprieta los párpados busca lubricar las pupilas con lágrimas desaparecen la luces y sufre la sensación de que el tiempo ha transcurrido con la inutilidad de sentirse aburrido. Un leve dolor de cabeza le queda como recuerdo de su migraña transgénica de su cumpleaños número 32 sin celebrar que nadie recuerda y lo sobrelleva con el temor de acumular más años y más soledad lo hace sentir inútil reniega sin voz escucha callado y ya no hay ruidos estorba el silencio entonces huye. La calle no está solitaria como el cuarto de paredes blancas con el cielo raso blanco aire blanco brisa blanca sonido blanco pensar en ella blanca lleva los pasos diarios al levantar cada pie avanza sobre la calle convertido en un ciempiés arrastra su concha de armadillo solitario. Olisquea en silencio. La puerta el poste de la luz la muchacha que ofrece un amor que nadie compra “Papito” dice no la escucha o mejor sí pero no quiere escucharla gustaría tomarla por el cuello y presionar presionar y presionar y soltarla cuando tenga la lengua afuera decirle “perdón no vuelvo a hacerlo” como le decía a su madre “perdón no lo vuelvo hacer” de rodillas le decía su madre “De-ro-di-llas” con largos ojos sobre el cuello se marchaba escondiendo el perrero tras la falda sin asentarle sus latigazos. Todavía lo recuerda. Qué hacer para olvidar si es útil hacerlo. Lo
Olivia llena el inmenso vació pero hace que regresara a la soledad apenas si percibe sus sentimientos y los pone en su rostro y las luces titilan en sus ojos
Esta noche transcurre lenta más lenta que otras noches no viene ya porque las mujeres cuando hacen el amor se arrepienten como si perdieran un tesoro se cuestionan con una pregunta para sí para ellas mismas. Así son las mujeres. Algo que no haría a nadie se conforman con sus respuestas. Qué sabe él de mujeres qué (¿?) piensa mientras aprieta los labios para retener el gozo. Una sola. La de la noche anterior. Entra en su cuarto irrumpe corrige disfruta la noche abre una ventana a la oscuridad maravilloso en un instante se va en medio de la noche y no lo dejan dormir las luces de sus ojos viendo candelillas ni el dolor de cabeza que parece cristalino. Toma las ropas viste una a una las prendas como reconstruyendo un árbol genealógico arma el rompecabezas de todos sus arreglos después se va dejando en el bacán un beso húmedo mojado como su sexo la vio toda mojada. Mojada. Con la desnudez agitándose en su piel
La noche no avanza pesa negra sobre el rostro en el lomo sobre el cuerpo desde aquí no se escuchan las campanadas del reloj de la iglesia como en La Plata la referencia de la hora está en la grabadora que también ocupa un lugar en el espacio sobre la mesa al lado de los libros y las libretas de periódico los papeles diseminados la crema de cepillar los dientes la pasta de jabón de baño el betún para lustrar los zapatos los cepillos para ponerles brillo los calzoncillos sucios que gusta dejar sobre los libros los libros y otras chucherías sin descubrir el uso entre cuatro paredes que lo sumergen en la soledad rapada desde la otra noche. No le ha escuchado los pasos la reconoce cuando los riega sobre el piso de madera y cómo brusca los azota para quitarse el sueño ha esperado desde las siete pasaron las ocho supone las nueve guarda remota esperanza que vendrá a las diez tiene sensación que es buena hora. Las nueve. Las nueve. Dos horas tirado sobre la cama observa la monotonía infinita del cielorraso brumoso por causa de su migraña lejano observa la bombilla de luz que ha dejado encendida todo el tiempo no agita el lapso la pereza no lo deja va a leer “las flores del mal” recuerda “Albatros” que Olivia recitó la otra noche en francés.
Cómo suena. Inunda. Baudelaire. Es Inmenso. Es un maldito colosal. Tiene los pies sobre la tierra siente los zapatos trata de palpar el piso con la suela delgada la ansiedad de las plantas de los pies blancos levanta los talones golpea furtivo en la madera con el ritmo de su ritmo la charanga el pasito tun tun remacha con los tacones las cabezas de los clavos que aseguran el piso se da cuenta que su cuerpo no ha salido de su cuarto la calle es una ilusión. Recuerda que sus zapatos son negros y alterna con otros café dos pares para su vanidad sus pies son mágicos si de bailar se trata. Un hombre no debe tener más de un par de zapatos le ha dicho el loco de la calle lo encuentra lógico Para qué más de dos pares piensa en lo del loco Un hombre no debe tener más de un par de zapatos dotor regaláme un par. Piensa en las palabras del hombre. Tiene razón (¿?).
...¿No me cree? los zapatos estaban buenos. ¡Nuevecitos! No sé por qué pelaron mis dedos.
¿... por qué estos malditos zapatos escaldaron mi talón y asientan como el diablo
en mis juanetes? ¡...Estaban buenos! ¡Le repito, estaban buenos! ¿Qué, terco? No es que sea terco...
Hombre, los encontré tirados en la basura que arrojan al Ejido ¿¡Los cartones!...?
Aquí los llevo en la carreta, son ochenta pesos por kilo pero estamos hablando de zapatos... ¿Pequeños? ¡Bueno...algo! Tengo que encoger los dedos y empuñar los pies para meterlos ¿Cederán? ¿No cree?
¿Que tengo qué meterlos en la nevera? ¿...cuál nevera? Hay una que recogí en la panamericana Le falta el motor y la parrilla
Dicen que es una chuchería pero me sirve. ¿Arreglarla? ¿y con qué y para qué? Además en mi chalet -¡Hum chalet!- no hay energía eléctrica ...pues claro.
La televisión enferma los ojos. También recogí uno que dijeron: ¡Está bueno! Lo ensayé con dos cables colgados de las redes que pasan por encima de mi edificio y una raya brillante horizontal apareció, traqueó echó humo y ya.
¡Nooo, hombre, que le pasa! Le dije que no sirve
He buscado por todas partes —siempre pendiente de la orilla de la calle por ahí donde los tiran— y me encuentro un zapato de uno y otro de otro; ya no estoy pa’ payasiarme.
Me toca aguantar éstos. Si. ¿Pero quien anda hoy con zapatos sanos? Muestre los tuyos, dotor. ¡No le dije! ¿Le faltan los cordones? Así me quedan bien...
¿Pesa? ¡nooo! Y así pese, a empujar todo el día.
Chao. Chadito dotor. Si ve unos zapatos buenos me llama. ¿Teléfono? No. ¿Y para qué? Cuando vea unos me avisa.¡Ah, este man!
Piensa en el loco lo que le dijo con la trascendencia de las palabras de su poema dislocado esas palabras sonaban como una canción triste canción sabia canción lejana que puya en el abdomen. Soba las manos y ríe de las ocurrencias. Ahora le parece una canción desastrosa quiere buscar al loco seguirlo tras esos pasos lentos con que carga los cartones si le repite el murmullo. También quiere mat. No lo diga. Sabe. Dice que quiere matarlo. Observa sus pies cuidados sus uñas cristalinas. El loco ya no le parece tan simpático. Percibe cómo su semblante se torna bucólico. Verdad. Para qué más de dos pares de zapatos. No corrige y sabe que ha equivocado la afirmación del loco pero quiere tener su propia versión de los hechos le satisface tener dos pares de zapatos y no sopesar siquiera con obsequiar unos al loco. Por ahora espera. Espera en la quietud de su posición siente las medias que guardan sus pies los pantalones que cubren sus piernas la camisa y el buzo que cubre su tórax y lo protege del frío esta noche de frío pese al verano de agosto por el peso que quiere arrancar de su cabeza si Olivia no llega.
No llega ni llegará. Jamás llega cuando la espera. Y si viene se marcha con el miedo que trae de la calle. Aterido suele dejarlo pensando en el amor que no le tiene y si le tiene lo guarda en su cartera de hule porque no lo saca a relucir.
Como si fuera hoy.
RELEER
Estoy en embarazo, dijo. La mujer que se la juega al marido también le ha dicho Estoy embarazada, tenía miedo de hacérselo saber, lo hizo y el idiota anda feliz. A Dídimo la noticia lo toma por sorpresa y pone rostro de preocupación. Ella da la noticia al término de una satisfacción sin asomo de miedo, con los pies entrelazados, él siente su desnudez, hablan en medio de sus clandestinidades, una noche furtiva que sirve de escondrijo para amarse y amarse y amarse... hasta que sí, hasta quedar agotados. Hasta cuando satisfechos respiran y siempre les falta un poco de aire, para dejar algún deseo para las noches siguientes. La gente se esconde para amarse y todos se aman. Se esconden como si el amor fuera un acto malsano, piensan: la especie humana sale de un acto de amor en la clandestinidad, única especie que procrea a escondidas y sus actos de amor son castigados por la moral, la religión, las leyes, la política, la xenofobia.
Ella toca el vientre, busca agarrar el calor que da su delicada piel, busca sentir la criatura en formación, que apenas palpita en su insigne primigenia de vida.
Estás en embarazo, pregunta Dídimo incrédulo y se sienta en el borde de la cama con actitud de resorte. Mira los detalles en el rostro de Olivia que parece ha olvidado, y quiere recuperarlos para su memoria tomándole las manos, las lleva a los labios las babea más que besarlas, No puede ser, dice.
Fue el problema: lo dijo con voz trémula, con un grito exasperado por la sorpresa para romper la tela invisible del secreto. A ella le extrañó la forma, no esperaba que lo tomara así. Tenía miedo pero se sentía feliz con lo que crecía en sus entrañas, pese a las náuseas, que le hacían dejar los alimentos en el retrete cuando alcanzaba, o iba por el andén derramando vómito, puro líquido de un sabor amargo, como si expulsara la bilis. No te gusta, le dijo Dídimo. La miró de nuevo después de babearle las manos más que besarlas, se tomó la cabeza y apretó los sesos, buscaba explicación a lo que tenía. La miró de nuevo y agrandaba los ojos, la boca abierta, aureola de sorpresa, quiso que le repitiera la noticia. Y qué vas a hacer, respondió con una pregunta, por la premura de no tener qué decir ante la sorpresa. Ella cambió de posición cubriéndose los senos con la manta de llama. S pone bocaarriba. Él le ve la rabia. Por qué no puedo quedarme callado, Y, qué vas a hacer, Esa no es la pregunta, qué vamos a hacer, cosa de los dos, o, piensa que lo hice sola, si es así deja las cosas como están, puedo arreglármelas sola, si no quieres... Esas preguntas: qué vas a hacer, como si fuera solamente mío. Le interrumpe cuando quiere cambiar el sentido de la pregunta, confundido como está, perdido como está, pendejo como es con el afán de no tener respuesta, Qué vas hacer, no era su deseo abandonarla; nada claro tenía de lo que pasaba con su vida, ¡Cómo estaba! No encontró otra forma de preguntar, sino Qué vas a hacer.
Bueno, cálmate, pensemos qué podemos hacer, dijo para sosegarla del cambio de posición en la cama por el acaloramiento, un conato por dejarla con su Qué vas a hacer, Pues qué vamos a hacer, se preguntó, De mi parte, dejarlo que crezca, que crezca. Ajá Por qué no abortas, le había tomado el rostro y la guío hasta ponerla sobre sus piernas, se ayudaba con los codos para recorrer la distancia, venía enjugándose las lágrimas. Lágrimas negras mezcladas con el color negro de la pestañina, las secó con una esquina de la sábana. Quedaron en silencio, se miraron el rostro, buscaron mutuas explicaciones, aplicaron estrategias desde luego que no hirieran, pensamientos enmarañados sobre el futuro y ese pequeño ser que palpitaba dentro en el vientre de ella, él palpa y percibe algo que se mueve, entonces lo siente, el movimiento parte de las manos y piensa que para lavar sus palabras no basta un enjuague con creolina. Escucha crujir su vientre por miedo a la incertidumbre, miedo que oculta tras el rostro de apariencia inmutable, ojos huidizos, perdidos, queda la mirada, la vuelca sobre el cielorraso, con la luz mate de sus ojos pegada a las telarañas que vibran escasas, tras los párpados húmedos, en aquel lugar sombrío los dos sacan el pusilánime aspecto desterrado, con las visitas ocultas de secretos. Buscan silencio para mantener la sobriedad en las penumbras, corta la música, las baladas que suenan bajo en la radio-grabadora, callan los libros amontonados en un rincón del cuarto, únicos testigos de las veces que han ido al sexo con la clandestinidad de sus reclusiones amatorias. Hoy prueban lo lánguido de las frases entrecortadas, dichas entre la intrepidez de las emociones contenidas, bajo la perplejidad de no saber cuál será el futuro: ni de ella ni de él. Suspendida ella en la posición supina que toma después de la respuesta, entre-muda, con los gestos rígidos de él o la sonrisa tímida de ella, la voz perdida de él, las manos que tiemblan de ambos, ruedan sobre su propio piélago en un mar que cabe en las manos. Toman las rodillas por miedo a equivocar las palabras, el camino parece interrumpido, él no tiene salida y en su referente se muestra un horizonte calculado, no avizora que puede interrumpirlo la mujer ansiada, la que llega clandestina en la noche prima, en las primeras horas o en sus escapes al motel para sudar el deseo, para medir lo ignoto y aprender del silencio de los cuartos olvidados, de las cobijas sin uso porque quieren ver sus cuerpos en los espejos colgados de los muros, y se arrullan de lado a lado buscando el calor, hacen el amor y ella repite: No-Soy-Virgen.
En la primera ocasión buscó tranquilizarla, le extrañó en la segunda, dejó pasar la expresión maníaca en las posteriores ocasiones, después le dijo dos puntos No importa que no seas virgen, y pareció irse tranquilidad por haberlo satisfecho, con los líquidos presionados en su interior, con el olor perdido, olor extraño, olor sideral. Olor infinito olor. Le encantaba ese olor desabrido. Es amada en el silencio de una estancia que no es la suya, que no causa recato. Lo ama. Ha aprendido amarlo bajo las cobijas, un ejercicio inesperado que eclosiona.
Ella mete las piernas en las mangas del blue jeans y da un beso húmedo, como son los besos después de hacer el amor: olfativos, almizclosos, pegantes, queman porque muerde, son puro jugos. Olvida ponerse la diminuta ropa interior que envuelve en un rollito de trapos insignificantes e intenta irse apretándola con el puño. Del bolso saca un pequeño espejo y mira su rostro detenido, con las pequeñas grietas de su piel de alabastro, pétreo. Con los dedos delgados repara en sus ojeras, las sombrea, las maquilla con un delineador, echa un poco de colorete en los labios carnosos, oscuros, y los oculta, se los muerde, y pasa la almohadilla de los polvos sobre las mejillas abultadas. Deja el lloro sobre la almohada y ahora está radiante. Le parece que aquel cuerpo a su lado es parte de su cuerpo. Después empareja las pinturas frotando con la mano derecha mientras sostiene el espejo con la izquierda. Toma de la cabecera el gancho para recogerse el pelo, un caimán de dientes largos que pinchan, juega a pellizcar la piel, lo deja descuidado y agarra buena parte del cabello con una pinza metálica. Se marcha. Tiene miedo a los prejuicios, miedo a los años, miedo al tiempo, miedo al viento, miedo al murmullo, miedo al sueño, miedo al reclamo, miedo al juzgamiento, miedo alas viejas chismosas, miedo... Que alguien diga Andás en malos pasos, y su valor no alcanza para decir Es lo que quiero. Pone dos dedos sobre los labios de él como dejándole un beso y se marcha.
Abre la puerta, sin que haga ruido y se marcha. Él se queda percibiendo los pasos, los pasos se pierden por el largo corredor, la escucha subir las gradas que llevan a su apartamento en el tercer piso, saluda a sus hermanos, va a la cocina para servirse la comida, la escucha consumir los alimentos y el tintineo de la cuchara cuando entra y sale del plato, y el sorbo cuando la comida entra a su boca, la escucha engullir un puré de papa En la noche hay que comer liviano, ha dicho, la escucha cepillar los dientes, los enjuagues de las agallas, cuando entra a su cuarto y escucha el quejido de la cama al sentarse, la escucha quitándose la ropa y recuerda que no lleva ropa interior, la escucha ponerse la pijama, la escucha cuando se sienta frente al espejo para retirar el maquillaje del día con las cremas de la noche, la escucha retirar las tinturas de colores amorfos que depositó en sus mejillas con una mota de algodón en la mañana, la escucha ronronear acostada, parece dormitar en la liviandad de habársele entregado aquella noche. Ha regresado porque la escucha siempre.
Piensa que la escucha en los mínimos movimientos del cuerpo
en el roce de las piernas
en la función de los riñones
en la presión de la sangre
en el palpitar del corazón
en la actividad de su digestión
en donde llevaba la vida que la mitad le pertenece
La escucha y ya no se va más
La escucha hasta siempre
Puede morir a su lado
La primera noche sin buscarlo se ha entregado al hombre que le ofrece escritos y llena su curiosidad en la clausura de su soledad; lo ha sentido acorralado, el cuello anudado y no le deja escapatoria. Se entrega y ahora flota en el sueño de la diáspora, sus huidas infinitas desde la primera noche, las otras han sido rutina de venir a buscarlo bajo las cobijas, a disfrutar del amor con esos besos salados, sabor a queso, sabor a salvia, sabor a dulce, sabor a naftalina, a parénquima, a suero casero. “Qué es, no lo sé, se me ocurre”, piensa. Lo ha buscado en la calle, ir cogida de la mano con él le gusta. Pasea frente a las vitrinas, siente orgullo al tenerlo a su lado, ir al cine y ver películas recostada en su pecho, los besos de los actores son tan naturales, con la boca abierta y el afán de la lengua que ausculta. Se deja llevar a la discoteca y pegada baila entrando en su médula, le da besos tibios y recibe esos besos tibios. Aprende que los besos no queman pero escaldan. En suma, está con él, lo busca, desea estar con él todo el tiempo y sentirlo, sus manos sobre el cuerpo, su lado límite lado de su cuerpo, su calor confundido con el calor del otro cuerpo, tan vigoroso, la piel erizada al contacto de la piel extendida, y descuidada, sentirlo-sentirlo-sentirlo.
No me ha venido la menstruación, dijo, No le ha venido la menstruación, dijo él, se miran, espera la respuesta, esperó la pregunta, forman un delirio en la incertidumbre Ve y te tomás una prueba de embarazo, dice él Mañana, dijo ella, quizás es un retraso Lo que sea, dijo él Tómese la prueba Sí, mañana, dice ella.
Piensa en la mujer que acababa de marcharse y hace memoria de su cuerpo, la mujer de al lado no se toma ninguna prueba de embarazo, sabe que está preñada porque ya no siente los bríos y piensa que lo hizo con el idiota del fotógrafo, Olivia toca la desnudez con sus manos y el aliento sobre las viejas sábanas, la silueta como dibujo de la estancia, la presencia de su sombra metida en los rincones del cuarto de alquiler hasta los riñones. Tiene la imagen del ser que crece en el vientre de la mujer de al lado, sin duda sólo los pulmones respiran, bombean vida al resto del músculo llamado cuerpo, la semilla oscila al impulso de la vida sin posibilidades de detenerse, si no lo detienen cada día explota una nueva célula, crece un nuevo tejido, ensancha el soplo a imagen y semejanza, ya están los cromosomas, captura el instante cuando el espermatozoide se encuentra con el óvulo en las Trompas del Falopio y ya no hay regreso, están en el punto de la incertidumbre donde el verbo se hace carne, cómo Dios creó al hombre a imagen y semejanza, barón y hembra los creó, al barón lo llamó Adán (de la tierra) y a Eva de una costilla mientras dormía (Carne de mi carne, hueso de mis huesos), muchos espermatozoides buscan penetrar la infranqueable membrana del óvulo, uno solo logra romper el revestimiento duro, hace una inducción por el agujero como rompiendo el universo, los cromosomas en el núcleo se fusionan con el óvulo, los veintitrés pares de cromosomas cada uno, un girar de luces intermitentes a partir de la única célula que da vida, el cigoto con sus cuarenta y seis cromosomas se dividen y en esa vida, con la mórula, arranca la aventura de un milagro XX o XY, un milagro Un milagro de la vida, Los espermatozoides que no lograron penetrar la membrana sirven a la vida, lubrican, ayudan al desplazamiento del nuevo ser por las trompas del falopio hasta depositarlo en el útero. Largo viaje, también un milagro Da un reacomodo intenso.
Un milagro. Existencia que inicia para proteger la especie, para prolongar la vida. Surge de pronto el instinto de cuidar la nueva vida, reacomodo parasitario que causa nauseas, vómito en su frágil carácter que se transforma en llanto, excusa para escudarse en ella misma, en la autosuficiencia No necesito de usted, si no quiere, olvídate. No puedo. De pronto se convierte en un hombre tierno. Ella no pudo: Juntos: la vida reposa en sus manos, dormita.
—Qué maravilloso invento de la vida —dijo Dídimo.
Sonríe en silencio, se traga el fulgor de sus ojos y le palpa el vientre distendido.
—Sí —dijo ella pasado el tiempo. No se refería a las maravillas, las soñaba y tenía claro cómo explicarlo en su clase: la educación sexual no es sólo una cópula.
No soy nadie para juzgarte, padre, para revisar tu vida, padre, para cobrar tus errores, padre, ni te paso cuenta de cobro por tus buenas o malas acciones, padre, tendrías razones para actuar como lo haces, padre, es tu conciencia, padre, lo que hayas hecho lo dejo a tu albedrío, padre, sabrás discernir entre lo que convino y lo que no, padre, tu vida, padre, es tu vida, cada quien vive lo mejor que puede mientras vive, por eso no soy la indicada para llamarte a cuentas, padre, menos ahora cuando ha pasado tanta agua bajo el molino, padre, has hecho por nosotros lo que pudiste, lo que un padre puede hacer por los hijos, por eso, padre, no nos detengamos en nimiedades, no discutamos superficialidades, claro, padre, superficial es no ver lo necesario y no lo quiero justificar, ya tendrá que vérselas con Dios, toca a él, padre, yo no tengo qué decir ni por qué escrutar tus culpas, el escándalo pasa, padre, tu vida ha transcurrido y sólo busque encontrarte contigo mismo, de mi parte, padre, no tengo qué reclamar, deje transcurrir la vida y estemos pendientes de lo que mutuamente nos pasa, padre, lo que tengo aquí es mío y no lo comparto con nadie, padre, fruto de mis entrañas y no me arrepiento, lo que dices, padre, no lo dices con tu corazón, me estás diciendo, padre, lo que no quieres que haga, padre, no podemos agregar más errores a nuestra vida, padre, no se puede. Te acuerdas de tu comportamiento con mi madre, pobre sufrió lo indecible, padre, ella quería morir, morir porque tenía a un hombre que la engañaba en sus narices, padre, tú le quitabas el alimento de la boca a sus hijos para llevarlo a otra casa, padre, claro, pero nunca se quejó, nunca, padre, nunca, jamás hizo un reclamo que dejara entrever sus sufrimientos, padre, nunca te hizo sufrir, padre, y si sufría como una condenada en silencio, callada, padre, sin dejarse notar sufría, se sabía engañada y con resignación a su suerte, como si lo que sufría no tuviera remedio, y no reclamó, qué-no-reclamaba, padre pues ni siquiera estábamos enterados porque mis hermanos hacían ver tu comportamiento como un prodigio de hombría, crees que tener mujeres por ahí es un acto de hombría, padre, varias casas como hogares y llegar a ellas como un don Juan es un acto de machos, pues, no, padre, no vale la pena, más bien es una acción cobarde, imperdonable, padre, que mi madre se llevó a la tumba, si no te das cuenta ella está muerta y no puede velar por nosotros, nos dejó a medio camino y tu, padre, no asumiste tus compromisos, nos has dejado al garete, para que cada quien actúe como mejor le plazca y salga adelante con lo que pueda, padre, qué, crees en eso, si traes un morral lleno de papas es suficiente, padre, pues no, padre, no es suficiente, ni para mí ni para nadie, yo al fin de cuentas estaba crecida, por lo menos sabía qué aspiraba, padre, de mi vida, cuestión de seguir adelante, proponérmelo, terminar lo que había comenzado y qué, padre, para qué negarlo, tú me ayudaste en el momento justo, en el instante preciso, cuando lo necesitaba, el resto era cuestión de coraje, lo he tenido, padre, te lo he demostrado, puedo seguir adelante a riesgo de correr muchos apuros, de hacer cosas imposibles, de aventarme en compromisos que cualquier muchacha no arriesga, de equivocarme, padre, al fin de cuentas lo logré y pude colgar mi Diploma en la pared de mi cuarto, contemplarlo satisfecha y tu también, padre, no lo niegues, he visto tus lágrimas cuando te lo enseñé, lo recibí en la soledad de un acto de graduación cuando todos los compañeros compartían la felicidad con sus padres y tu, no, padre, nunca apareció, era una fecha trascendental en mi vida, padre, pese a eso no quiero juzgarte, lo repito, tu haces lo que puede, pero me cuesta perdonar lo que hiciste con mi madre, también me cuesta lo que ahora me pides que haga con mi hijo, padre, es un ser indefenso que apenas se está formando.
De dónde, padre, sacas que lo aborte, con qué autoridad vienes a pedirme eso, padre, ha sido engendrado en un momento de amor y yo puedo con él, no va ser una carga y así lo sea es mi hijo y no lo voy a perder, padre, pídame cualquier cosa menos que asesine a mi hijo, puedes pedirme mi vida, la vida mía, mi vida, padre, no vale tanto como la vida de mi hijo, si es necesario mi vida te la doy pero la de mi hijo, Nóoooo, Que el médico, ellos dicen lo que más conviene y lo que sale más barato, y claro, matar a mi pobre criatura es menos costoso, ya la vi padre, vi la niña en la ecografía, se movía, palpitaba, me la mostraron, su corazón se mueve, padre, cómo puedes pensar que voy a matarla.
Lo tuyo con mi madre es cuestión aparte, sí, yo sé, usted la quería, la quería a su manera pero a nadie le gusta que lo quieran a su manera, nos gusta que nos quieran a la manera que queremos y es lo que cuenta, usted no la entendió o la entendió a su manera, de usted, no a la manera de ella, por eso la hizo sufrir como una condenada la hizo sufrir.
—El médico dice que lo mejor es que aborte —repite su padre. La mira. Se le atraganta el agua aromática que sorbe con una cuchara plástica sentada sobre la cama dura de la pensión B del Hospital San José, deja el vaso también de plástico sobre la pequeña mesa al lado de su cama, con la mirada repleta de furia recorre la estancia, las paredes verdes de la habitación y el rostro de su padre, la palidez de su padre y las mangueras que conectan su brazo, mira sus manos huesudas y la piel tono de preclancia. Vuelve a mirar a su padre, está sentado a los píes de la cama con el abdomen pronunciado y el semblante inmutable. Lo mira a los ojos y él evita mirarla; es cuando comienza a decirle el resumen de su vida (las embarradas), lo que ha buscado decirle desde siempre. No lo odia pero quiere decirle que lo odia. Lo mira como al monstruo que quiere devorar a su criatura.
— No. No importa que muera. Haré lo que sea para que viva. Para que mi hija viva. ¡Va a vivir! Va a vivir, padre, porque yo lo quiero. Quiero que viva. No voy a matarla. Que mi enfermedad... —le había preguntado los riesgos—. Quiero correr el riesgo, no se preocupe, padre, jamás te has preocupado. Por favor quiere salir, por favor.
Enjuga las lágrimas, lento, lentamente, lento, otra vez lentamente y se levanta de la cama, da la vuelta y cubre la cabeza con la almohada. Así la ve su padre. Tiene las piernas recogidas cuando va a tocar su hombro, para sentirle las clavículas pronunciadas, ella terminó arropándose la cabeza. Padre enjuga las lágrimas con el dorso de la mano, unas veces con la izquierda, otras con la derecha. Ella lo siente caminar arrastrando los zapatos de goma, proveídos por la dotación del Resguardo del Departamento, pies pesados con kilos de desdicha, y cuando lo siente alejarse se vuelve sobre su espalda.
—¿Cuándo regresas, padre?
—Mañana
—Que sea cierto
—Es cierto, mañana por la tarde, cuando salga del trabajo
—Por qué no habla con él
—No creo que quiera hablar conmigo
—No serás tú quien no quiere...? Es un buen hombre. Hable con él, es el padre de mi hijo, del hijo que espero. Tu nieto. ¡Siempre tendrá que hablar con él! El día menos pensado tendrá que hacerlo. ¡Hágalo de una vez!
—No creo que él quiera
Parado en el marco de la puerta la observa con mirada triste, busca en lo extraño del momento para dar por terminado el diálogo de unas frases cortas. Al final ha podido decir
—Vienes mañana, padre
—Sí
—Olvida lo que te he dicho
—No importa, nada me has dicho. No te escuchaba. No recuerdo lo que me has dicho. La diferencia está en que ahora sé quién soy
Regresó al lado de la cama, pasa la mano firme por el cabello liso de Olivia. Ve cómo tenía el rostro: pálido-verdoso, las manos huesudas, y le contempló el abdomen, el abultamiento apenas visible, palpó el estómago, paseó la mano por el abdomen y se detuvo en el bajo vientre con la mano abierta, se quedó escuchando, sintiendo, palpitaba la sangre y percibió que se movía brusco allá dentro en el fondo del vientre.
—¡Ahí está! —dijo—. Ahí está el condenado que te tiene al borde de la muerte.
—¡Sí! —dijo Olivia—. ¡Ahí está, juntas viviremos!
Fue conciente que la visita había sido inútil. Visita de obligación. Se marchó. Andaba de espaldas entre la distancia de la cama y la puerta del cuarto de pensión B del tercer piso del Hospital Universitario San José. Se marchó. Dejó la puerta abierta, sus pasos se confundieron con otros pasos que circulaban por los pasillos lúgubres. Llevaba la luctuosidad encima y la de otros, le pesaba en los hombros y el cuello y en los brazos que le colgaban. El rostro le ardía. Buscó saliva entre sus papilas resecas. Entreabrió los labios y tragó un poco de aire. Un aire de olor recalcitrante, sabor a formol. Distinguía los pasos entre el barullo de la gente y los otros pasos de la gente, escuchó hasta cuando descendieron por la escalera y se perdieron de sus sentidos.
—¿Por qué no toma el ascensor? —dijo Olivia.
Sumergida en el sopor al final de la tarde, con las ideas encontradas y el alivio de haber dicho tantas palabras inmerecidas, se sintió agotada y hasta con vergüenza de la retahíla sin oportunidad para impetrarlo.
—No debí decirle tantas cosas. No debí acusarlo. Quién soy yo —dijo. Eran las 5 PM. Poco le importa la hora, sorbe la cuchara de milanta, tampoco le importa: sufre con la pesadumbre. Ya vendrá a tomar mis manos, acariciará mi pelo, me hará sonreír con cosquillas en los pies y tocará mi vientre.
Entiende que las cosas son como son.
Antes de cruzar la puerta Dídimo pone la cara más feliz que puede y la hace sonreír con los chistes que trae de la calle, Olivia piensa que no debe morir. Subió por el ascensor y no se cruzó con su padre. Ha pensado para que le salga muy alegre el buenas tardes.
Padre sale a la calle aletargado. No mide la distancia entre la puerta de salida y el cuarto de su hija, ha descendido las escaleras de dos pisos sin enterarse y ahora la brisa de la tarde lluviosa, fría, golpea su rostro. No se entera cuánto tiempo camina por el largo pasillo del primer piso, entre las escaleras y la salida choca con las camas, las sillas de ruedas y los sujetos que transitan en sentido contrario, hasta que llega al portón del Hospital: da tumbos contra las esquinas del pasillo, tiene que doblar siempre a la derecha. Algo le duele en las entrañas, el pecho se le constriñe. Necesita renovar el aire en su vientre; ¡va a vomitar! Las palabras resuenan agolpadas en su memoria y puede repetirlas una a una con el recuerdo avergonzado. Camina todavía enjugando las lágrimas con su mano limpia, libre de los recuerdos de sus callos.
Le arde la garganta. Sus ojos marchitos le hacen ver lo opaco de la tarde. El olor mojado de la tierra en las eras del jardín, frente al hospital, penetra crudo a sus fosas. Entero el olor mojado de la tierra llena sus pulmones. ¡Quiere estar fuera! Ha tenido que esperar impaciente en la fila, hasta cuando el portero con parsimonia revise los visitantes, cuidando que no carguen con los utensilios de cocina, con las sábanas, con el jabón de las duchas. Toca esperar. Espera. En el turno de requisa le palpan el vientre flácido, los bolsillos vacíos de la chaqueta y las faltriqueras profundas del pantalón. ¡Al fin fuera! Marcha por la calle perseguido por la clara voz, y temblorosa, y convaleciente. La calle está vacía para él, llena de rostros desconocidos que son como si la calle no tuviera rostro.
—Padre. Padre. Padre. Padre. Padre —resuena en su memoria. Se siente agotado. La voz hace que acelere el paso hasta perderse entre la gente que caminaba en contravía sobre los andenes grises, ondulantes, móviles, bruscos, mojados por la lluvia que cae. Resuenan sus pasos, arrastra los zapatos. El eco de sus pasos también se meten en su memoria y quiere volver atrás, sobre ellos, para ir a la entrada del hospital, quiere cruzar la puerta, correr por los pasillos siempre a la izquierda, subir las escaleras, marchar a toda prisa por el corredor hasta la puerta abierta del cuarto en el tercer piso y verla otra vez acostada de medio lado con el rostro vuelto hacia la pared, quiere tocar su hombro, esperar que vuelva el rostro y decirle,
—No he querido herirte. No he querido herirte. No he querido herirte. No he querido herirte. —Tantas veces—. ¡Perdóname! —quería decirle.
Deseaba repetirlo hasta cuando regresara la borrasca invertida del destino, que deje de llorar y pare la lluvia cuando sus ojos tranquilos miren su rostro y él con las pupilas enlagunadas decirle,
—Perdón, nunca he querido hacerte daño, ni a tu madre. No sabes lo que ella significó para mí, lo que significa aún. ¡Cometí un error que no puedo remediar! Ella me ha perdonado como lo sabía hacer, en silencio, callada, en silencio como murió sumisa, en la mansedumbre de una tranquilidad sin reclamar sabiendo que moría. Con la cabeza sobre mis piernas, metidos dentro de aquella ambulancia que no alcanzó a llegar al hospital. Murió en el camino, ¿Lo supiste?, todos lo supieron. Murió sin que pudiéramos hacer nada, con la impotencia y en la soledad del camino cuando la sentí morir y tomaba mis manos. Se quejaba de los cólicos en su vientre a causa de los jugos gástricos regados en su abdomen. ¡Peritonitis! Se quejaba bajo, resistía, aguantaba el dolor infernal, soportaba valiente (para canonizar) con una sonrisa lenta. Y sintió que ya no dolía, se dio cuenta que estaba muriendo con una lejana sonrisa. Estaba tibia, había bajado la fiebre. Tomó mis manos, alzó su mano para tocar mi rostro, acarició mi rostro y su voz de sus entrañas de donde ustedes salieron, pasados los años retumba aún su voz en mi cabeza, su recuerdo hace temblar mis manos, “las cuidarás como se cuidan a los hijos. Como se cuidan los hijos”, dijo, “!Cuide a mis hijos!” Temblaba su voz in artículo mortis. Su voz temblaba. No te preocupes, ahora eso no importa, le dije, nada te va a pasar, te curarán, ya llegaremos al hospital, aguanta un poco, ánimo. Pero sabía que moría y me lo hizo jurar, y murió con la cabeza recostada en mis piernas.
No ve las luces de los autos ni los reflectores de las casas. Llegamos al hospital con ella yerta, el médico ordenó que le practicaran la autopsia para averiguar los motivos de su muerte. Claro, en la autopsia no verían el sufrimiento de su corazón ni la soledad de su vida, ni la frustración de su existencia ni lo inútil de sus enojos ni los hijos ni a ti que dejaba a su suerte, ni a nadie ni mi arrepentimiento ni a mí menos el dolor de su alma. Nada podrían ver. Nada.
Quería escucharla. ¡Perdóname, no tengo por qué juzgarte!
Volvió a llover lánguida lluvia. Padre busca protección bajo los aleros, los transeúntes bajo los aleros de las casas, todos no caben y descienden de los andenes. Ni resistía la suave brisa desgranada en la penumbra de la tarde, se vuelve noche al filo de las seis, la luz del día temprano comienza a desaparecer por la lluvia, se encienden tímidos los faroles. La tarde está hecha penumbra.
Apresurado marcha por el filo de los andenes, esquiva las trampas que ponen otros hombres, otros cuerpos, otros seres no ven la tarde yerta sumergidos sin sentir el temor de otras veces por las travesías solitarias y el peligro que tienen los rostros descompuestos, la malicia en los bordes de los ojos, los rezagos de alcohol en los labios, la nariz aguda dura como una próstata con carcinoma, el olfato de ver a sus victimas, la música sale de las cantinas protegidas por los biombos de madera de donde traslucen olores penetrantes, la creolina con que abrillantan las baldosas, la luz roja de las cantinas se proyecta hasta la calle, basura que arrastran con los pies colgados con zapatos de goma, tiran una cabuya de la que pende un trozo de papel amarillo por la lluvia, el sol cae oblicuo sobre los rostros impresos en trozos de periódico. El Humilladero está al final de los pasos con sus ladrillos rojos, mojados, olor a tierra, las entrañas sobre el río, la corriente furiosa huele a barro, a cosas verdes, a troncos mojados, a hojas estropeadas, a trozos de cartón, a peces muertos. El Ejido baja troncos, pedazos de frutas, trozos de casas, trozos de ropa, trozos viejos de camisa, las mangas de un pantalón, un zapato solitario que navega en la corriente y se niega a hundirse, las piernas levantadas de una muñeca desnuda sin vellos en el pubis, la cabeza inflada bota agua por los ojos, chorro de lágrimas.
—Qué mirás —le dicen.
No responde. “Que baje el tesoro de mi desgracia”, piensa porque no mira la corriente ni lo que lleva el río, mira su vida en la corriente sucia que pasa bajo el puente, la corriente turbia y su vida turbia y sus voz turbia y sus manos turbias y su pasado turbio y su desgano tan turbio como que no le importa. Mira su rostro en el río sucio-barro-caño que no refleja nada. Por lo menos el río amanecerá mañana limpio, claro que el río no puede regresar por su pasado.
Vuelve sobre sus pasos, sobre su vida, los años avanzados como las marcas de las manos, y en el rostro y en los hijos grandes, en las miradas horizontales que juzgan a sus ojos, más allá del puente están las bancas de color negro esperándole para su meditación trashumantica, ¡Más allá del puente! La pregunta no tiene respuesta y no la responde; marcha por la empinada calzada del puente peatonal frente a la caseta de las fotos y se sienta cansado en la primera banca puesta a su paso. Respira profundo, soba las piernas y se levanta y de nuevo marcha sobre sus pasos perdiéndose en la penumbra que une las casas viejas acompañado por los resplandores amarillos de los faroles que cuelgan de las paredes blancas. ¡Qué triste está la ciudad!, piensa, lo ha dicho en voz baja por el peso de las miradas de seres con rostros oscuros que encuentra a su paso tan tristes como arrastra su alma.
—¡Qué triste está el día! —se queja por la costumbre de quejarse.
Vuelve a decirlo ahora en voz alta, “!Qué-triste-está-el-día!”, una palabra, sin plantar la mirada en los titulares del periódico tapado con trozos de plástico sobre el amplio andén del edificio público. Cruza el parque con sensación de páramo en sus huesos, bajo el color verde de los pinos, en diagonal por las callejas resplandecientes y solitarias. Repara en la estatua del sabio Caldas que mira al infinito, al occidente, lugar del tesoro esquivo de don Sebastián de Belalcázar con su espalda entumida, y se va por la Octava arrastrando sus zapatos de goma, cargando el peso de las palabras que no se le disuelven, las sentía hervir como un sal de frutas, las siente venir encima desde la mirada de reproche de todos los rostros de la calle con Sí, tenés razón, tenés la razón, tenés razón. Y la vergüenza de los daños la mentira y el engaño, la muerte y el silencio, el reproche y los caminos andados sin levantar el rostro, sin que pueda mirar a la cara: guarda silencio. Que no menciona su pena en voz alta, se esconde de sí mismo. Huye de sí mismo. Volverá al otro día. Volverá. Y no quiere matar a nadie. ¡Una nueva acusación sobre sus hombros sería la locura!
Al día siguiente le llevará el cariño negado en el tiempo que le reclama, lo permitirá su furia, arrastrará el pasado como arrastra los zapatos de goma como arrastra el hilo invisible de un sufrimiento callado. Corta la brisa con su abdomen voluminoso como con un cuchillo de piedra. Las horas avanzan, él avanza los pasos con los brazos cansados, se hace acompañar de la cuna de sus remordimientos. Desea acostarse bocabajo y sumergir la cabeza entre la almohada.
nunca
como hoy está la mañana tan soleada
extraño las mañanas de sol radiante que dejan ver los picos del Puracé sin nubes ni viento ni hielo ni escarcha. No quiero una ducha esta mañana ni deseo el sonido del agua cuando se desgrana sobre mi cuerpo
moja en un instante
nada tiene rostro de malos presagios
en una mañana soleada agua fresca sin que sea fría
mi hermana me alcanza el desayuno antes de que me vista
fue una noche
de grillos
cantaban bajo las ramas del pino que mete aroma por la ventana abierta
quiero las ventanas abiertas
la puerta desnuda
el alma contrita
hoy puedo morir
y si muero cuánto resistirá dentro de mi abdomen
es demasiado débil para soportar la intemperie
se mueve y me arranca una sonrisa
también sonríe
lleva el dedo a la boca chupa su uña blanda
murmuran afuera
hablan bajo
no entiendo el lenguaje
murmuran
que sí voy a tener al niño que se mueve en mi vientre
murmura la lluvia
pasa por el brillo de la calle y al resplandor del día 7 fulgura sobre el rostro de la noche
en el agua de la ducha en el espejo en las paredes en las ventanas en las puertas
el aire helado se mete por las rendijas del techo
la mesa y la silla están vacías
la ventana es estática
todos me miran y murmuran
he llorado porque todos murmuran
lloro murmuran lloro lloro murmuran murmuran
el llanto es un mar que brota de mi alma
un oasis del desierto que tiembla
pestañea una lágrima y se desborda el diluvio de mis ojos
Noe duerme la siesta
diminutas son las olas de una lágrima
nadie las detecta nadie las estudia
triste es el aroma poliédrico del llanto
pero tengo alegría en el vientre
compañía en el vientre
deseo en el vientre
niño a bordo en el vientre
hay tiempo y amanece ocaso y grito y llanto
y risas en-mi-vientre
no estoy sola
llevo cupo completo
escucho a alguien que habla desde mi vientre
habla y crece y se mueve y patea y sonríe y juega con el dedo puesto entre los labios
mastica el jugo de mi placenta
hace burbujas con el líquido amniótico de mi placenta que es suya más suya
su cuna
se mueve
contradice las manecillas del reloj
ve colores opacos
circulan fuera de su ambiente
se estremecen con el frío
se arrullan con el tibio del sol
esta mañana le gusta que me levante de la silla
quiere que camine por el piso que es plano
que salga a pasear sobre el prado verde
ríe cuando respiro el aroma de los árboles vivos
si escucho el trinar continuo de las aves
quiere que hable con las voces de los hombres él habla remedando signos
muge palabras para la evocación
seres de olvido somos
vivimos este instante y es suficiente
mañana tal vez hayamos muerto
hoy la bóveda del cielo azul es azul a veces no tanto
como si jamás lo hubiera sido
he dicho al contacto de nuestras dependencias
como la luz del sol es amarilla
amarillo es el fulgor que nos ilumina
la lluvia tiene un color gris pero no invita a la tristeza
los dos él y yo y él
todo tiempo es bueno para la vida y para el sueño
las aves de colores circundan el espacio
le he dicho
los tejados son negruzcos le he dicho
más bien rojizos
las paredes son blancas
le he dicho
los edificios las casas la iglesia la escuela la torre con su reloj cansado tienen la sombra recostada sobre el piso
los autos van lento
le he dicho
huyen de las sombras
se pierden calle abajo con su algarabía perseguidos por una columna de humo que se esparce en la ciudad y la absorbe y alimenta y la vuelve impávida
la mañana está despierta porque despertamos tarde
voy al trabajo
hace días no asisto
también le he dicho
bajo las gradas recorro el pasillo traspaso la puerta salgo a la calle
camino los andenes cruzo a la otra acera él nada en el líquido de mi placenta
nade no monte en bicicleta
camine no haga gimnasia
baile no golpee su vientre
llore no perpetué la tristeza
no fume
no beba licor
no contamine
no escale
no y no y no
las prohibiciones resumidas
y lo más importante no use parches en los pantalones ni escuche música metal
ojo con la droga
por nada del mundo debes probar la marihuana
debes hacer el amor en la posición que el deber y la moral obliga
hay puertas blancas y verdes y rojas y no sabes de colores pero prefiero decírtelos para que no te sorprendas
escoge las puertas angostas no importa el color
las calles son estrechas lentas hay que ceder el paso a los autos
y los ancianos
van al infinito
las calles en la distancia parecen cerrarse
mire cómo rozan los techos de las casas se juntan en la distancia
las calles se pierden bajo los aleros
se vuelven vericuetos
laberintos adónde van las calles sin nomenclatura
debe estar sobre las cornisas de las puertas
sobre el techo la ciudad es una montaña de irregularidades sus picos apuntan hacia un cielo obtuso
alguien nos persigue
no temas a las gárgolas no tienen espíritu (tu padre lo dice en un poema, pies en falso)
(“Gárgola. Asusta. Ve y asusta,
muestra tu cuerno de piedra,
enseña tus colmillos blanqueados de cal…
mete pavor
con tus ojos salidos de las órbitas.
Ruge con clamor
inaudible
y trágate el viento
que silba cuando pasa por tus orejas de cerdo.
Mantén vivo el aliento de terror
parada en la cumbrera de la casa
y no deja
que los intrépidos roben mi intimidad…
Cuando en la noche
confió en ti ¡Oh, gárgola!
mi cuerpo dormido…”)
tiene rostro extraño vienen otros rostros sin nombre sin saludos sin palabras
labios secos puestos en el rostro ojos opacos que iluminan su cielo purpúreo
los párpados no lubrican con el llanto
nos persigue una turba de pasos tras nuestros propios pasos
tamborilean tacones sobre el anden de lomo cansado
van mudos
hablan idiomas extraños
—la calle se ha empinado tanto con tu peso—
lanzan palabras al vacío
perfiles anónimos y rasgos descompuestos que nadie escucha
rasgos descompuestos
todas las arrugas acumuladas por la lluvia amontonada en los rostros
un cúmulo de señales marcadas con el tiempo
la brisa hiere lento
todos nos volvemos viejos por capricho
cada señal es un instante medido en segundos
vienen hacia mí con los brazos cerrados comprimidos los hombros el abdomen brotado las ojerizas pronuncian un arco agudo hasta las ojeras
una extraña geometría
que alguien dice al oído y se marcha
muestra la espalda torva
todos marchan con él
con los números en la espalda el 666 el 999 el dios que presagia e instruye cuándo se acabará el mundo
el diablo
el Anticristo no predice el gozo
goza ahora
después acúsate
es el amor de la confusión hecha un asco
divide y reinarás
sí
sé feliz con tus pecados
no sabrás imitar
mata hurta sé venal
el dinero no es bueno pero te hace feliz
para el bus cuando traza un signo oblicuo con la mano
asciende al crepúsculo del mundo privado con música estridente
las sillas copan el olor a petróleo
antes las monedas después la silla vacía
el negro me sede el puesto
bambolea y alguien canta una canción rasgando su desvencijada guitarra
—de todas maneras es una guitarra—
miran descuidados nadie pide que te calles
bajan el volumen de sus voces y el conductor imita subiendo y bajando la cabeza como zombi
los colores se pierden en infinitud de matices
los tonos sonríen visos marchitos claman por los colores que grises bifurcan los matices si recogen los colores
da asco
el ladrillo semeja el estiércol del mundo los pobres colores viajan en contravía
ya te hablé de los colores
las flechas blancas del piso son signos que se detienen en mitad de la calle con las estrellas negras que inventa el universo de fantasmas el cristal no tiene sabor ni color sólo el gris de las chimeneas suspiran nubes en lo alto
el pito de los autos lleva olor agudo
hacen saliva
la estridencia de la policromía penetrante
esta mañana pierde la monótona apariencia
qué podré hacer con las lágrimas inútiles sobre mis mejillas
cada quien cuenta una historia
apeado del fantasma que ata en el bolsillo con su mano los valores
allí lo toman ellos
simulan con sus carteras de hule
palpo mi abdomen y estas ahí viviendo
te quedas quieto
sientes mis emociones
¡cómo me he quedado callada con la boca en el rostro!
estás asustado
es el primer instante de una sorpresa sin recuerdo
el bus te bambolea
cargo palabras para decirte quedo
nosotros hablamos con el hilo interno que nos comunica
nos decimos secretos en el silencio nuestro
giras para mirar mi rostro giras todo el cuerpo y observas mi interior
lo oscuro del hígado que te limpia los pulmones de donde sacas aire
haciendo burbujas
al corazón fluye la sangre de tu vida
lees en los circuitos del cerebro textos que te envío
no son precisamente palabras con sonidos
son sensaciones que adivinas
eres la misma carne que crece en mis entrañas con su propia carne viva compartida
tienes miedo pregunto
¡No temas
allí nadie te muerde!
yo te guío con las caricias de mi vientre
te guiaré de las manos por el viento
seguiremos conectados en el tiempo en la distancia del aire en la tierra de los bosques en las casas en las oquedades de los vicios y a través de la furia la riza el canto con los instrumentos el oro los miles de rostros los millones de arenas distantes que reposan en playas amarillas
grises otras
pese a la anarquía de las estrellas que nos guían
sabes que las arenas rojas calcinan los pies
no te acerques a ellas
no has salido antes de un recinto cerrado
éste es el mundo
el mundo hecho voz
un día estarás diciendo las mismas cosas las mismas sensaciones sentirás en tus entrañas los mismos miedos serás sensible el llanto inundando tus manos para sentir el líquido del mar llevas dentro un oasis salado que brota de tus ojos verás que puedes ver al interior mío y allí en ése sitio donde creces ahora crecerán otros se abrirán otras placentas llenas del amniótico y tus manos pasaran suaves acariciando mi abdomen
también soñarás
ábrete a la vida
ausculta un libro abierto
el libro de la especie
miles de años sobre la faz de la tierra nos ha permitido la vida desde la mínima expresión hasta los seres libres que decidimos nuestra historia nuestra existencia
en nuestro albedrío
libres cuando amamos odiamos y lloramos
algo genético
en nuestra libertad atentamos contra nosotros mismos
nos depredamos pero tememos a la desaparición y procreamos bajo el cielo
a la luz del sol enredados entre las sombras
en el fondo protegemos la especie
nos equivocamos y por vivir en manada creemos que los seres por fuera del grupo no merecen la vida
pensamos que nos quitan el espacio que nos ahogan y nos arrebatan el pedazo de cielo que nos toca
nos invaden nos esclavizan nos matan
y matamos
vamos a la guerra para exterminar al enemigo vienen a la guerra para exterminarnos porque somos sus enemigos
éste no sabe de sentidos ni de sensaciones
las percepciones a través del cordón que nos une le bastan
a través de él no sólo se proveen las necesidades fisiológicas le llegan las impresiones
de un mundo monocorde
monocromático
los genes se construyen en la historia
monohistóricos
asimilan el comportamiento
captan el cenit del medio
perciben el límite del día
cuentan la acumulación de la memoria
sus ojos cerrados ven a través de mis ojos
sus manos empuñan y palpan a través de mis manos
sus pies recogidos perciben la tierra a través de las plantas de mis pies
lo protejo de los hechos que golpean en su futuro
su conocimiento se incorpora a su estructura y marcan su destino
su vida moldeada en el tiempo al centro del vientre
lo moldea como a las montañas por el movimiento interno del vientre
como la fuerza incontenible de las capas tectónicas
desde el vientre se adecua
se endurece y se prepara se siente
percibe el exterior y responde ante cada emoción con respuestas físicas
conserva el equilibrio frente a la adversidad para no impresionarse con lo imprevisto
para adecuarse con los cambios
para vivir con moderación en lo estático
para estar alerta frente al peligro
para disponer del medio para su usufructo
ha de aprender que no es infalible
que puede aterrarse
soy tan débil y en ocasiones tan frágil
impotente lloro
y en este estado de mi sensibilidad me aterro los nervios me llevan a la hilaridad y lucho
choco contra las barreras infranqueables
los muros están enfrente y salto
a muchos no podremos brincar tendremos que rodearlos otros más habrá que burlarlos y a otros tantos mirar con indiferencia
como si no existieran
cuando hayas cumplido esa etapa de tu vida
cuando hayas vivido treinta y seis semanas y rompas el lazo que nos une en el interior de mi vientre estarás listo para seguir la experiencia de la vida
entonces nuestra unión será la unión del alma
la herencia que te daré de los afectos
y jamás esperaré que lo agradezcas
aunque si lo haces “se alargarán y serán felices los días de tu vida”
La calle no está como el otro día, las bocas transpiran trasnocho y exhalan aullidos de lobo que tú no sabes lo que dicen, los rostros jalan con sus murmullos y sobre el andén blando vamos con nuestros pasos poniéndolos sobre nuestras mismas huellas. Estos caminos son largos, llevan al infinito si los pasos son lentos, las marchas no terminan cuando andamos poco. Basta agitar el pañuelo la ruana o el abrigo, y gritar con furia bajo el sol que deja ver su inclemencia: tal vez hacemos que el viento se sostenga tras los árboles del cerro y no quiera bajar al valle; teme como nosotros, con el miedo que arrastra sobre el pavimento. Sentimos el piso blando y avanzamos, pero el miedo se transforma en euforia. Ya no tenemos los gritos atados a la garganta y nuestros brazos se levantan. Hay un coro indefinible, con una fuerza que parece que nadie puede contener. Hemos ampliado la calle y los autos huyen, como huyen los ancianos que piden una limosna por amor a Dios desde los andenes. Presentimos que nos temen, por eso agitamos el puño tras cada grito que estrellamos contra los muros impávidos de las tapias blancas, estremecemos los aleros de granito y los techos con tejas de barro, blandas como el pavimento. Nuestros gritos hacen oscilar la irregularidad de los montículos y el cielo escurre lentas sus nubes prisioneras de las lejanas cornisas de los cerros. Somos tantos tú y yo atados juntos: cuelgas de mi cordón umbilical conectado a mi vientre, te mantienes en un silencio que ni te rebulles para avisar que temes a lo que pueda suceder este día. Este día hecho un hobillo te mantienes insensible y no tienes las manifestaciones de tus inconformidades en el interior de mi abdomen. También te gustan los gritos y los puños y la sacudida de la tierra, con tantas zancadas que se estrellan sobre la superficie de la calle hoy para la bulla, y la rebelde actitud de hombres y mujeres que se apuntalan hombro a hombro. ¡Tú no lo entiendes, preciosura!
Sobre mis hombros empujan otros hombros. Siento que no soy yo, que no somos nosotros. Está inmensa. Acopio humano que marcha aguerrida barriendo el sofisma de la calle. La inmensa ola atropella e incorpora a quienes se suman en el transcurrir lento de los minutos, lánguido afronta con consignas en cada esquina doblada ya, cada gesto se vuelve común, cada grito, cada arremetida, cada combate se hace antes y no conmueve. Con nuestra presencia buscamos moldear el mundo, hincarlo con nuestro poder. Si nos han dicho que nos esperan, nosotros los perseguimos. Vamos a dejar en claro que no hemos venido para combatir porque no tenemos enemigos. Nadie podría parar nuestro impulso y nuestra resistencia. ¿Será la sensación del arrollador paso de la manada? Si llegamos al parque es una meta fortuita. Avanzamos por las estrechas calles de esta ciudad que no tienen trincheras, no está presta para el combate, ni las tapias de barro ni los caserones resistirían el bombardeo en una guerra. Venimos del norte y descendimos por la panamericana con los pasos sin cansancio en esta marcha, una de tantas para gritar que nuestra presencia es vana, avanzamos bajo la mirada lagañienta de los habitantes, ellos se fastidian con nuestros cánticos y consignas, llaman a la policía. “Por qué no acallan a esos vagos, mándelos a sus trabajos”, y nosotros “Abajo jo el imperialismo mo yanky ky” y tu no sabes qué es el imperialismo pero te toca alimentarte con leche Klim si quieres crecer sano sanote fuerte fuertote, y “Abajo jo la privatización ción de la educación ción” y no te das cuenta de la cacofonía tan bestial porque no es importante, sino “Abajo jo el gobierno no del presidente ente tal al”, y como no hay rostros porque todos son una masa informe, figuras rojas formadas al crepúsculo, que caprichosas se desplazan y transforman en una fuerza extraña, propia, que cambian el aspecto, que devora las emociones: ¡De la pezuña del diablo a las alas de un ángel!
Las voces se confunden con mis miedos.
—Se suicidó anoche y no entiendo por qué la gente se suicida. Dejó escritas mis razones en el espejo del tocador: a nadie le echen la culpa, es mi decisión, decía, y no hacía mucho tiempo su padre murió de cáncer, cuando se lo descubrieron dijo no puede ser, no lo tengo. El médico estaba aterrado, en el ecógrafo no aparecía el tumor, tío. Limpia tu alma, le dije. Claro que la mía ojalá no la limpie pensando en voz alta. También dijo que lo había curado el Espíritu Santo, falta ver, y esta chica enternecida por el novio vimos que no la quería, como cuando a una no la quiere ver el novio que se abre la tierra y se lo trague a una... Era bonita con la piel rosada, alta y la cintura estrecha, enamorada de un novio feo con cabello de indio y por eso tanto lo quería.
Las consignas son banderas marchitas que se gritan sin significado en calles de puertas cerradas, frente a hoteles misteriosos, en el club de ejecutivos y en los barrios distinguidos donde no ingresa la plebe.
—El presidente dijo dos punto lo siguiente no permitiremos que unos cuántos agitadores profesionales subviertan el orden público. Lo dijo sin ponerse colorado mientras amenazaba con el puño abierto en la pantalla de televisión porque nunca el presidente cerrará su puño si su autoridad viene de Dios.
Las colillas también desaparecen con la lluvia como desaparecen los gritos sórdidos de los manifestantes que nos arrastran. Ahora subimos por la Calle Quinta frente al hombre que nos mira con los periódicos recogidos como si fueran su falda, se arropa con las noticias del día, los periódicos no mencionan la marcha general del magisterio sino es para decir que los muchachos pierden tiempo y los padres de familia la plata de sus matrículas.
—¡Qué desgracia! El cielo está encapotando, hoy va a llover temprano, y dejé la ropa extendida en el patio, nadie está en casa para que la entre, ni sé mija qué será el almuerzo, en la próxima cuadra me salgo tu me cubres, y cuando llamen a lista, si es que llaman, por favor contesta y di que mi mamá está enferma; con tal de marcharme soy capaz, mija, de matar a la pobre vieja.
Huele el sudor con los muchos humores metidos en medio de la marcha, quedan los estornudos esporádicos por el polvo que levantan los zapatos de goma. El día tiene sensación de tristeza, han cerrado las ventanas azules y aquí vamos por la Vuelta al Cacho, parece eterna la subida al parque, los gritos no cansan y en el desfile hay voces perdidas, pasamos la décima, la novena, la octava, la séptima, se han escondido los policías, los balcones se ocultan y el aliento a sudores pútridos se agita con los pañuelos blancos como manos cerradas, como la densa furia que disminuye por el cansancio, como la niebla que baja tranquila desde el volcán Puracé y se enreda en los senos invertidos de las iglesias y las patas lanudas de los perros que hacen sus necesidades frente a la cara contrita del alcalde.
—Meterse al parque es como caer en la boca de los lobos, te lo digo. Es caer en el encierro y dicen que vamos a permanecer allí hasta cuando la autoridad responda. Quiero irme contigo y sacarte del peligro. Tu vas en silencio y no te rebulles ni pateas como si estuvieras enterado de mi miedo. Me detengo pero la marcha me impulsa los pasos entre la algarada, sobre el piso que barrieron esta mañana para la procesión de martes santo.
—¡Viva. Viva. Viva!
—¡Abajo. Abajo. Abajo!
Escucho un estruendo y a mi lado un hombre se desploma. Abro los ojos para captar el impacto. El hombre. Un maestro. Ha dado un giro torpe y dobla la espalda. Lento tuerce el cuello y se toca el parietal del lado donde yo me encuentro, será el izquierdo o el derecho. Difunde un hilo de sangre vivo sobre la tasa negra del pavimento y lo tiñe de mostaza, antes escucho el silbido del proyectil que da en su frente y se detiene, el hombre cae, se toma su tiempo en buscar la muerte como si el viento lo detuviera. El disparo viene de una mano invisible que empuña un arma mezclada entre la multitud que grita. La mano dispara y desaparece. El hombre, el maestro, recibe el impacto inocente con el grito detenido, todos huyen, se han dado cuenta que un hombre ha muerto y nosotros, los dos, nos quedamos estáticos congelados dubitativos aterrados. Quiero gritar, te palpo en mi abdomen y te has rebullido. Lentamente el hombre dobla las piernas y cuando cae echa las piernas hacia delante y pone las manos sobre el pecho. Respira profundo. Profundo. Dos veces. Primero una, y otra. Tras cada respiración la sangre salta por sus fosas. Entorna la mirada y sus ojos se vuelven glaciares. Yo estoy congelada y ya no te recuerdo. Me tomo el vientre como si tu no estuvieras, como si hubieras muerto con el hombre y temo al hielo de la muerte que te puede dañar. Quiero huir pero mis pies están atados al pavimento: ahora el pavimento es una negra gelatina. Y quiero huir. Ya no llamaran a lista ni recuerdo la sobrina de la mujer que se suicidó y escribió su mensaje de muerte en el espejo del tocador con el pintalabios de su mamá para que a nadie culpen.
Los hombres no miran al muerto tirado sobre el piso, me miran a mí, nos miran a nosotros. Alguien me toma del brazo y me lleva fuera del corrillo. Alguien me ha visto el rostro transparente y la mirada indefinida, me rescata de una extrema congelación tirando de mi brazo. Alguien presiente que estas dentro de mí y que sientes el olor ácido de los gases lanzados por la policía. Ahora lloro, también por el hombre muerto, y con cada acceso de tos te rebulles porque no te gusta este olfato olor a cítrico reconcentrado. El cielo opaco se llena de humo. Un humo blanco se difumina y se mete en los balcones, rebota contra las ventanas y se riega por el parque, se eleva hasta las hojas de las palmeras imponentes que agitan sus largas hojas llamando gritos. Todos corren, yo corro tomada del brazo por el hombre a quien no he visto su rostro, doblo la carrera sexta y me marcho con los pies hecho dolor, mi vientre es una almohada donde no te siento. En la quinta miro el rostro del hombre que hala del brazo.
—¡Dídimo, de donde has salido! Fue horrible lo ma... mataron ¡Fue horrible!
—No sé cómo te pude encontrar; estabas como una estatua.
—De donde saliste, si no fueras por ti no habría podido dar un paso, estaba congelada, y el bebé, míralo tócalo no se siente estará muerto la bala tocaría su cabeza mi bebé por Dios toca aquí, aquí, sí, se mueve, Dídimo, se mueve cuando lo palpas está vivo por Dios está vivo.
Dice que me acueste, descanse, me dice. Me quita los zapatos y te miro dentro de mi abdomen. Sonrío porque Dídimo, estás cuando te necesito como enviado de no se donde. Del cielo.
—Cómo haces Dídimo para querernos tanto, que hasta adivinas dónde andamos.
Hoy he regresado al salón de clase. He superado la preclancia.
Recorro la larga calle destapada del pueblo en medio de esta mañana soleada olor a flores blancas, olor a grama húmeda por la lluvia, olor a tierra removida para la siembra, olor a café recién colado de la madrugada, olor a alimentos recién cocidos debido al hambre, olor a guamas y flores de cachingo, olor recalcitrante de bananos y guayabas por la dicha, se cola también el olor rancio de los aguacates podridos. Mi olfato se ha agudizado tanto... Es como si los olores se introdujeran hasta la base de mi cerebro. El olor de la tierra y de las flores y de la grama húmeda y del café recién colado y de los alimentos cocidos no me fastidian tanto como la loción de Dídimo que se pone después de la afeitada. Cómo me molesta el jabón de la ducha. Me fastidia la gelatina que el médico ha formulado para proveerle calcio a mi bebe, y me repulsa la Milanta que busca detener mis ascos. Siento alegría de volver a la escuela. La gente me mira pasar por la larga calle destapada con mis pasos rápidos. Desde las puertas de sus casas me saludan con la sonrisa sostenida, los labios estirados hacia atrás, sus ojos escudriñan en mi figura, auscultan en mi abdomen: desean ver lo que llevo dentro. Es como si regresara de un largo viaje, y veo la gente con la alegría de volver a verlos. A medida que avanzo me rodean los muchachos en silencio, alguien toma mi mano. Observo su rostro tierno que mira mi rostro grave, camina sin darse cuenta sobre qué asienta sus pasos, los alza exagerada, la veo levantarse del piso, no camino sobre el piso y miro mis pies, siento que mis pasos son como los de la niña sin posarlos sobre el camino. Estoy mareada. Entonces me detengo y palpo mi frente, miro la palma de mi mano y está mojada. No sé por qué palpo mi abdomen. Nada siento. Nada se mueve. Me detengo un instante, mis piernas tambalean, respiro profundo, busco tragarme el aire de la mañana, ¿Dónde estás bebé que no te siento? Vuelvo y avanzo en medio de las miradas que pesan, que escrutan mi cuerpo, tengo la sensación de que escudriñan más de la cuenta, extraña impresión por sentir el rechazo de estos hombres y estas mujeres que me observan desde el marco de las puertas con sus sonrisas gastadas. Juzgan en mi debilidad y pienso defenderme con la vida, defender a mi criatura con mi vida si es necesario. Quiero decirles que sus miradas le hacen daño, esas miradas con cargas de morbosidades pueden matarla y la voy a defender, les digo en silencio: ¡Con mi propia vida!, insisto gritando en silencio. Al fondo de la calle está la escuela. Veo el viejo edificio de tejas de barro al cruzar el parque, la pared de enfrente, pintada de amarillo, refleja un intenso sol intenso perpendicular. Tiene las puertas verdes y los zócalos café; el andén lame el borde de la calle. Al exterior corretean los estudiantes; hacen bulla con sus gritos incansables; y como si estuvieran esperándome, tan pronto piso el andén tocan la campana para dar inicio a clase. Tengo la alegría de volver después de tantos días en el cuarto del tercer piso del hospital e interna en mis conflictos, en mis indecisiones para decirle la verdad: ¡Que lo amo!; y a mi padre que no lo odio. Ni siquiera tengo la intención de perdonarlo porque contra nadie ha pecado. La asilencia de mis ojos con mirada tenue me llevan a observar los objetos cubiertos con el color de la ternura, como los ojos de la niña que me ofrece su mano. Sentía que ella me arrastraba moviéndose sin tocar el piso, rompía la pasividad de las mariposas y el olor a orines de la calle.
Hola, me dice el director, Hola, le digo. Me mira con su forma sedentaria de observar, un mirar resignado, tantos días de ir a la escuela, todos los días de su vida, le cuelgan del cuello, desde cuando llegó para quedarse como Director tomó su actividad con el compromiso de ser parte integral de su vida, mora en ella y sobre ella, se acepta así mismo como patrimonio, y así lo tienen: parte y materia de la escuela; si hablan de la escuela, hablan del Director, y cuando el Director habla, habla la escuela. Él también así lo siente; podría decirse que la escuela es su vida, parte y patrimonio.
Nos has preocupado, pensé que teníamos que remplazarte, casi tres, unos días más y hubieran sido tres meses, a los tres debía remplazarla, hemos hecho lo que pudimos, ahí están sus muchachos atrasados tres meses, tienes que ponerlos al día, se les nota el atraso, nos turnábamos para suplirte, Carlos-Eugenia-Martha-yo, un día uno, otro día otro, la gente es buena pero murmura, dicen que tu caso es un mal ejemplo para las niñas, como si fueras la primera mujer que va a tener un bebé. Buscan explicaciones. Murmuran. Vas a tener un hijo sin el casamiento. Sin casarse. Tú sabes: es mal visto por la sociedad, lo ha dicho el cura en el sermón del domingo. Un hijo, sin casarse, va a tener la maestra, ¡Qué pecado!
Con tantas cosas no atinaba a ordenar mis pensamientos. Creencias. Anticuarios. Nadie puede equivocarse. Escandalizo: espacio para equivocarse: una sola vez y basta para ser rechazada y rebatida y censurada y sentenciada ¡Cul-pa-ble! Te señalan con el dedo porque sobre eso no hay leyes que castiguen. No puedo ser mujer. Mi sexualidad me hace mujer; no depende de mí ni de mi pareja. Pero mi sexualidad es comunitaria. Debería ser un derecho básico contemplado en la constitución: sé qué hacer con mi sexualidad.
Para eso estaban esperándome. El gran día. Todos parados en las puertas de sus casas explayaban una sonrisa fruncida, preocupados de lo que habría podido hacer con mi virginidad, buscando que sus hijas no vean el mal ejemplo. Tengo que esconderme tras el biombo de la moral: la maestra va a tener un hijo sin casamiento: la maestra fornica; una adúltera es la maestra de la escuela rural mixta que a diario viaja a la ciudad; trae consigo sus defectos, corrompe los chicos y chicas, es una cualquiera; Santa madre de Dios; puta; una cualquiera contra la moral. ¿Mi sexualidad, profe, es pública?
Te ha llegado esta correspondencia, léela con calma, ante cualquier noticia tenga calma, el bebé necesita serenidad, profe, la vida hay que tomarla con sosiego, no te preocupes, tómalo con calma, profe. Hay muchos acontecimientos en la vida... pero estar calmada es importante. Bueno, cálmese. Venga miremos ese papel, sí, es la copia que me han hecho llegar, lo mejor es que te enteres por tu propia cuenta y si tienes que reclamar tu sabes donde hacerlo. No todas las cosas de la vida son las que uno quiere. Por eso no te van a echar... es tu vida, la vida privada, Y la vida privada es privada, ¿No? Nadie puede inmiscuirse en tu vida particular. Tu vida, es tu vida. Léela. La copia de una resolución. La resolución dice... ¡Mejor léela tú! En esto uno debemos estar preparados para lo que sea. Se sufre menos. Hay que llevar la vida tranquila, con lo que se atraviese, cualquier circunstancia es nada en relación con lo que podamos hacer. Lee. Mira los aspectos buenos, no todo es malo, vas a conocer gente, nuevos compañeros, el colegio apenas arranca, tiene nuevas oportunidades; oportunidades inaugurales. A mí me duele que se vaya. También me duele. Cariño que te he cogido. El afecto que se le coge a las personas, ésta es nuestra segunda casa, buena parte del día lo pasamos juntos... es nuestra segunda casa. Vas a estar bien, Olivia, no te preocupes. Unos metros más de camino le aprovecharan al bebé, nace fuerte como lo quieres, fuerte, todo tiene su parte buena. ¿Qué dice la resolución? Claro, lo sé, que pena. Los demás no lo saben, les decimos. Has sido trasladada al colegio, ¿la desmejoran?, Claro. Están trasladando a todo el mundo. ¿Nosotros? Ahora no, pero a todos quieren trasladar. No llores por eso. No llores; le haces daño a tu bebé. Con tamaño gesto, no tienes que darles gusto.
Es como si el mundo se derrumbara bajo mis pies. Esperaba por lo menos que corrieran los días, que se adecuaran las circunstancias, que el ritmo del trabajo me absorbiera, que la compasión asomara al rostro de quienes me rodean, que sus manos estuvieran prestas para levantarme. Lo amerita la ocasión: los días en convalecencia; cuarenta y cinco días de preclancia, cómo iba a morir, o matar a mi bebé. Cuarenta y cinco días de sobrellevar el rechazo de mi cuerpo a ser extraño, que era de mi propio cuerpo. Ahora ven insólito mi abdomen abultado. ¡La maestra no es la misma!, dicen. Tienen una implacable posición de ver mí cuerpo, un cuerpo extraño que estorba su moral. Esta resolución dice que debo trasladarme al Colegio donde recién arranca el semestre. Hoy no iré. Tomaré unos días de descanso; los días a que tengo derecho por el traslado. Tomaré un respiro, para comenzar la aventura del colegio que arranca, con el estorbo que significa mi estado. El embarazo: de la profesora que piensa tener un hijo sin casarse; mal ejemplo para las niñas de esta comunidad, dijo el padre en la homilía del domingo. ¡Benditos niños si fornican escondidos entre los cafetales!
Así son las cosas, Olivia, así son las cosas. En tu reemplazo viene una tal Elena, la esposa del alcalde. Así son las cosas. Tranquilízate. Donde manda capitán, no manda marinero. No todo puede ser malo, Olivia, vas a tener nuevos compañeros, no estos vejestorios de aquí, no ves, te da cuenta, cierto, Olivia. Toma las cosas con calma: debes estar calmada para bien tuyo y del bebé. El mundo no se acaba por como te miren y rían de la gracia que les hace cuando lloras. ¿Entonces? Seca tus lagrimas y sigue adelante, para atrás espantan, sigue adelante, adelante es pa’llá. No te detengas a pensar en boberías, las que tiene la gente, y la gente no resiste. No reclames: deja: que se te enredo el sentimiento: algún día a todos se nos enreda: es la vida: no por eso dejamos de vivir: el llanto te hace es sufrir: adelante, Olivia: Adelante. En este tiempo mereces la fuerza y la calma, sobre todo calma: para ti, para tu bebé, para mí, para Dídimo.
Quería marcharme pero no ahora —ese nombre no me gusta: Olivia. Me gusta más Eloisa. ¡Olivia Eloisa! Nada de mi me gusta. Ni mi pelo, ni el perro llanto de esta hora—, es cuestión de sentimientos. Una se apega a las cosas, le toma cariño a los amigos, más a ti panzón, me gana tu preñez, cómo dejar este espacio, este cielo, estos locos, los treinta pupitres del salón que el alcalde me entregó: los niños, sus rostros, cada chico con su diferencia. Si los miras parecen adultos: observa: mira esas caras: no saben la noticia, se dan cuenta de mi tristeza y no saben qué será de sus vidas, como si el futuro se les terminara. Por qué tienen que padecer frustraciones si son las frustraciones mías, nadie tiene que sufrirlas, Rubén, panzón, nadie. Ahora llora usted: es usted quien llora: me dices no llore, tenga calma, no le des gusto a tales inconsciencias y quien llora es usted: no me diga que te entró tierra a tus ojos: el sentimiento es cruel: cruel es el sentimiento en el planeta: te hace llorar: ahora no. Qué tal; yo era la desanimada, la estropeada, la sufrida, quien iba por este valle de lágrimas, la Virgen Santísima sin compasión. Al fin de cuentas tú te quedas aquí. Es tu sitio, Rubén, eres patrimonio nacional, ¡Vah!, vasta de despedidas, déjalas para el fin de semana: con salsa, trago y gallina, lo llevaré, Dídimo me hace la vida más amable, tiene palabra que alientan y una inmensa colección de salsa, las mejores orquestas de new york, muchas veces nada dice pero me alienta tan sólo con estar a mi lado, con sentirlo vivo, que palpita, me roza con su aroma imperceptible, lo siento en mi flaqueza y siento que estoy viva, y nada: que incluso esto: va a desbarajustar mi vida, a volverla viva: siento que le pertenezco, que me pertenece, que somos uno para el otro, y eso
me basta,
me basta,
me basta,
es suficiente entender que junto a él nada me afecta, un paseo de la vida antes de la muerte ¿Dónde quedará el orgullo? Un paso. Otro paso. Como dejar este lugar con sus olores, con las flores que hemos plantado. ¿Te acuerdas de aquellas rosas de color anaranjado? Las trajimos en la camioneta que le prestaban en su empresa, eran unas plantitas rozagantes, me las obsequió un día cuando le dije No sé qué vamos a sembrar en el patio de la escuela. Fue y las compró en el vivero del norte, pudo costarles un ojo de la cara un medio de su salario pero no le importó, me las trajo como si trajera un bebé, me las entregó con una ceremonia particular: Son para ti. Siémbralas. La flor tiene color de aguadepanela. A Wila. En ese tiempo, cuando lo conocí, tomaba aguadepanela como un condenado: la acompañaba con queso, con plátano, con tostada. Sabes por qué le llaman wila, me preguntó, No, por qué, no sabía qué responder. Entonces me reveló el secreto de su vida, el secreto de sus ancestros —todos tenemos nuestros ancestros, profe, no tenemos es memoria para conceptualizarlos. Los ancestros dan orgullo. Ahí está su orgullo—. Porque es rosada como el nevado en la mañana. Y entonces supe que todo lo sabía, y que para todo tenía una respuesta. Este es el mío; me lo quedaré, dije. Le diré: Mira... Y tendrá una respuesta o se quedará callado. No es importante que lo diga pues sé la respuesta con sólo palpar su piel, con que se siente frente a mí y tome mis manos sabré qué va a decir. Tranquila, profe, no te preocupes, así están las cosas, te gustará, pero que lo diga él: Dídimo.
ESCENA PRIVADA
(Dídimo y Olivia se encuentran en la entrada de la casa. Olivia aparece con el rostro bajo, camina marchita. Dídimo la mira. Se le acerca. Olivia descansa la cabeza en el pecho de Dídimo, él besa su cabello. Apoyada del brazo de Dídimo por el embarazo camina con dificultad, es muy notorio su embarazo. Mientras hablan se dirigen al interior de la vivienda)
DÍDIMO—. ...Traes una cara que te pesa.
OLIVIA—. ¿Cuál?, ¿por qué?
DÍDIMO—. Vienes marchitos. ¿Te pesa tu rostro?
OLIVIA—. ¡Tú y tus imágenes! Siempre pesan las sorpresas. Hoy te traigo una sorpresa de tamaño mayúscula... por poco me derrumba.
DÍDIMO—. No te dejes llevar por las sorpresas, siempre están allí. Resiste para que no sufras. ¡Resiste! Déjalas pasar sobre ti; la vida es sencilla, no la compliques. Tú no eres la tragedia de Sófocles.
OLIVIA—. Claro, no es tu vida
DÍDIMO—. Poco podemos hacer con lo que no depende de nosotros. Entonces es mejor que transcurran y adaptarse a ellas. Así la vida te parecerá una aventura.
OLIVIA—. Sí pero...
DÍDIMO—. ... mejor es dejar que ocurran.
OLIVIA—. (...........) (La lleva al comedor, ella se sienta y Dídimo va hasta la cocina. Regresa con un pocillo de café)
OLIVIA—. Esperaba que me dijeras otra cosa. Los compañeros son para eso, para darnos ánimo. Quería escuchar de ti otras palabras, no las que me dices así, con la tranquilidad que nada ocurre mientras padezco. Entiendas que sufro, los lugares nos atan, las personas parecen infalibles.
DÍDIMO—. (se sienta a su lado y le toma las manos) Las personas no siempre nos dicen lo que queremos escuchar, pero casi siempre deseamos que nos digan lo que queremos oír no lo que deben decirnos...
OLIVIA—. ... no estoy para filosofías...
DÍDIMO—. Ni estoy filosofando. Soy tu compañero, tu marido. ¿No lo crees así? Y ante todo, entre los dos es bueno anteponer la verdad.
OLIVIA—. (Descuidada mira a Dídimo) Con un marido así para qué más. No lo necesito. Aspiraba que alguien estuviera conmigo en mis suertes y en mis desgracias... y todos los días. Lo de hoy me deja sin motivos frente a la vida. Dedico mi tiempo a beneficiar los muchachos, y vienen y lo cortan sin que les importe. Lo cortan con una resolución. Mírala; léela. ¿Te parece poco? Eres testigo cómo he sufrido por lo del incesto...
DÍDIMO—. (Toma el papel de la resolución) No es poco, lo sé, pero tampoco es demasiado, que perturbe tu vida. Con esto no se acaba el mundo (Le agita el papel enfrente). Pueden ocurrirnos peores cosas, peores situaciones tenemos que resistir, entiendes, la vida misma es algo difícil de vivir. Todo lo que nos ocurre tiene partes buenas, mira esto por ese lado...
OLIVIA—. Eso me ha dicho Rubén; aunque le disgusta la decisión.
DÍDIMO—. ...y, por qué no habla en la secretaría, puede hacerlo... Puede hacerlo... A las autoridades puede pedirles que deroguen el decreto.
OLIVIA—. No quiere comprometerse. Piensa que a todo el mundo buscan remover, y que también a él lo moverán; a su edad, es lo que menos desea. Ni riesgos que lo vayan a trasladar a otro lugar... Le falta como un año para su retiro. El tiempo, a uno, lo hace resignado; es el mejor remedio contra la rebeldía. No va a buscarse problemas; menos si la posibilidad está latente... le costaría trasladarse a otro lugar. Por ningún riesgos voy a pedirle lo que tu me dices.
DÍDIMO—. Entonces, no tienes alternativa...
OLIVIA—. (Lo interrumpe) ...Tú no eres. ¡No eres tú! ¿Si fueras tú qué harías? A lo mejor estarías en peores condiciones de las que estoy pasando.
DÍDIMO—. No soy yo, cuando sea ya veremos. Tranquilízate, no quiero pelear contigo, Tranquilízate. No siempre desde el aspecto negativo debemos mirar los acontecimientos. Todo tiene sus conveniencias, detente en esa perspectiva. Seguro que cuando estés en otro lugar, de allí no querrás salir. Encontrarás personas diferentes, seres que te enriquecen, así te odien. Es bueno conocer otras personas, nos enriquecemos con ellas... (Pausa)
OLIVIA—. ...que vaya a enriquecerme tanto... y ¿Chucho, y Gloria, y Alfonso...?
DÍDIMO—. ¡Estarán bien! ¡Siempre estarán bien! A lo mejor, dejarlos, es más positivo de lo que te imaginas.
OLIVIA—. (Interrumpe) ...y ¿Lilia? Acaban de asesinar a su esposo... los “Paras”. Eso dijeron. ¿Que si ya lo comprobaron? Eso no se comprueba. Encontraron un comunicado. Lo asesinaron junto con su padre y uno de sus hermanos, llegando al pueblo. Se ha acogido a mí, como si fuera su ayuda, su hermana. Llora en este hombro. Llora. También le digo que tenga valor, la vida continúa. Siento pena dejarla, ¡Pobre Lilia! ¿Y las chicas del programa?, ¿las hijas del padre incestuoso?, ¿los chicos que buscan suicidarse...? ¿Y Goyo tan frágil? Está enamorada de Armando alzado en armas; si la vieras.
DÍDIMO—. ...ya encontrarán a alguien. Nadie, ningún ser humano es infalible. Preocúpate por los demás y por ti dejarás de preocuparte. Con el tiempo, al pasar los días, para nadie serás indispensable. Ya encontrarán un hombro en qué recostar la cabeza, y llorar... Habrá unas manos tendidas que les brinde un abrazo. Siempre habrá alguien dispuesto a suplir sus angustias. Como hojas que somos, fácil también nos desgranamos. (Olivia se levanta con dificultad)
OLIVIA—. pero... (Dídimo la ayuda a levantarse)
DÍDIMO—. ...no te martirices, no vale la pena. En tus angustias, el tiempo no ha transcurrido. Déjalo que corra y verás cómo sonríe. Despejado el horizonte te encontrarás con sorpresas que ni te imaginas. ¡Déjalo pasar!
OLIVIA—. (Pausa) ¿?
DÍDIMO—. (Pausa) ¿?
OLIVIA—. (Pausa) ¿...y el muchacho que pinta, volverá a pintar? Dice que soy su inspiración: ¡Tan chistoso! Pinta cuadros extraños. Traza signos raros, irregulares. Dibujos corrientes con líneas imprecisas; las impulsa una fuerza vaga, una luz oculta, unos rasgos mimetizados. Será un gran artista. Le digo que pinte retratos. Le obsequié un curso por correspondencia, lo lee, lo practica y su trabajo se ha vuelto metódico. Le ayudará a entrar en el Instituto de bellas Artes. Me da pena el pobre chico. Ha organizado un taller con una rústica mesa de madera y un caballete de su propia hechura. Allí pinta sobre pliegos de periódico. Quiere comenzar en lienzos. Le he pedido a Peter Walton que conozca su taller, con lo que fuma Peter. No es bueno; que vea su taller y yo ahí presente, para que no se descarrile. Los artistas van fácil al abismo: el alma se les comprime; el ánimo se les vuelve una uva pasa. De todas maneras, Dídimo, no sé si podré estar allí para ayudarlo. Puede llegar a ser un... (Dídimo interrumpe)
DÍDIMO—. ... será un gran artista a pesar de que no estés allí. De pronto Peter Walton no es un ejemplo de artista, hay artista sanos, aunque es el mejor.
OLIVIA—. ¿Dónde?, ¿cómo? ¡Imposible!
DÍDIMO—. Si nada quiere ser, aunque estés a su lado. Tu no gobiernas el mundo. Menos el mundo de los demás. Cada quien viene con un rótulo, y lo que hagas es parte de la historia que cada cual tiene que vivir. Bueno, si es un gran artista no lo sabrás, y si llegas a saberlo no te importará. Ni siquiera va a recordarte, que le diste un curso por correspondencia, eso no lo agradecerá, porque todo lo deberá a su empeño. Sirve de poco pegarse a una persona, volverse afectivo, al final nuestro esfuerzo no trasciende.
OLIVIA—. ( corta) ...tan boba, cierto, tan boba. Pienso por momentos que lo que me rodea es mío, qué puedo hacer si me viene en gana, ni siquiera mi vida puedo gobernarla. Mañana me notifico de esta bendita resolución, pasado mañana estaré posesionándome, y a organizar el tema para otro tipo de muchachos. Más grandes, casi adultos. Pronto mi pintor y Goyo y los hijos de Lilia, mi comadre, estarán en el colegio...
DÍDIMO—. ...igual, en poco tiempo, de este instante no te acordarás. Seca tus lágrimas. Las lágrimas inútiles no se botan al piso. No tendremos lágrimas cuando en verdad las necesitemos. Mañana te notificas como si nada hubiera ocurrido. Te vas a tu nuevo trabajo porque allí está tu labor, tu tarea, muestras el polifacético ejemplo de una persona que sabe lo que quiere, pese a que le ocurran desagracias.
OLIVIA—. (con melosería) ¿Harías eso, si fueras tú? ¿lo harías?
DÍDIMO—. No lo sé. Cada momento trae su afán, cada día su afán. De llegar el caso, si lo haría, no lo sé, pero éste no es mi caso. Es tú caso aquí y ahora. ¿Me pides que te diga qué haría? Hoy te digo: ¡Hazlo! ¡Has lo que tienes que hacer ahora! Hazlo si sientes que es importante, ¿lo ves así?, si no, no lo hagas, deja que actué tu conciencia.
OLIVIA—. No es problema de conciencia, es problema de necesidad. Aunque nada tiene que ver la conciencia con la necesidad. Nuestra conciencia no está atada a lo que necesitamos. No podemos hacer lo que pensamos, sino lo que tenemos que hacer. ¡Un problema de conciencia...!
DÍDIMO—. Te enredas. Te enredas en filosofías para una decisión que no tengo respuesta. Tampoco tú la tienes. Y cuando no hay alternativa, tomamos la mejor que se nos ofrece. La única. La mejor...
OLIVIA—. ... tomarla sin reticencia, pensando que también es mejor para nosotros, Dídimo. (Dídimo guarda silencio. Aparece meditativo buscando respuestas)
OLIVIA—. ¿Seguro?
DÍDIMO—. Si, seguro. ¿Sabes qué te trae el mañana?. Tu horóscopo es volátil como tus anhelos. Son palabras, formas de enterarte que de ti nada sabes.
OLIVIA—. Corre la silla. Me cuesta.:
DÍDIMO—. (Retira un poco la silla para que Olivia pueda desplazarse por la estancia) ¿Te cuesta? Está grande. Se mueve. Mira su pie. Aquí está. Sus pies. Quiere salir a este enredo de mundo. Se mueve. ¡Sí, se mueve! (Le acaricia el vientre)
OLIVIA—. Cuando te oye hablar, se mueve. Te conoce. Seguro, te conoce. Sabe que eres tú, su padre...
DÍDIMO—. ¡Ah, qué te imaginas! ¿Podrá saber quien es su padre?
OLIVIA—. La sangre llama. Llama, llama. Te conoce y patea cuando te siente, y si te escucha se rebulle. Gira su cuerpo. Lo siento cuando gira y se rebulle, cuando agita las manos y explaya su sonrisa...
DÍDIMO—. ¿Hace todo eso? ¡Va! No puedo creerte. ¿Cómo sabe que sonríe?
OLIVIA—. Créelo.
DÍDIMO—. ¿Duele?
OLIVIA—. No. No son los días. Sí, un poco.
DÍDIMO—. (Le alcanza un pocillo) Termina y vamos a la clínica. Es mejor ahora y no cuando te agarren los afanes. Podemos ir ahora sin riesgos.
OLIVIA—. (Quejándose) Pero no es tiempo. Todavía no, más tarde.
DÍDIMO—. ¿Tienes miedo?
OLIVIA—. ¿De mi traslado?: ¡No! ¿Del bebé?: ¡Tampoco!
DÍDIMO—. Deja lo del traslado, en este momento no es importante. Cualquier otro día podemos hacer la gestión. Vamos, te llevo a la clínica. (Dídimo entra al cuarto y regresa con un bolso para bebé. Salen a la calle).
TELÓN.
...la clínica tiene una pasividad retraída, este día es un lugar absorto, la gente camina sin prisa, cada quien vive su propia calma, su propio silencio por ser un lugar sombrío que deprime y contagia, los pasillos tienen luces opacas, las paredes están revestidas con el desdén de una vivencia transitoria, los rostros adquieren el tono de las paredes, y las actuaciones de las personas son acordes con la parsimonia con que respiran. Hay un ambiente descuidado. Si los pacientes llegan con afán nadie presta importancia y a los dolientes les parece que los enfermos no pueden esperar, pero resignados, como habitantes cotidianos o esporádicos, viven el dolor y sus afanes con el desespero en el rostro. A nadie le importa el sufrimiento ajeno. Los pacientes pasean por los pasillos o son depositados en los cuartos de atención como objetos desechables, los médicos les inyectan un calmante y esperan el efecto, mientras llenan formas repletas de convenciones
...la entrada a urgencias está despejada, ya es un alivio, Dídimo mira desde la portezuela del taxi mientras toma a Olivia de la mano, la ayuda con la fuerza que aplica sobre el codo del brazo, Olivia se toma el abdomen, dice que aún no, pero viene, ya viene, se ha movido, todo el día se ha movido, está desesperado por ver la luz, la sombra del vientre se proyecta, es un ser que vive con los ojos cerrados, lleva el dedo a la boca y hace burbujas con el líquido amniótico, la placenta es un sitio estrecho, se estrecha su comodidad y le provoca contracciones para ensanchar la pelvis, duele, parirás con dolor, parirás con dolor, parirás con dolor,
“Tantas haré tus fatigas
cuantos sean tus embarazos.
Con dolor parirás los hijos,
hacia tu marido irá tu apetencia
y el te dominará”
reza la sentencia con que carga el castigo, ¡Maldito castigo!, (¿?) duele pero el dolor le hace aflorar una leve sonrisa que ilumina su rostro fruncido, dolor y sonrisa, muerte y esperanza, expectativa y tristeza, lamentos que se suceden en expresiones obsenas, presiona con sus manos y se muerde los labios, dilatación de útero en cuatro dedos
...la silla de ruedas está aquí, duele, si me siento, duele más, dice Olivia ¡Hay, duele!, parirás con dolor, dolerá la sangre, rasgará la piel como rasga la carne, ya no ve las paredes, no repara en el tono de las puertas ni en la indiferencia de los rostros ni en las formas en unas hojas largas que Dídimo llena con el pulso que tiembla, se sumerge a leer los detalles, la demora se convierte en un tiempo eterno, ¡El carné de salud!, lo busca, las contracciones, Dentro del bolso de cuero, responde Olivia, sobre las piernas está, baja los pies, golpea las baldosas con las chanclas de plástico, no le importa el derredor, todo está en su abdomen abultado, alguien saludó, no sabe quien, Llamaste a mi padre, No, ahora no, responde, la voz le tiembla, está tan nervioso o más que ella, Ya viene, dice, ya viene
...la camilla es alta y no puede subir por sus propio esfuerzo. Se queda sintiendo cómo duele, ¡Condenado!, duele como si estuviera armado de un torniquete para abrir mis caderas, pide espacio el desgraciado y se lo hace, parirás con dolor, Eva, por tu culpa, ¡Desgraciada!, vate los pies, quiere salir corriendo, me pueden calmar este endiablado dolor (¿?), de las caderas, de la pelvis, del abdomen, parirás con dolor, cuesta tener un condenado hijo, las enfermeras le ayudan a trepar en la camilla, Dídimo ayuda, coloca las manos tras la espalda, apoyada hacia atrás se recuesta, le tiemblan las manos, le pasa el estremecimiento del cuerpo con el miedo que siente, una tímida sonrisa se le escapa, Dídimo la mira con ansiedad como pidiendo que le deje un poco de su sufrimiento, parirás con dolor, también ha leído y se convence que las ama
...la observa el médico y habla, Qu’iubo. Qu’iubo doctor, dice Olivia. Dídimo está mudo. El médico palpa el abdomen seguro de su ciencia, observa por encima de las gafas, Viene mal, dice, Viene con los pies por delante, aquí están sus pies dice mientras palpa el bajo vientre, Viene con los pies hacia abajo, repite, Hacia abajo, repite ella, hacia abajo, dice Dídimo, ha suspendido sus quejidos y escucha con sorpresa, sabe que el parto demorará, Díos, dice, Parirás con dolor pero éste médico, que viene parado, Hay dilatación de cuatro dedos, dice el médico
...la historia clínica son hojas rellenas con garabatos que no se entienden, el médico escribe con un lápiz de carboncillo, vuelve sobre la historia que llena en la recepción en silencio, sabe cuándo tiene que escribir apoyando el talonario de recetas en la mano, algo que aprendió en su curso de interno. Las primeras contracciones, dice, De aquí al parto, demora unas doce horas, vamos a tomar una ecografía, ordena como si todos lo hicieran y entrega a Dídimo la forma desprendida del talón, quien extiende la historia sobre el abdomen de Olivia, la toma y gira para leer el encabezado, lee el nombre del médico como si fuera lo prioritario, Eider-cabezas-ginecólogo, La ecografía, dice
...facture en la caja y la lleva al salón del ecógrafo, ha dicho el médico, Dídimo no quiere separarse de la cabecera de Olivia pero en su instinto de resolución va a la ventanilla, recorre los veinte metros que lo separan sin enterarse de la distancia y coloca sobre el mostrador la forma, golpea tímido con la yema de los dedos sobre la historia, también con el carné de salud sobre el mueble percudido, espera
...la angustia cosquillea en las yemas de los dedos, “Que la funcionaria cuelgue el teléfono, por Dios”, piensa
...sí, dice, sí, bien, mucho trabajo, no dejan un momento de resuello, cantidad, vienes, el fin de semana, bien, te espero, mi casa está a tu orden, tu sabes, vienes con tu marido y tus hijas, no, si, bien, organizamos algo, te acompaño a las procesiones, “falta casi un día”, piensa Dídimo, cuánto tiempo, mucho, se conservan, el martes, los pasos, Aurelio Iragorri carga el martes, vienes entonces con tus hijas, te llamo después hay mucha gente
...mira a hacia atrás sabiendo que no hay nadie tras él, Sí, con parsimonia la secretaria cuelga el teléfono, son movimientos muy pausados
...provocan rabia con el desespero que Dídimo tiene por llevar la forma para que tomen la ecografía
...no lo observa, mantiene los ojos sobre la pantalla del computador y así recibe la fórmula, revisa la firma y pregunta número de cédula, 25295646, dice Dídimo, ella teclea uno a uno los números con la misma parsimonia, observa la pantalla
...25, dice, 295, dice, 646, dice, 25295646 repite
...sí, dice Dídimo, teléfono, 233640, dice Dídimo, 23 36 40, repite ella, ha dado la orden de imprimir, la impresora produce una bulla seca, mueve el carro con violencia, se escucha el rotar de los rodillos y la entrada del papel, una tela de papel con formas continuas sale por la parte superior, la mujer arranca el trozo con furia y estira una de las copias, la otra, el original lo deposita sobre una bandeja, Gracias, dice Dídimo, la mujer hace como si no escuchara, no levanta la mirada, observa el teclado negro de la computadora y sus uñas con esmalte carcomido que procede a arreglar con los dientes
...la forma, regresa y Olivia se ha dormido, no se preocupa por despertarla, sin duda le hicieron efecto los calmantes suministrados por los conductos hidratantes a donde están conectados sus brazos, Dídimo mueve la camilla
...la conduce por el amplio corredor, esquiva las sillas sembradas a los lados de las puertas, en las partes superiores aparecen los marquitos rotulados, nombres contiguos de consultorios médicos y de especialistas, Olivia se da cuenta porque medio abre los ojos en el sopor que le proporcionan los analgésicos, siente un sueño que atribuye al cansancio y al desvelo de la otra noche
...no pudo conciliar el sueño, después, cuando el dolor la despertó era medianoche, Dídimo tampoco ha dormido, siente obligación de permanecer lúcido
...ella quiere dormir un poco, siente letargo, los somníferos no son suficientes para dormir
...observa cómo Dídimo frota los ojos con la mano derecha mientras en la otra soporta armatoste de donde cuelgan los líquidos, ve el abdomen exageradamente inflado, como si de pronto hubiera crecido con suma desproporción pedaleando una hidráulica, será un fenómeno, un fenómeno, ah es mi hijo y no será un fenómeno. Dídimo pasa la mano sobre el abdomen de Olivia, lo acaricia calmando a la criatura para que demore su nacimiento, Dídimo va en silencio
...la lleva por el pasillo, vendrá a ésta vida y se encontrará con los afanes, vendrá a vivir el desespero y la incertidumbre, piensa Dídimo, de todas maneras vendrá
...las horas pasan como pasa el tiempo, sin darse cuenta, espera con la ansiedad de ver el lento desplazarse del día, no se percibe en las manecillas del reloj colgado en la pared de la sala de urgencias, las enfermeras ni los médicos confían en el aparato porque observan en sus muñecas los pulsos personales, lento es el tiempo, enseña a todos, también aprenderá a vivir la calmosa indiferencia de tener lentitud en la vida, de todas maneras pasa el tiempo como una curva inevitable, hay que circundarla con la prisa, medirla, hacer el inventario acumulado de los días y las noches, con el flujo de los pensamientos y las ideas y los proyectos, que se cumplan o se pierdan, renovar otros caminos para desembocar en frustraciones, frente al nacimiento o la muerte, la mente se llena de explicaciones, construye mitos, forma leyendas, encierra misterios, Dídimo no se detiene
...la detiene, ¿ves al bebé?, muestra la pantalla, el médico señala el monitor con el extremo del lapicero, Aquí están los pies, hacia abajo, duerme, parece observar los latidos de su corazón, ahora está calmado por la posición que tiene, no piensa girar, piensa nacer parado, de pie, dice, Olivia mira la pantalla del aparato, el ensueño que padece se ha ahuyentado al ver la vida del bebé, al ver su vientre que se agita, Dídimo lo ve, tiene sensación de sentir cómo palpita su sangre, es como si una parte de su cuerpo estuviera fija allí dando pulsaciones entre esa penumbra gris, en blanco y negro
... va a desprenderse de pie con el cordón umbilical enredado en las rodillas, piensa, y se agita acompasado, en la calma de percibir la seguridad de estar protegido, observa los rasgos en la titilante luz monocromática, es la figura de un ser descuidado, que flota en un mar inconfundible, un mar calmado donde bucea sin escafandra
...regrese en media hora, le dicen, Dídimo saca la camilla de la sala del ecógrafo y otra vez hace el recorrido sobre el mismo pórtico a la inversa, el desplazamiento de hace uno instante en contrario interrumpido por las sillas de espera, de nuevo evita que la camilla choque contra los adormilados pacientes que conservan en sus manos los papeles de las remisiones y las enfermedades con sus semblantes aburridos
...la camilla se detiene, Es una niña, le han dicho, Es una niña. Ya sabía que es una niña, a los seis meses se lo dijeron, ya tiene nombre, se llama... sopesa con el nombre, permanece con los pies hacia abajo, con los pies hacia abajo la tira hacia la tierra, repite su nombre
... con los pies hacia abajo, repite Dídimo y comienza a canturrear Los pies hacia abajo, los pies hacia abajo, repite Olivia, así piensa nacer Ángeles
...CE-SÁ-REA, dice el médico, con él no tiene ninguna sensación de simpatía, nada que le asegurara confianza, la ha tratado en el embarazo por eso siente rechazo
...las preguntas y las atenciones abruman, ¿Te calmó el dolor?, Te pusimos dos inyecciones. Quería que sufriera como una condenada, como me has hecho sufrir, pobre, el dolor doblega, eres altiva, estás ahora estas doblegada y el médico ha dicho, ¡Cesárea! No escuchaste o se te perdieron los gestos, alega Dídimo, no te inmutas, permaneces con la indiferencia de saber sobre la operación, que le viene para extraerle a su bebé, no va a complicarse el parto, por los antecedentes se puede tornar delicado y ponerse riesgosa la vida de la madre, y, del bebé, “mi bebe”, dice Olivia, el médico ha consignado en la historia que Dídimo lee
...cuando las enfermeras salen de la sala de observación, Dídimo coge y lee la tableta, piensa en la sala de operaciones, jamás ha entrado allí, ¿Me dejarán entrar? Prefiero permanecer parqueado al lado de la puerta, con la agonía de esperar, en el afán de escuchar el llanto de la criatura que se mueve en su vientre, Olivia, dice, Cuando pongo mis manos sobre mi abdomen se mueve, cuando esta desnuda se observa cómo agita sus acompasados los pulmones
...vas a dormir, le dicen, Tranquila, vas a dormir
...clavan una aguja en la bolsa de destroza, aún habla de intrascendencias, de su reemplazo en la licencia de trabajo, de los talleres que encarga a los alumnos, cómo se siente con el traslado, habla de su padre que no ha venido a acompañarla, se siente alejada de la familia, Dídimo frota su cabello descuidado, Tranquila, aquí está tu familia, dice, ella lo mira
... la observa, Olivia tiene lágrimas en los ojos entrecerrados y quiere agitarse con el llanto, busca tranquilizarla, acaricia su rostro, enjuga sus lágrimas, tiene miedo
...le tiemblan las piernas, Dídimo casi no puede sostener las manos sin los continuos temblores, siente la velocidad con que fluye la sangre, sube a la cabeza, le duele, hay mucha saliva en su boca que traga y traga, y no tiene sabor, le pesa el maletín, lo coloca a los pies de Olivia sobre la camilla, ya no quiere tocarla, la llevan al quirófano y él va caminando tras ella
...nueve y cuarenta y cinco, dice en voz alta, estará bien ese reloj, a quien le pregunta si nadie responde, las respuestas son afanes, los médicos no están, continua caminando tras la camilla, sigue las espaldas blancas de las enfermeras por el pabellón de urgencias, toman por el pasillo siempre a la derecha, la conducen al ascensor, su posición de indiferencia contrasta con la angustia en la espera, que el ascensor baje del quinto piso, que baje, marca en el serial fijo, en la parte superior de la puerta con luz roja, cambia el número cada vez que el ascensor desciende, está presto para arribar, está sobre el piso, se escucha el aterrizar estrepitoso que culmina con un choque suave
...en un instante se abre la puerta, ha descendido desocupado y nadie más ascenderá con nosotros, se da cuenta Dídimo, ayuda a entrar la camilla y una de las enfermeras pulsa el botón, indica el número tres, después pulsa el botón de las flechas que indican cerrar, el aparato toma impulso, sube al tercer piso, Dídimo siente sensación de vacío, se le asientan las entrañas por falta de costumbre, agarra las barras de la camilla con fuerza, Olivia está dormida y un poco de saliva se desprende de sus labios
...en la entrada de la sala de operaciones está el médico con la mitad de su rostro cubierto con una mascarilla de lienzo, vestido de bata blanca, lleva en las manos unos guantes de cirugía que le suben hasta los codos, Dídimo se dirige hacia él, le habla, reconoce su voz. Eider, le dice, es lo único que tengo. Tranquilo, responde el médico, todo saldrá bien, espera aquí, dos horas más o menos. Le toma una de las manos y presiona sobre los dedos. Le duele. El médico fija sus ojos café sobre los ojos de Dídimo. Ore, le dice. Dídimo no responde
...su garganta está anudado, no puede pasar la saliva que rebosa su garganta, ahora el pulso va más rápido y el ruido de la sangre sube a su cabeza, ensordece, o se queda suspendido
...ve cómo las batientes se desplazan al interior, dejan ver grandes canastas metálicas con rodachinas, depositan ropas teñidas con sangre, la camilla se pierde tras las batientes del salón, otros dolientes lo observan y con sus miradas escrutan los detalles, pueden tragar la saliva acumulada en sus bocas, piensa, su saliva ahora tiene sabor a sangre, salobre y dulzona, le suena en la cabeza, acompasada con el temblor de las piernas y las manos, quiere soltar el bolso que lleva consigo, donde empacó la ropa de la criatura; Mi hija ha de ser como mi piel, ¿nacen morenas? no sé orar, el Padre Nuestro y el Ave María lo han perdido de mi memoria, Dios..., dice y va a sentarse vencido sobre unas gradas olor a formol. Todo en el hospital huele a formol
Siento dolor en el vientre, ¡Mis caderas! Siento un dolor que arranca la carne, rebulle mi abdomen y crispa mis manos. Me hace sudar la frente, destilan los nervios entre la esperanza, veo cómo pasan las luces de neón fijas al techo, sobre mi cabeza se proyectan sombras alargadas, se estrellan contra las paredes, atrás de mí viene Dídimo, trae el bolso de florecitas con los trajes olor a mirto que he planchado y perfumado, cada prenda con el afán de los dolores de la otra tarde, con recelo de la espera por su llegada del trabajo. No he querido llamarlo, todo dejaría tirado con tal de estar aquí. Así es el negro, y todo es todo, porque sí,
lo he visto cargar el bolso desde cuando tomamos el taxi, el dolor no me permite reparar en las prendas, acomoda las primeras que encuentra, lo primero que agarra, ha llamado un taxi, le aconsejo que llame a un amigo pero evita utilizar las amistades para su beneficio, reniega de sus amigos y no guarda afecto, ni por los objetos ni por los hombres, tampoco por el dinero. Lo único que cuida con esmero son sus versos, he visto que con facilidad deja a sus amigos, unos días acude donde personas por amistad, después desaparece de su vista. Las visitas largas hieden, dice, de alguna manera los ahuyenta,
aquí vamos, la aguja pincha mi brazo con cada salto de la camilla sobre el piso de baldosas, la misma sensación tengo cuando quedamos interrumpidos a la entrada del ascensor, ha visto la cara del médico, el mismo que me ha tratado durante mi embarazo. Tu preclancia está en tu mente, me decía, si no quieres perder a tu bebé abandona tu complejo de enferma. Tu mal está aquí, dijo y me ha dado un tímido golpe en la cabeza. Golpeaba mi frente con la yema de su dedo del corazón que huele a formol, hice gesto de aprobación, Si, le dije, Trataré,
le ha dicho al médico lo de mi estado psicológico. Dídimo me sacaba a pasear por los jardines, me llevaba de la mano por los largos corredores de la clínica, no usa la loción que me causa nauseas ni jabón de baño con perfume. El negro no huele a nada, mejor si huele a su piel a quemada por el sol, a veces fría por la lluvia pero me incita, su olor pone a circular mis nervios bajo mi epidermis, su ropa no huele, su cuerpo y su ropa son inodoros, mejor sí huele a agua que es como si no oliera, sus manos son dulces, huelen a mundo, a no ser el olor de sus fuerzas, son fuertes... sus besos insaboros queman y chupan y tibian, me gustan cuando los da en la boca, cuando roza mi lengua, me gusta que venga con su beso para estamparlo en mi frente, con sus manos a tomar las mías, a tocar mi abdomen, a sentir en mi vientre cómo se mueve, acaricia mis pies bajo las cobijas, y finjo que no me gusta y lloro cuando de mi lado se va,
sin él la soledad me aterra, es como si fuera a morir sin su presencia, por eso lo busco en el confín de mis recuerdos, tras el último beso que estampó en mi frente, en el sabor de los labios dados en mi boca entreabierta, sino está conmigo le dedico mis pensamientos y mis lágrimas, pero no tiene que saberlo. Qué será de mí si llega a enterarse que paso lagrimeando por su presencia, a los hombres y a los caballos no se debe mostrarles lo que una siente, los primeros se encaprichan, los segundos no se dejan montar,
va siguiendo mis pasos. ¿No se cansará de seguirme? Me dice que así es el amor,
lo conocí merodeando mi camino, auscultaba en mis privaciones, me acorralaba en mis pensamientos, estaba presente en mis aspiraciones, pegado e infalible, fijo y me gustaba que me asediara. Ahora que me acompañe con este dolor del vientre bajo y en mis caderas, en este valle de lágrimas se muestra nervioso, tan o más nervioso que yo, más estresado que yo, espera más que yo, más sumido que yo, no me quitó mi virginidad pero me hizo sentir desnuda y que mi cuerpo era suyo, más frívolo, más sabiendo qué hacer, le duele más que a mí, Que yo, Quea mí, Que, y qué será de mi sino está con su presencia inútil a mi lado. Cuando toma mi mano habla con los dedos sobre la palma de mi mano, en mi piel dibuja costras imaginarias, a lo largo y lo ancho de mi cuerpo hasta ocultar el horizonte,
masajea en mis pies, hala mis dedos y de mis coyundas saca las yucas, frota la suavidad de sus manos en la palma de mis pies, las sube pierna arriba hasta encontrar mi pelvis y se queda allí sintiendo el calor de mis vellos, en mi Monte de Venus, parece palpitar en mi vientre con sus manos tibias, le gusta acariciarme,
los rostros no importan, importa su rostro lavado con la angustia, sus ojos enlagunados del vacío como la mirada del resto de los hombres, tiene color, líneas y luz, y todo su cuerpo tiene multitud de colores, los demás seres son figuras monocromáticas, oscuras, que se perfilan grises a los lados, cumplen una obligación, de traer a la vida a seres que palpitan en sus vientres. Por mantener mi vida toman mi pulso, el calor de las enfermeras es ajeno, extraen muestras de sangre, con frialdad clavan las agujas, tiran de la camilla para obedecer lo que consigna el médico en hojas cuadriculadas, llevan la curva de mis signos vitales sobre hojas de papel, consignan datos que me abstengo de escrutar,
ascendemos y en el ascensor estoy rodeada de los mismos rostros, todos en blanco y negro, y Dídimo permanece a un lado de mi cabeza, lo miro con la languidez de mi somnolencia, voy a dormir, siento sueño, tengo deseos de vomitar, me pesan los párpados, me pesa que olvide este instante, todo gira, nadie se detiene, quiero sonreír, el ascensor se ha detenido en el tercer piso, empujan la camilla contra las puertas batientes del quirófano, no quiero dormir, quiero vera mi hija cuando salga de mi cuerpo
deseaba despedirlo con una sonrisa antes de entrar, pero me pesan los labios y no me salen los gestos, él se detiene porque lo detienen, pregunto en el silencio de no poder decir palabras si lo van a dejar entrar y me pesan los párpados, cierro los ojos ante las figuras amorfas que veo enfrente, lucecitas rojas y destellos marrón, líneas amarillas, y caigo, me absorbe la oscuridad, desciendo, no hay dolor, una emoción tranquila me conduce por un valle tan claro como el día, pienso en mi hija, en su rostro, en los brazos que mueve dentro de mi vientre y en sus pies que empujan hacia mi pubis, ¡Condenada!,
el peso horrible en mis pupilas impide que abra las líneas rectas de mis párpados, presiento la claridad trasparente de la luz colgada del techo, la imagino en la inacción por lo menos, y silencio da el espacio, escucho lloriqueos de niños y pienso que es mi bebé, mi vientre está pesado, un dolor tieso circunda mi abdomen, sueño con él, con su rostro inclinado sobre el mío, lo tomo por el cuello, lo atraigo hacia mi pecho, sonríe, mira mi cuerpo desnudo, ríe por mi abdomen abultado en donde ya no está nuestra hija, la suspendían por los pies mientras con un cuchillo inmenso cortaban el cordón umbilical, llora, creo que van a cortarle el cuello, quiero gritar pero las voz no sale de mis labios y hago un tremendo esfuerzo por liberarme de las cuerdas que me atan, duele, pregunta alguien,
estoy inmóvil bajo el sopor del sueño que no me deja despertar, en el fondo meneo la cabeza a lado y lado, busco abandonar el sueño, quiero recoger mis piernas y atarlas con la falda, por el cansancio no siento la espalda,
quiero girar mi cuerpo sobre la superficie blanda de donde me encuentro recostada. Hay un peso inmenso en mi vientre, algo vacío bajo el abdomen, falta algo, ahora está liviano, quiero palpar mi vientre porque mi hija no está, liviandad siento de no llevar algo ajeno,
lejos de la realidad busco explicaciones, los recuerdos desfilan con la parsimonia de recuperar la conciencia, tengo sueño pero abro los ojos. Está en medio de mis piernas. La quiero tomar con mis manos, duele, vano esfuerzo por tomarla, estoy atada todavía a la camilla, la cargan, la traen para que la ponga en mi pezón y comienza a succionar, succiona viva, con fuerza, duele, cada succión es un dolor agradable, una emoción inmensa, está aquí frágil con los ojos abiertos, exhala sonrisas con sus labios delgados, ¡Allí estaba!, succiona y duele, un dolor que quiero para sentirme viva,
qué hora es, pregunto. no hay respuesta,
llévela a su cuarto, dice el médico,
otra vez a rodar la camilla, las luces pasan colgadas del techo, las puertas batientes y Dídimo a la entrada, detienen la camilla para entregarle el bebé, le da un beso en los labios, ella sonríe, se alegra y veo su rostro, su luz y su felicidad, grita y me besa, Nuestra hija, dice y es tanto y es todo, los miro a los dos, la toma como si fuera de cristal, le repite los besos en la frente, en las mejillas, en los labios, en las manos, busca también sus pies para besarlos, besa su pecho y le dicen No quite su ropa porque se resfría, él sonríe, ella sonríe, como si se conocieran desde hace mucho tiempo, juntos tienen el rostro radiante, la mueve en los brazos, la lleva y la trae como un ser frágil, tan pequeña, y ríe con él, sólo con él,
la carga con el cuidado de cargar a un ser que se daña, la lleva en los brazos,
me estampa un beso tibio, quema sobre mi boca, y me dice con los ojos y su voz Te amo, me gusta que lo diga,
gracias, dice,
qué hermosa, dice, ¡Qué hermosa!, repite, Mi hija, dice,
quería que la amantara de nuevo y la pone en mi pezón que ahora arde, la bebe finge atorarse y entonces la toma en sus brazos y le propina palmaditas en la espalda.
—Evito caer en la monotonía —dice Olivia—, así todos los días repita las mismas actividades guardo el empeño. Es frágil, no como lo vi durante nuestro primer encuentro tras la puerta de su cuarto, o cuando viajaba en bus 365 días a su lado. Con esa seguridad de alguna forma conserva su frialdad, aunque lleva bajo los hombros la esperanza de mantenernos con esperanza.
—Un buen tipo... —dice Mónica; es su amiga.
—Permanece con el empeño de hacer lo que le gusta.
Mónica habla con la seguridad de conocerlo, aplaude la elección de Olivia cuando comparten intimidades sobre los sentimientos.
—El Kaldivia es un buen sitio —dice Olivia—. Sirven un buen café.
Por la gastritis, detectada en la cesárea, a Olivia le han prohibido el café. También, después del parto, la operaron de los cálculos biliares: “Nada de grasa, nada de harinas, poca sal, poco dulce, coma verduras, frutas, pollo sin piel, carne magra, nada de cerdo, mucho pescado, mucha ensalada, nada de salsa de maní, nada de picante ni tome leche, seis comidas al día, adobe con un poco de vinagre, tomate diez vasos de agua por día, ayuda a conservar la silueta, a su edad tiene que bajar 10 quilos, Me vas a matar, doctor, “si no haces dieta quien vas a morir eres tú.”
—Es consecuencia de los hijos; lo que cuesta la felicidad de tenerlos. Lo mejor que me ha podido suceder son mis hijas, aunque el tiempo se ensañe con mis carnes. El descuido por comer una dieta de basura —le ha dicho mientras observa cómo cae la lluvia sobre el pavimento, chispea la dehesa de la calle. Las vías están desiertas. Mónica escucha satisfecha. Olivia hace lo que le agrada: hablar
—No hay alternativa —dice Mónica. Se le nota el instinto de ponerse a filosofar sobre las dietas—: Lo mejor es comer de todo —agrega, y se queda esperando la respuesta de su amiga que la mira de frente, le maquilla el rostro con el vaho de la boca. Sorbe un poco del capuchino que han servido sin ponerle azúcar y arruga el rostro con la frustración de sentir el desabrido amargo del líquido espumoso.
—Es delicioso, aún sin azúcar —dice Olivia. Claro que ella pedió un café con una pizca de licor.
—No lo aguanto sin azúcar. —Mónica deposita el contenido de dos sobrecitos en el pocillo y el azúcar queda flotando sobre la espuma del café; va hundiéndose hasta desaparecer bajo la espuma—. Nuestra costumbre es comer bien salado o bien dulce. Las gaseosas en Ecuador no son tan dulces... —dice.
Olivia mira los movimientos pausados de su amiga, cada lapso que utiliza para consumir el tinto, sorbe con la delicadeza de siempre pero con el rostro huesudo de ahora. Quiere recordar los años de confianza, las aventuras con Mónica en la universidad, los viajes al páramo de Las Papas, las fugas a Santander de Quilichao. No responde porque no tiene prisa, pero cuando hablan, la bulla de la lluvia se vuelve ruido. Su café es un Kaldivia frío, leyó en el menú.
Atendió la acción de la licuadora y miraba que colocaran una baja porción de azúcar según había recomendado. Pidió un poco de ron, astillas de canela y unas escasas raspas de nuezmoscada.
El sonido de la licuadora era mojado como la lluvia. Tenía que esperar. El instante favorecía la carencia de prisa ante la espera porque cesara la lluvia que caía en hilos delgados, matiz de penumbra frente al edificio de la Alcaldía: mojaba las tejas casi negras, de ellas se desprendían gruesos goterones consecutivos, que al estrellarse contra el piso salpicaban las paredes blancas. Arriba, en el balcón, un funcionario asomaba su pereza viendo caer la lluvia, autómata se abrigaba, metía las manos bajo las axilas. Mónica lo ve pero evita hacer un comentario, lo asocia con los gestos inútiles que da cuando no está desesperada. No le importan los personajes desconocidos de una película que nadie la obliga a mirar. Baja la vista y observa el rostro de su amiga que tapa el mentón con la tasa humeante, se siente el aroma del café, lo absorbe profundo y se le escapa alterando los sentidos gustativos, al deleitar con parsimonia la ausencia de la tarde fría en el pocillo.
—En general bien, Mónica —dice Olivia. Piensa en la fidelidad del marido de su amiga y en las dificultades de su casa que deberían permanecer en el interior de la familia. Por qué exteriorizar sus inconformidades si ni siquiera a Mónica le importa. Aquella amiga, con quien compartiera tantas intimidades en la universidad, se prestaban la ropa, intercambiaban los jeans, las camisetas de marca y los zapatos cuando se iban de rumba la distancia y el tiempo ahora las separan. Pasan muchos días que no se encuentran. Hasta cuando una llamada de Mónica las cita en la esquina del parque.
—...en el Kaldivia —dijo.
—También me gustaría charlar un poco —respondió Olivia—. ¡Cuánto hace que no nos vemos!, para hablar de nuestras cosas ...
—... de las mías. Quiero que hablemos de las mías... —insistió Mónica.
Se citaron para el jueves a las tres. Olivia llegó primero porque acostumbra anticiparse a las citas, sin saber de donde acá aprendió la manía de ser puntual. Sentía orgullo de acudir primera a la cita.
—Casi no puedo salir de la oficina —dijo Mónica. Extendió la mano para que Olivia la tomara, y la atrajo con fuerza obligándola a acercar el rostro: le depositó un beso en la mejilla. Olivia simuló responder con otro beso pero se quedó en el intento. Después se tomaron los hombros y se miraron los rostros detallando los rasgos. Mónica vio cómo temblaban las manos de Olivia y pensó en sus miedos, “terrible que delante de ti maten a tus compañeros”, pensó pero no lo dijo; se encontraban para hablar de otros temas. Tampoco preguntó por las sesiones con el psicólogo. Las dos miradas se cortaron al reconocerse con la zalamería del tiempo que habían dejado de verse. Olivia tenía una anticipada prevención para darse besos con mujeres.
—¡Estás igual; los años no han pasado sobre ti!
—¡Tú estás mejor! —respondió Mónica tomándola del brazo, se introdujeron en el salón repleto de mesas, ausente de clientes, Olivia tiró dos sillas hacia atrás y acomodada sobre la superficie de madera del asiento puso los codos sobre la mesa. Mientras Mónica se sentaba frente a ella recordó lo que le había dicho:
—Nos encontramos en el Kaldivia. Sí, en el Kaldivia, allá te cuento cómo me va. —Y rieron. Hoy tampoco cumpliría la cita con el Psicólogo, le pesaba hablar de su pasado; no sentía el alivio de las primeras sesiones; ahora le molestaba contar sus intimidades. ¡Preferiría estar loca!
El trasporte que la llevaba al colegio la dejaba en la Trece. Tenía once años de apearse en la trece con catorce e ir a casa del abuelo—llamaba a su padre—, a su llegada no golpeaba, escuchaba delante de la puerta los apuntes, lamentos y risas que se escapaban por la ventana: sobre la ausencia de los hijos, carcajadas estentóreas que su mujer acompañaba, menciones a los desprecios o a los afectos de los hijos y el miedo de sentirse cercano a la muerte. Cuando entraba comía algún alimento que su madrastra le ofrecía, después se marchaba.
—Abuelo, nos vemos mañana, no olvide la dieta. ¿Has estado bien, abuelo?
—Si, m’ija, bien. Siento ardor en el estómago cuando como.
—Casi no come —dicía la madrastra.
—¡Qué más quieres, mi’ja!
—Bueno, mañana nos vemos, abuelo —decía Olivia y se marchaba después de ir al baño; hacía sonar la pila con el chorro de orina. El abuelo reía creyendo que todavía era virgen. La locura como que era herencia de familia
Olivia piensa en la cita con Mónica y olvida la cita con el psicólogo; conciente examina el reloj sobre la pared y mide la distancia hasta el centro; compara el tiempo con la lluvia. Oculta que a veces se encierra a llorar sola en su cuarto, y cuando cierra los ojos escucha otra vez el disparo sobre la cabeza del vigilante, que retumba entre las ramas de los pinos. No le parece raro que con el abuelo se hayan dicho las mismas palabras de todos los días. Las extraña, más la extraña el abuelo cuando no pasa a saludarlo.
—¿Esa es la hora? —pregunta.
—Sí, mi’ja, esa es la hora.
—Bueno, abuelo.
Mientras sorbe su café con el pitill en el Kaldiviao recuerda la conversación con el abuelo y el odio que ha tomado a las terapias. El abuelo no sabe de las citas con el psicólogo, como nada sabe de su vida.
—Tiene cáncer en el estómago —dice a Mónica.
—¡Cómo lo siento! ¡De veras; lo siento!
—Pero no siente nada. Un leve ardor en el estómago. De resto, bien. Siente un leve ardor en el estómago.
—Muchas clases de cáncer no duelen —dice Mónica.
—Y, ¿desde cuando eres médica?
—Mi marido.
La rutina. Una costumbre arraigada, el hábito de hacer las cosas por simple práctica, sin razonarlas. Recuerda el diccionario que reposa en la biblioteca de su casa. Se queja de la costumbre hecha manía, pasa por los mismos sitios, recorre las mismas calles estrechas bajo los aleros de las casas viejas, sobre los andenes rectos, junto a la monotonía de las paredes blancas (No recuerda la cargada del borracho desde hace tantos años, que no son muchos en realidad), en la grisalla de la tarde, con la brisa que cala los huesos, rumbo al parque sobrio. Siente la marca de esos brazos desgajados en su cuello y soba su cuello. Hay situaciones que a una la marcan para siempre, piensa. La neblina danza en medio de los pinos gigantescos, recoge las manos dentro del suéter de lana, observa los faroles encendidos de luces amarillas, de acción automática por el día opaco cuando amenaza lluvia.
Los goterones comienzan a desprenderse, salpican el pavimento que se llena de viruelas, se torna negro, la persigue un sonido de pasillo, corre y se precipita el chubasco, la gente corre, corren los emboladores con sus cajitas de madera a guarecerse bajo los balcones del edificio contiguo a la Alcaldía. Olivia suspende la intención de probar el cajero para enterarse si ya consignaron el salario, duda, toma decisiones. Cumple la cita a Mónica. Lo del dinero lo deja para después. ¡Cuando escampe!, piensa. Pasa frente al Kaldivia y ve cómo la lluvia moja las paredes, cubre la cabeza con su bolso de hule y cruza la calle. Prefiere una mesa frente a la ventana. Le gusta mirar cómo cae la lluvia.
Hablan sobre muchos asuntos.
—... la frustración, no creo que el amor se acabe, es no encontrar lo que uno ha buscado. Esperaba un marido para mis necesidades y no aportar en las responsabilidades de la casa. Eso provoca nuestra separación...
—Si no quieres hablar de tu marido, no lo hagas. Si te hace daño, hablemos de otras cosas —dice Olivia al ver cómo se le humedecen los ojos. No le gusta ver llorar a otra persona, menos a Mónica. Ha visto llorando a sus hermanos, a su padre, vio como lloraba su novio borracho, y la madre de éste. A Goyo, a quien desea olvidar porque busca volverse insensible, para no caer en el laberinto mental de su esquizofrenia pues piensa curarse sola.
Le toma las manos, puestas sobre la mesa, después de separar los pocillo, y termina de tomar su capuchino.
—Mónica, ¿deseas tomar otro?
—No.
Mónica mira con los ojos cristalinos, las lágrimas comienzan a rodar sobre las mejillas, las deja caer sin inmutarse, algunas gotean y se diluyen dentro del pequeño posillo ante su indiferencia, por si estuvieran muchos observando las gotas diáfanas, que se estrellan contra la superficie de la mesa, ruedan inclinadas hacia el borde sobre el vidrio y se pierden en dirección al piso por el camino que ella traza con la yema del dedo.
Las dos no reparan en el hecho. Cuando otras dos lágrimas fluyen, Olivia ofrece una servilleta de las que la mujer que atiende ha traído con la carta. Mónica toma la servilleta pero no la utiliza, enrolla el papel en las dedos mientras sus lágrimas repiten la misma ruta. Olivia no insiste en cuidar que enjugue las lágrimas, repite de Mónica los mismos gestos, pone los brazos sobre la mesa y arropa con sus manos las manos de Mónica. Mónica siente el tibio afecto de su amiga y entonces levanta una mano para detener las próximas gotas de cristal; con el trozo de la servilleta enrollado en el pulgar las limpia, piensa Olivia: la pestañina se corre, da a su rostro un sentido descuidado, el llanto cambia su fisonomía, en un periodo discernido su semblante toma un aspecto descuidado.
—Háblame de eso —dice Olivia—: te ayuda a curar el resentimiento. Habla si quieres —insiste. Mónica gira las manos y estrecha las manos de Olivia. Busca seguridad en aquellas manos frágiles.
—¿Por qué has dejado que arruinen tu vida? ¿Por qué?
Ahora Mónica irrumpe en un llanto franco, ya no repara en guardar las apariencias, llora tomándose la cabeza y produce un leve mugido; esconde el llanto con su cabello negro traído hacia adelante como si sintiera vergüenza. Olivia le acaricia con ternura la cabeza, con la impotencia de no saber cómo debe actuar ante el desespero de su amiga que se muestra abatida. No tiene deseos de guardar más el peso de sus sufrimientos que nadie sacará de su alma, piensa Olivia, y si habla es para ponerla frente a su propio sufrimiento, para compartir la carga, que si la comparte ya no será tan pesada, piensa Olivia. Si llora con ella, nunca se volverá loca.
Mónica hace una pausa con su llanto y permanece con la cabeza entre las manos. Ríe mientras Olivia continúa propinando caricias en el cabello liso, más negro que sus ojos, de Mónica toma de nuevo las manos y las dos lloran; no se sabe quien es la que sufre.
—Eras una mujer hermosa, ¿Por qué dejaste arruinar tu vida?
De nuevo otra pregunta sin respuesta.
Mónica levanta la cabeza, el rostro totalmente mojado, en desastre el maquillaje, su cutis morena ahora toma una palidez lánguida y líneas negras manchan las mejillas redondas; busca poner el cabello desordenado hacia atrás y son unos hilos negros cansados, opacos. Ve la lluvia que cae continua sobre el pavimento brillante, las goteras gruesas se desprenden de los aleros del edificio de la Alcaldía y el gris brumoso está encuadrado por el marco de la ventana. Ve la soledad de la calle y siente que en su interior los prejuicios llueven torrenciales, le vergüenza contar sus frustraciones que la ahogan y le estrechan el cuello. Mónica piensa morirse, aunque sabe que no morirá por ahora.
—Lo que menos deseaba es que esto me pasara —ha dicho. Olivia no tiene respuesta. Mira los ojos tristes de Mónica y con fuerza le soba las manos matizadas de frío, enteleridas, temblorosas. Tiene dolor en la piel; algo le camina bajo la piel. Ve en Mónica el miedo tan pronto ha entrado en la cafetería. Quiso decirle ¿qué te pasa?, pero prefiere aguardar que le cuente sus angustias. Olivia con sus propias zozobras, en el fondo desconoce cuándo delira o cuándo está cuerda; ahora va bien: la esperan en casa, sus hijas crecen, tiene una libertad un tanto pretendida, conserva y guarda vivos los recuerdos de su soltería, según ella manejada a su atojo y con responsabilidad. Se duele de su amiga y prefiere ocultar los recuerdos, sepultarlos con los años desde cuando en la universidad se guardaban mutuas fidelidades e intercambiaban el uso de las pertenencias más intimas. Olivia se siente en la gloria con su suerte:
Y recuerda a Goyo y Armando. Que el vigilante no hablaba con nadie. Recuerda que le gusta ver a “Aristi” en el último puesto.
—He hallado un hombre que me ama y me cuida. Quizá sea un dechado de defectos pero está pendiente de mí, de mis problemas, mis dificultades son las suyas y busca complacerme en la medida de sus posibilidades.
—Me alegra por ti, Olivia. Con lo que me ocurre... no se qué castigo pago. Es tu miopía, dijo mi padre. Lo dijiste tú: ¡No te conviene! Nunca me detuve a pensar en mis conveniencias. ¿Acaso es por suerte? Nadie piensa en las conveniencias.
En otro desparpajo de llanto Mónica deja ver su semblante; ruedan sus lagrimas a chorro. No puede enjugarlas con las servilletas que suministraron con el café.
—Trae otro Capuchino, y, otro Kaldivia —dice Olivia a la muchacha cuando buscaba limpiar la mesa. Así ahuyentaba a los clientes: tocándolos con un trapo húmedo olor a límpido. “El límpido huele a semen”, piensa Olivia.
Sentía incapacidad para mitigar el sufrimiento de su amiga e intentó marcharse: la detuvo la lluvia que arreciaba, y el fuerte viento que soplaba frío desde La Ermita. ¿Cómo no se da cuenta que intenta escapar?, no se percata de la situación tan embarazosa ni quiere ser testigo. Finge y reacomoda la silla para justificar su asare, y de nuevo se acomoda delante de Mónica. Entonces decide hacer lo que a ella le parece ridículo: dar consejos. Toma una mano de Mónica y busca las palabras apropiadas.
—Tenés que llenarte de valor, no todo puede ser malo, dos hijas te deja esa unión, no puede ser tan malo, las tiene a tu lado, viéndolas crecer, te levantas y ellas están a tu lado, creo que es el mejor premio a tu vida, si lo ves así tu situación no te parecerá una carga, si unes tu vida a las desgracias qué te pueda hacer un hombre, caerás en la desdicha, pero si estás pendiente de ti, de tus problemas, si no te abocas a tus celos, verás que hay algo más por qué vivir, deja los caprichos, déjalos para él, muestra que eres una mujer madura, tienes un trabajo, una familia que te apoya, unas hijas que te quieren, no hagas caso a las desgracias, métete eso aquí, en la cabeza, eres una mujer capaz de salir adelante, sino puedes vivir sola demuéstrale que su vida no te importa, deja que haga lo que quiera y no sufra, no creas que te pertenece, duele pero toca, a mi no, claro, y sé, y me imagino lo que puedes sufrir pero la vida no es sólo apego a un ser insignificante, a tu edad no puedes pensar que eres la dueña de otra persona, ni siquiera de tus hijas, no somos dueños de nada, si tomas esa actitud sufrirás menos, verás que menos sufrirás.
La mira satisfecha y le ve que tiene los ojos colorados pero el llanto no está. Muda se ha quedado estática. Olivia gira el cuello y ve caer la lluvia, y cómo la fuerza del viento desplaza la brisa sobre los ventanales de los edificios de enfrente busca el dinero en su cartera y va al mostrador. Paga sin comparar valores: ese instante con su amiga vale todo el dinero del mundo.
Ha llovido todos los días del mes. Siempre llueve en las tardes. Llueve una eternidad y la ciudad se hace bruma. Popayán es una penumbra apacible. Recuerda que El negro le dice:
—Me encanta esta ciudad por la lluvia, por su bruma. El frío que cala los huesos. Si frotas las manos en un ejercicio común se hará tibia la tarde. Encontrarse en la calle con amigos es una casualidad; cuando ocurre se buscan los cafetines para dejar que amaine la lluvia.
En realidad la dinámica de la ciudad es un desfile de sombrillas negras que estorban el horizonte visual sobre los andenes. Olivia ha prometido cambiar con los años y cambiar a la gente que la rodea, y allí está haciendo el ejercicio con los sufrimientos de Mónica. Mónica la mira libre ya de su angustia y encuentra pasividad en los ojos de Olivia, dueños de un brillo extraño.
—¿No sufres? —le Pregunta Mónica con el concepto de arrastrar el mismo lastre que carga.
—¡No, soy feliz! Aunque no lo creas, Mónica, soy feliz. Es buena mi locura y con ella escapo. Encontré alguien bueno. Son escasos, pero se encuentran. Tenemos problemas, todos los tienen, los superamos. Si quieres saber, Soy feliz.
Se corre al lado de Mónica para quitar la espalda de la brisa. Las dos miran llover en silencio. Olivia se siente extraña, sus códigos la perturban, la trastornan los recuerdos:
—Hoy no iré al Psicólogo; le he contado mi vida —dice.
Se siente extraña. Extraña. Como si flotara en medio de la bruma. Se ha agotado el encuentro y la lluvia las mantiene en el contubernio de aquel lugar sombrío, como aparecen sombrías sus propias vidas. Olivia piensa que es mejor vivir con la fijación que la turba si quiere esconderse de los bárbaros recuerdos. Marcharse en este momento hubiese sido desastroso. Por eso continúan hablando de las modas y los matrimonios de los artistas de televisión: sus hijas las enteran cuáles son por conveniencias y cuáles por amor. Las dos se escandalizan de las uniones homosexuales. Tienen muy claro los valores de la conciencia y la moral. ¿Volverán a su juventud? Ayer no más una pareja de lesbianas en Londres ha tomado una niña en adopción. El tiempo pasa, no dicen, es demasiado obvio, lo sienten.
—Mónica, Armando se ha ido, y Goyo llora —dice Olivia.
—De eso hace mucho tiempo.
Olivia no recuerda si fue de Mónica la respuesta. Soba las manos para machacar el frío en su cuello.
...atrás han quedado las sombras de sus espantos..., las búsquedas prolijas de inconveniencias. Resuellan sobre su cuello y tiene la mirada concupiscente en el espejo. Se viste con la realidad que la persigue, los complejos y su yerro, tiene una extraña sensación de culpa, mira fijo, lejano aún el horizonte, en su cabeza no caben todas las posibilidades. Juega con los dados imaginarios que conserva empuñados en las manos listos para el tiro, se protege del escape introduciéndolas en el interior de los bolsillos de su chaqueta de cuero. Amasa la sensación de libertad, para actuar en condiciones de sus preferencias, que no permiten respirar a su antojo. Su vida ha madurado y siente que no necesita más; de vez en cuando saca del bolsillo el puño apretado y lo observa, abre la mano despacio como si una paloma fuera a escapar de su palma; sufre con la distancia. Desea agarrar la paloma imaginaria que picotea en la ventana, tiene alas tan grandes como el arco iris. Aparece la fijación mental, ahora que su comportamiento reposa, por momentos se inclina en los recuerdos y aparecen las frustraciones de su vida: cómo a una lo engaña la vida, dice y detiene los pasos en el centro del caminó. Impide que quienes vienen tras ella la rebasen. Sus pasos golpean en el cuello, con pertinente repicar, provocan un calor marchito en la cabeza, le duelen las sienes e intenta arrancar el pasado con las manos y estancarse en lo que ahora presiente con sus conmociones. Es un aburrimiento extraño, tiene todo y carece de todo pero finge cordura. No es difícil fingir. Hasta en el amor se puede fingir. La locura se nota con facilidad, incluso tras los labios cerrados. ¿Serán las alucinaciones que la conturban y le restan espacio? Ha hecho un repaso de su historia, de los días martillados, cortos cinematográficos, y está paralizada. Le impresionan las aromas sucias que no tiemblan y los recuerdos venidos a su antojo que la asustan: ¡De la pertinencia! Con cada desventura puede hacer una tragedia o ausentarse del pasado; la vida son instantes, no la secuencia de los hechos, por lo menos es lo que tiene en la memoria y marca su semblante. Cada instante es un dibujo aislado, arman la historia como una colcha de retazos donde los remiendos no conservan el orden, ni la policromía. Ahora vive el presente, siente miedo y se atropella. El presente es hoy, en este instante, cada presente es un instante, cuando se nos va parece tan fugaz, así hayamos gastado la vida en buscarlo. Da un suspiro y todo cambia. Parece infeliz con la seguridad de que la felicidad está más allá de la muerte, pero la felicidad está aquí, le han dicho: en la figura tierna y joven, sentado atrás, en el último puesto. Es una figura sin nombre, dueño de unos ojos vivos que miran con lascivia, con fuerza y sin importar quien es, o ¿Serán los sueños que alimenta con la carga de las sorpresas que no puede sostener sobre los hombros? Busca acostumbrarse en la realidad, algo que no puede atar al cabello. ¡Qué largo ha sido el recorrido para llegar a su fijación mental! —no siente los pasos, avanza por el centro de la calle—. Continúa buscando en los recuerdos las historias del trance aquel para revivirse, una aventura que le gustaría vivir para cerrar el pasado, piensa. Un rápido pensamiento oculto en su comportamiento, ansiedad de una extraña experiencia, sentirse humana, por instantes olvida por qué siente impotencia. Y tiene la pregunta ¿Qué siente? El miedo la detiene. ¡Alto!, le gritan. La detienen los prejuicios. El miedo a lo desconocido le produce desconfianza, piensa. Abraza el calor con la necesidad de su displicencia, quiere atravesar un sueño más allá del horizonte dormido que teme despertar. ¡Quiere vivir! La amenazan con la pequeña moneda negra del sinfín del arma oculta tras cada esquina, tras cada árbol, en el fondo de los cuartos oscuros, en los ojos de los hombres y las mujeres desconocidos; le aterra el incesto. Las mujeres todas pueden ser lesbianas. Vive en el miedo y lo desconocido. No se atreve a cruzar la barrera que la ata. Significa internarse en los rumbos sin retorno, vivir la lejanía, eso son los recuerdos: lejanía. Prefiere quedarse con el miedo; abstenerse de cruzar la barrera
....sus pasos la dejan en la entrada del salón. Hasta allí van sus pasos con la sensación de cobardía, habla con el taconeo que se detiene frente al dintel de la puerta
...la puerta se niega a cerrar. Sólo para que entre la brisa, para que entre el universo: por la puerta cabe todo, se dice, es tomarlo en su justo tamaño; quiere meter el universo en el salón y coparlo en la memoria de estos hijos, ¡Hijos de mierda!, hijos que hablan temas que ni entienden ni les importa, ¡Hijos de puta!, pese a las recomendaciones hacen lo que les viene en gana. Está abierta la ventana, por ella se fugan las memorias, los sueños vuelan a las nubes, todavía el jardinero está allí, no termina de arrancar la hierba, no la quema todavía. Vuelan tras lo que pretenden, lo que pretenden no existe. ¡Necedades! Época de mariposas amarillas, soledad, boñiga de caballos y susto. Sucedió volverá a pasar; dejarían de existir las noticias. Siempre lo admiten. En el fondo pretenden engañarnos
...el engaño debería sentenciarse como un pecado capital, por la avaricia, los deseos de ser sin necesidad, los nombres enredan las posibilidades, luchan por la vida fuera del marco de la puerta, para conseguir la felicidad que no se compra en los supermercados. Luchamos hasta que el miedo aparece, y las frustraciones y las ambiciones, y el amor, el sexo y la impotencia. Entonces relajados esperan la vejez como si nunca se equivocaran. La meta es el final de una etapa. Cada meta... Cada etapa... Cruzan la meta para buscar otra, sin descanso, con ellas construimos la memoria. Cada meta y alzar los brazos. Celebramos. Pero hay que seguir, no ahondar en recuerdos. Cada meta se construye según las aspiraciones y cuando se está chico un paso es una meta cumplida. Cuando se cumple todo se derrumba, se derrumban las ilusiones como los castillos armados con botellas o sobre tapas de cerveza
... los brazos en alto, dura un instante, dice el hombre. Va con lentitud, la lentitud del viento, la nostalgia de los recuerdos, hace memoria, qué falta por hacer ahora: otra meta. Otra meta. Otra meta. Falta un largo viaje, un sauna, el rito oriental de casamiento, jugar un partido de fútbol —no le gusta el fútbol—. Faltan tantas cosas, hacer el amor en el interior de un autobús, cosas que enreden la memoria, sería rico. Falta ser infiel. Ve la rutina, los años, los meses, los días, las horas: el tiempo ha trascurrido en la pasiva rutina sin sorpresas
...las discusiones de la casa son actos extraños que alteran el tiempo. Le gusta la sensación que dejan las discusiones porque revierten la monotonía, cruzan la esfera de los días y las noches sin sobresaltos ni mentideros convertidos en una sinceridad vacía, para no mentir ni engañar los recuerdos construidos a punta de añagazas, para no herir susceptibilidades, para no tener cargos de conciencia que impidan mentir o conseguir secuelas que perturben la paz de la familia
...tenemos derecho a la paz de la casa como a la humedad del agua, al dulce del azúcar y a alimentarnos bien. Sobre todo eso: alimentarnos bien. Tenemos derecho al juego de lo posible para avanzar en nuestra naturaleza y no quebrantar la ley, la moral ni los códigos, la herencia ni el apellido, el juicio ni los compromisos de la sociedad, las reglas ni la historia, ni los recuerdos
...y seguir a Jesucristo
...o a Marx
... Cáligula pasó de moda porque su infierno está entre nosotros
.., ¡Hitler; no podemos dejar que descanse en paz!
... la conducen a olvidar su nombre, su identidad, su pasado. Le abruma el recelo y el compromiso de mantener su estado, su señorío y su sapiencia. Por eso va timorata, arde el calor de sus inseguridades bajo las plantas de los pies y se abstiene, conserva las apariencias, el desvelo de no hace lo que su instinto le dicte, consciente intenta odiar su pasado. Los sufrimientos de su progenitora vertida en el vacío muchas veces, la autosuficiencia otras tantas, oculta las huellas, las líneas de las manos que leía para escupirlas. Ausculta en cada rugosidad para entender el significado, ni siquiera sabe cuándo la línea de la vida da vuelta a la cepa del pulgar
...avanza con lentitud, tal vez con premura, conserva su posición y sus creencias
...siente que los ojos profundos la llaman
...vive el recuerdo vago al final, éste día para sentirse libre
... libre
“¿donde está?” pregunta. “¿Quien? Le responden
“el muchacho de la silla del fondo” “¿yo?” “no, quien se sienta atrás de ti. Armando”
“giramos el rostro, buscamos tras la última fila de sillas y mesas, también los de la última fila giran sus cabezas, está el muro, pálido, marrón y café, huellas de zapatos sobre el cuerpo yerto de argamasa, y el espanto”
... hay tantas huellas de tantos pies que nadie sabe a quien corresponden; cada huella recorre caminos, cruzan la calle, pisan
... pisan... pisan... pisan los andenes, giran las esquinas, se pierden, van a esconderse, huyen de las tribulaciones, tibian los zapatos, chapucean, avanzan, giran y vuelven la espalda, arrastran el viento, dejan la distancia y el tiempo y se sumergen en el vacío,
gritan con sorpresa
pisan la hierba
“¡allí no hay nadie, profe!”
“!hace mucho tiempo que nadie está allí, profe!”
lo ve cada hora, es su lugar, Armando sentado con los pies largos fuera de la mesa, cruzados estorban, es el último puesto y el último de la clase, no alza su rostro, pone la cabeza sobre los brazos cruzados y observaba con sus ojos profundos, de reojo, y la goma de mascar, eleva suspiros y bombas con goma de mascar, mira con ojos profundos, me extraña que Goyo no lo vea y sonríe, mira, mira, pasea los ojos de soslayo, retrata mi cuerpo
“¿No ha venido hoy?” “no profe, nunca ha venido” “jamás ha estado allí”
... cómo pueden olvidarlo si quiso ser héroe
...me miraba con esos ojos negros como el agua profunda, sucia. negros perdidamente negros como los lagos turbios, como miran los posos en un parpadear tan lento que nunca parpadean, me miraba de pies a cabeza y se perdía ensimismado tras el último puesto
...permanecía sin sonrisa el rostro frío su mirada detenida en mis rodillas, en mis piernas, subía por mi pubis miraba mi cintura medía mis senos auscultaba en mi barbilla, mojaba mis labios con su mirada lejana, tomaba con sus dedos imaginarios mi nariz, acariciaba mis pómulos, lo sentía en mi cuello, no dejaba salir esa respiración queda, se perdía tras mi cabello lo olía con sus fosas de caballo, con sus dejos retardados, con la nariz respingada, y tras mi olfato se iba, penetraba mi fragancia, comía en mis labios que queman consumiéndose el sabor salado de mi boca, lo hacía y lo hacia” ¡Lo hacía!
“no recuerdo las cosas” “no recuerdo nada” “estás loca, profe” “Uff, estás loca, profe” “sí, loca” “muy loca” “confundes el salón”
... confundo el espacio y el tiempo y la atmósfera y la distancia y el sustento y el sueldo y las horas y los amigos y la cadencia y la música y el ritmo y el baile y la verdad y la mentira y la aquiescencia y las alegorías y lo depredado de las mentiras y las normas y el llanto y la risa y los sentidos y el sexo y las sensaciones y el clímax y el marido y las hijas y el abuelo y a Mónica que llora por su marido infiel y al psicólogo
“y el miedo”
todo en un instante metido en un calabazo
entre el trueno y el relámpago
... como Mónica. ¿Era feliz? Felicidad. f. Placer. P. Satisfacción. S. gusto grande.
// Suerte feliz// aleatoria circunstancial de pronto. Como Mónica:
Vivía con un hombre, le habían dicho los códigos, que no era su hombre, sufría.
Como Mónica.
... vive con el hombre, su hombre, y los sueños, sus sueños, está confundida porque guarda la remota esperanza de que la inviten a un baile, la perturban hasta hacerla enloquecer viéndolo en su clase, el hombre que no existe, formado en un fenotipo que no está en su metaconciencia, mantiene una relación imposible, de sensaciones imperecederas, para estar junto a él, entrega su cuerpo y su alma, su sexo y sus pertenencias, su inmensa incapacidad de darlo todo
Hasta el hueco
... sueña que su nombre tiene un significado tan lento, diminuto, fruto del olivo, símbolo de la paz
... hueco huequito caraeloquito Su olvido
“hoy veremos...” “ya profe, hoy no veremos nada porque estás grave” “Hoy veremos...” “¿en qué quedamos ayer?” “!que estás grave, profe!” “loca desquiciada perdida sonámbula esquizofrénica desvirolada volada inmensamente loca perdida enamorada de un hombre que no puedes ver ni existe
... lo que pasó-pasó profe
... tu príncipe azul está en casa no busques aquí lo que no se te ha perdido déjela que llore juliana qué mala eres la rama del tamarindo el padre Andrés pégale al tambó la negra más popular Cali es Cali mi Buenaventura me voy pa´ moró hay fuego en el veintiséis ahí viene la bruja por el horizonte hay Londres el timbal la trompeta qué piano cómo canta hetor laboe en el amor loca anormal demente venática orate lunática tocada chalada aturdida atolondrada, profe” “Hoy hablaremos de gramática” “dijimos los sinónimos ¿quieren los antónimos?” “tarea para el próximo año cuando afine la memoria”. Las historias son pulsaciones ¿Tienen algo que ver con la genética? ¡Qué descubrimiento!
El hombre escupe el prado y sopla la boquilla de su arma
“...qué ojos, profe” “qué piernas”
Popayán, diciembre 6 de 2004 – febrero 08 de 2008|